Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Virgen Santísima  → Madre de la Iglesia.

Continúa la escena evangélica: y enviaron discípulos suyos –de los fariseos– con algunos herodianos que le dijeron: Maestro4. Mirad con qué retorcimiento le llaman Maestro; se fingen admiradores y amigos, le dispensan un tratamiento que se reserva a la autoridad de la que se espera recibir una enseñanza. Magister, scimus quia verax es5, sabemos que eres veraz..., ¡qué astucia tan infame! ¿Habéis visto doblez mayor? Andad por este mundo con cuidado. No seáis cautelosos, desconfiados; sin embargo, debéis sentir sobre vuestros hombros –recordando aquella imagen del Buen Pastor que aparece en las catacumbas– el peso de esa oveja, que no es un alma sola, sino la Iglesia entera, la humanidad entera.

Al aceptar con garbo esta responsabilidad, seréis audaces y seréis prudentes para defender y proclamar los derechos de Dios. Y entonces, por la entereza de vuestro comportamiento, muchos os considerarán y os llamarán maestros, sin pretenderlo vosotros: que no buscamos la gloria terrena. Pero no os extrañéis si, entre tantos que se os acerquen, se insinúan esos que únicamente pretenden adularos. Grabad en vuestras almas lo que me habéis oído repetidas veces: ni las calumnias, ni las murmuraciones, ni los respetos humanos, ni el qué dirán, y mucho menos las alabanzas hipócritas, han de impedirnos jamás cumplir nuestro deber.

Madre de la Iglesia

Me gusta volver con la imaginación a aquellos años en los que Jesús permaneció junto a su Madre, que abarcan casi toda la vida de Nuestro Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo entretiene. Verle crecer, ante los ojos enamorados de su Madre y de José, su padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta delicadeza María y el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su infancia y, en silencio, aprenderían mucho y constantemente de Él. Sus almas se irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre –y, después de Ella, José– conoce como nadie los sentimientos del Corazón de Cristo, y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al Salvador.

«Que en cada uno de vosotros, escribía San Ambrosio, esté el alma de María, para alabar al Señor; que en cada uno esté el espíritu de María, para gozarse en Dios». Y este Padre de la Iglesia añade unas consideraciones que a primera vista resultan atrevidas, pero que tienen un sentido espiritual claro para la vida del cristiano. «Según la carne, una sola es la Madre de Cristo; según la fe, Cristo es fruto de todos nosotros»12.

Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con Él por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios.

Su mucho amor a Nuestra Señora y su falta de cultura teológica llevó, a un buen cristiano, a hacerme conocer cierta anécdota que voy a narraros, porque –con toda su ingenuidad– es lógica en persona de pocas letras.

Tómelo –me decía– como un desahogo: comprenda mi tristeza ante algunas cosas que suceden en estos tiempos. Durante la preparación y el desarrollo del actual Concilio, se ha propuesto incluir el tema de la Virgen. Así: el tema. ¿Hablan de ese modo los hijos? ¿Es ésa la fe que han profesado siempre los fieles? ¿Desde cuándo el amor a la Virgen es un tema, sobre el que se admita entablar una disputa a propósito de su conveniencia?

Si algo está reñido con el amor, es la cicatería. No me importa ser muy claro; si no lo fuera –continuaba– me parecería una ofensa a Nuestra Madre Santa. Se ha discutido si era o no oportuno llamar a María Madre de la Iglesia. Me molesta descender a más detalles. Pero la Madre de Dios y, por eso, Madre de todos los cristianos, ¿no será Madre de la Iglesia, que es la reunión de los que han sido bautizados y han renacido en Cristo, hijo de María?

No me explico –seguía– de dónde nace la mezquindad de escatimar ese título en alabanza de Nuestra Señora. ¡Qué diferente es la fe de la Iglesia! El tema de la Virgen. ¿Pretenden los hijos plantear el tema del amor a su madre? La quieren y basta. La querrán mucho, si son buenos hijos. Del tema –o del esquema– hablan los extraños, los que estudian el caso con la frialdad del enunciado de un problema. Hasta aquí el desahogo recto y piadoso, pero injusto, de aquella alma simple y devotísima.

Notas
4

Mt XXII, 16.

5

Ibidem.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
12

S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 2, 26 (PL 15, 1561).