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No servirse de la Iglesia

No os asombre que pueda pasar una cosa de este género. Pensad, hijos míos, que el poder temporal suele deformar, con el tiempo, al que lo posee y lo ejercita. No tiene nada de particular, por tanto, que algún católico con poca formación doctrinal y poca vida interior sienta la tentación de utilizar cualquier medio, para conservar el puesto al que ha llegado en la vida pública: y que acabe haciendo imposibles para mantenerse en el poder, aun bajando a compromisos con la propia conciencia, deformándola.

Comprendemos claramente que cuanto he dicho pueda suceder; pero no podemos tolerar que suceda, porque así toda la Iglesia termina por ser prisionera: prisionera la Jerarquía, atada al carro del partido oficial; y prisioneros los fieles, impedidos en el ejercicio de su legítima libertad.

Hemos de deducir de aquí, hijos míos, que tenemos el deber de amar la libertad de todos, y de servir a la Iglesia, evitando todo lo que pueda significar servirse de la Iglesia para fines políticos de parte. De la Iglesia sólo podemos servirnos para encontrar las fuentes de la gracia y de la salvación; esto supone renunciar a intereses propios, sacrificarse gustosamente para que Cristo reine en la tierra, tener pureza de intención. Con esta mentalidad deberán ir a la política los hijos míos que tengan esa noble inclinación: a servir a su patria, a defender las libertades humanas y a extender el reinado de Jesucristo.

Por eso evitarán ser católicos oficiales, y procurarán luchar lealmente con las mismas armas que los demás, presentarse como lo que son: ciudadanos corrientes iguales a los otros, católicos responsables, que guardan con los demás católicos la unidad en lo esencial, pero no quieren crear dogmas en lo accidental, en las cuestiones temporales opinables.

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