Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Iglesia → servirla sin servirse de ella.

Otra advertencia, hijos, aunque quizás es superflua, porque, si tenéis mi espíritu, difícilmente querréis actuar así en la vida pública. La advertencia es ésta: que no seáis católicos oficiales, católicos que hacen de la religión un trampolín, no para saltar hacia Dios, sino para subir hasta los puestos −las ventajas materiales: honores, riquezas, poder− que ambicionan. De ellos decía con buen humor una persona seria, quizá exagerando, que ponen los ojos en el cielo, y las manos donde caigan.

Esos católicos, que hacen de llamarse católicos una profesión −una profesión, en la que ellos tienen el derecho de admitir a algunos y de rechazar a otros−, quieren negar el principio de la responsabilidad personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana: porque el que no puede hacer uso de su legítima libertad, no tiene derecho a la remuneración por sus acciones buenas, ni puede recibir el castigo por sus acciones malas o sus omisiones.

Niegan el principio de la responsabilidad personal, os decía, y pretenden que todos los católicos de un país formen un bloque compacto, renuncien a todas sus libres opiniones temporales, para apoyar masivamente un solo partido, un solo grupo político, del que ellos −los católicos oficiales− son los amos, y que por tanto también es oficialmente católico.

No servirse de la Iglesia

No os asombre que pueda pasar una cosa de este género. Pensad, hijos míos, que el poder temporal suele deformar, con el tiempo, al que lo posee y lo ejercita. No tiene nada de particular, por tanto, que algún católico con poca formación doctrinal y poca vida interior sienta la tentación de utilizar cualquier medio, para conservar el puesto al que ha llegado en la vida pública: y que acabe haciendo imposibles para mantenerse en el poder, aun bajando a compromisos con la propia conciencia, deformándola.

Comprendemos claramente que cuanto he dicho pueda suceder; pero no podemos tolerar que suceda, porque así toda la Iglesia termina por ser prisionera: prisionera la Jerarquía, atada al carro del partido oficial; y prisioneros los fieles, impedidos en el ejercicio de su legítima libertad.

Hemos de deducir de aquí, hijos míos, que tenemos el deber de amar la libertad de todos, y de servir a la Iglesia, evitando todo lo que pueda significar servirse de la Iglesia para fines políticos de parte. De la Iglesia sólo podemos servirnos para encontrar las fuentes de la gracia y de la salvación; esto supone renunciar a intereses propios, sacrificarse gustosamente para que Cristo reine en la tierra, tener pureza de intención. Con esta mentalidad deberán ir a la política los hijos míos que tengan esa noble inclinación: a servir a su patria, a defender las libertades humanas y a extender el reinado de Jesucristo.

Por eso evitarán ser católicos oficiales, y procurarán luchar lealmente con las mismas armas que los demás, presentarse como lo que son: ciudadanos corrientes iguales a los otros, católicos responsables, que guardan con los demás católicos la unidad en lo esencial, pero no quieren crear dogmas en lo accidental, en las cuestiones temporales opinables.

No vamos al apostolado a recibir aplausos, sino a dar la cara por la Iglesia, cuando ser católicos es difícil; y a pasar ocultos, cuando llamarse católicos es una moda. De hecho, en muchos ambientes, ser católicos de verdad, aun sin llamarse así, es razón suficiente para recibir todo tipo de injurias y de ataques. Por eso aunque os he dicho alguna vez que a nosotros nos repugnavivir de ser católicos, viviremos, si es necesario, a pesar de ser católicos. Sin olvidar, añado siempre, que nos repugnaría más aún vivir de llamarnos católicos.

Ambición de servir: esta ambición tiene unas manifestaciones concretas muy claras, que podríamos llamar también nuestras pasiones dominantes, nuestras locuras. La primera es la de querer ser el último en todo, y el primero en el amor. Al Señor le decimos, en nuestra meditación personal: Jesús, ¡que yo te quiera más que todos! Ya sé que soy el último de tus siervos; ya sé que estoy lleno de miserias: ¡me has tenido que perdonar tantas ofensas, tantas negligencias! Pero tú has dicho que ama menos aquel a quien menos se le perdona108.

Afán de almas: tenemos el deseo vehemente de ser corredentores con Cristo, de salvar con Él a todas las almas, porque somos, queremos ser ipse Christus, y Él dedit redemptionem semetipsum pro omnibus109, se dio a sí mismo en rescate por todos. Unidos a Cristo y a su Madre Bendita, que es también Madre nuestra, Refugium peccatorum; fielmente pegados al Vicario de Cristo en la tierra −al dulce Cristo en la tierra−, al Papa, tenemos la ambición de llevar a todos los hombres los medios de salvación que tiene la Iglesia, haciendo realidad aquella jaculatoria, que vengo repitiendo desde el día de los Santos Ángeles Custodios de 1928: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!

Notas
108

Lc 7,47.

109

1 Tm 2,6.

Referencias a la Sagrada Escritura