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Sólo los que no son sinceros son infelices. No os dejéis dominar por el demonio mudo, que a veces pretende quitarnos la paz por bobadas. Hijos míos, insisto, si algún día tenéis la desgracia de ofender a Dios, escuchad este consejo del Padre, que sólo quiere que seáis santos, fieles: acudid rápidamente a la confesión y a esa charla con vuestro hermano. Os comprenderán, os ayudarán, os querrán más. Echáis el sapo fuera, y todo andará bien en adelante.

Todo andará bien, por muchas razones: en primer lugar, porque el que es sincero es más humilde. Luego, porque Dios Nuestro Señor premia con su gracia esa humildad. Después, porque ese otro hermano que te ha escuchado, sabe que estás necesitado y se siente en la obligación de pedir por ti. ¿Vosotros pensáis que las personas que reciben vuestra charla son gente que no comprende? ¡Si están hechos de la misma pasta! ¿A quién le va a chocar que un vidrio se pueda romper, o que un cacharro de barro necesite lañas? Sed sinceros. Es la cosa que más agradezco en mis hijos, porque así se arregla todo: siempre. En cambio, sentirse incomprendido, creerse víctima, acarrea siempre también una gran soberbia espiritual.

El espíritu de la Obra lleva necesariamente a la sencillez, y por ese camino se lleva a las almas que se acercan al calor de nuestra labor. Desde que llegasteis a la Obra, no se ha hecho otra cosa que trataros como a las alcachofas: ir quitando las hojas duras de fuera, para que quede limpio el cogollo. Todos somos un poco complicados; por eso, a veces, fácilmente, de una cosa pequeña dejáis que se haga una montaña que os abruma, aun siendo personas de talento. Tened, en cambio, el talento de hablar, y vuestros hermanos os ayudarán a ver que esa preocupación es una bobada o tiene su raíz en la soberbia.

No olvidéis, además, que decir una verdad subjetiva, que no se ajusta a la verdad real, es engañar y engañarse. Puede estarse en el error por soberbia –repito–, porque este vicio ciega, y la persona, sin ver, piensa que ve. Pero también está equivocado el que se engaña y engaña. Llamad a las cosas por su nombre: al pan, pan; y al vino, vino. «Sea vuestro modo de hablar: sí, sí; no, no; que lo que pasa de esto, de mal principio proviene»6. El creí que, pensé que y es que son los nombres de tres diablos tremendos que no quiero oír de vuestra boca. No os busquéis disculpas, tenéis la misericordia de Dios y la comprensión de vuestros hermanos, ¡y basta!

Decid las cosas sin ambigüedades. El hijo mío que pinta de colores el error, que deforma lo sucedido, que lo adorna con palabras inútiles, no va bien. Hijas e hijos míos: sabed que cuando se ha cometido un disparate, se tiende a disfrazar la mala conducta con razones de todo tipo: artísticas, intelectuales, científicas, ¡hasta espirituales!, y se acaba por decir que parecen o que son anticuados los mandamientos. A la vuelta de estos cuarenta y tres años largos, cuando algún hijo mío se ha perdido, ha sido siempre por falta de sinceridad o porque le ha parecido anticuado el decálogo. Y que no me venga con otras razones, porque no son verdad.

No intentéis nunca compaginar una conducta floja, con la santidad que os exige la Obra. Formaos un criterio recto, y no olvidéis que vuestra conciencia será cada día más delicada, más exigente, si sois cada día más sinceros. Hay cosas con las que os conformabais hace años, y ahora no: porque notáis la llamada de Dios, que os pide una mayor finura y os da la gracia necesaria para corresponder como Él espera.

Notas
6

Mt 5,37.

Referencias a la Sagrada Escritura
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