Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Cartas I» cuya materia es Jesucristo → seguir su ejemplo al acoger a todos.

Con todas las almas, en todos los ambientes. Sembrar paz y amor

El Señor ha querido para nosotros ese espíritu, que es el suyo. ¿No veis su continuo afán por estar con la muchedumbre? ¿No os enamora contemplar cómo no rechaza a nadie? Para todos tiene una palabra, para todos abre sus labios dulcísimos; y les enseña, les adoctrina, les lleva nuevas de alegría y de esperanza, con ese hecho maravilloso, único, de un Dios que convive con los hombres.

Unas veces les habla desde la barca, mientras están sentados en la orilla; otras, en el monte, para que toda la muchedumbre oiga bien; otras veces, entre el ruido de un banquete, en la quietud del hogar, caminando entre los sembrados, sentados bajo los olivos. Se dirige a cada uno, según lo que cada uno puede entender: y pone ejemplos de redes y de peces, para la gente marinera; de semillas y de viñas, para los que trabajan la tierra; al ama de casa, le hablará de la dracma perdida; a la samaritana, tomando ocasión del agua que la mujer va a buscar al pozo de Jacob. Jesús acoge a todos, acepta las invitaciones que le hacen y −cuando no le invitan− a veces es Él quien se convida: Zachaee, festinans descende, quia hodie in domo tua oportet me manere4; Zaqueo, baja deprisa, porque conviene que hoy me hospede en tu casa.

Cristo quiere que todos los hombres se salven5, que nadie se pierda; y se apresura a dar su vida por todos, en un derroche de amor, que es holocausto perfecto. Jesús no quiere convencer por la fuerza y, estando junto a los hombres, entre los hombres, les mueve suavemente a seguirle, en busca de la verdadera paz y de la auténtica alegría.

Imitar a Jesucristo. Diálogo de Dios con los hombres

Pero hoy y siempre hemos de estar dispuestos a convivir con todos, a dar a todos −con nuestro trato− la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús. Hemos de sentirnos unidos a todos, sin distinciones, sin dividir a las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas, como si fueran mercancías o insectos disecados. No podemos separarnos de los demás, porque de lo contrario nuestra vida se haría miserable y egoísta.

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar de origen, ni por la manera de hablar ni por el modo de vivir. Son ciudadanos como los demás24. Los cristianos −nosotros, hijas e hijos míos− hemos de imitar a Cristo, ser alter Christus, y Jesús Señor Nuestro tanto quiso a los hombres que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió treinta y tres años en la tierra, en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con judíos y gentiles. ¿Queréis, pues, aprender de Cristo y tomar ejemplo de su vida? Abramos el Santo Evangelio, y escuchemos el diálogo de Dios con los hombres.

Un día −nos dice San Lucas en el capítulo XI− Jesús estaba orando. ¡Cómo sería la oración de Jesucristo! Los discípulos se encontraban cerca, quizá contemplándole, y cuando acabó le dijo uno de ellos: Domine, doce nos orare, sicut docuit et Ioannes discipulos suos25. Señor, enséñanos a orar, como enseñó también Juan a sus discípulos. Y Jesús les respondió: cuando os pongáis a orar, habéis de decir: Padre, sea santificado tu nombre…26.

Hijas e hijos míos, notad la maravilla: los discípulos tratan a Jesucristo y, como fruto de sus conversaciones, el Señor les dice cómo han de orar, y les enseña el gran portento de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos dirigirnos a Él, como un hijo habla a su padre.

Trato con Dios, y trato también con los hombres: bastarán algunas escenas del Evangelio, entre tantas otras, para que comprendáis todavía mejor la hondura divina de nuestro apostolado de amistad y de confidencia.

La primera nos narra el encuentro de Jesús con Nicodemo. Maestro −dice aquel hombre, varón principal entre los judíos− sabemos que has venido de Dios para enseñarnos; porque ninguno puede hacer los milagros que tú haces, si no tiene a Dios consigo27. Jesús le responde, hijos míos, con una frase que aparentemente no tiene nada que ver con lo que pronunció Nicodemo, pero que atrae su atención y le capta; provoca el diálogo de su interlocutor: pues en verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios28.

Así empezó la conversación, que ya sabéis; conocéis igualmente el resultado: a la hora del fracaso de la cruz, allí estará Nicodemo, para pedir valientemente a Pilatos el Cuerpo del Señor.

Pero ¿y la samaritana? ¿Acaso Jesucristo no hace igual, comenzando a hablar con ella, tomando la iniciativa, a pesar de que non enim coutuntur Iudaei Samaritanis29, a pesar de que no había trato entre judíos y samaritanos? Jesús habla de lo que sabe que interesa a aquella mujer, del agua que todos los días ha de ir a buscar fatigosamente al pozo de Jacob, de un agua viva, tan portentosa que qui autem biberit ex aqua, quam ego dabo ei, non sitiet in aeternum30, que el que la bebiera nunca jamás tendrá sed.

Los frutos del diálogo de Cristo aparecen también en el Evangelio: la conversión de aquella pecadora, la transformación de su alma, que se hace alma apostólica −venite et videte hominem, qui dixit mihi omnia quaecumque feci: numquid ipse est Christus?31; venid y ved al hombre que me ha dicho todo lo que he hecho, ¿acaso no es Cristo?–; y la fe de muchos otros samaritanos que primero creyeron en Él por las palabras de la mujer32, y que luego afirmaban: ya no creemos por lo que tú has dicho, pues nosotros mismos le hemos oído y hemos conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo33.

En otra ocasión, es un joven rico −de buena familia, diríamos hoy− el que hizo una pregunta al Señor: Maestro bueno, ¿qué podré hacer para alcanzar la vida eterna?34; y Jesús le responde: ¿por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Por lo demás, si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos. Díjole él: ¿qué mandamientos? Contestó Jesús: no matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo. Dijo el joven: todos esos mandamientos los he guardado desde mi niñez. ¿Qué más me falta?35.

Con ojos humanos, hijos míos, ésa era la gran ocasión del compromiso. ¿Qué otras cosas podrían desearse, para que ese joven rico −dives erat valde36− y de influencia, se uniera al grupo de los seguidores de Cristo? La respuesta de Jesús, sin embargo, no podía ser más que una, porque no caben componendas en la doctrina, a pesar de que transigiendo parezcan alcanzarse resultados apostólicos; la contestación del Señor está llena de cariño −tanto, que cuando el muchacho se fue triste, un lamento salió del corazón de Dios−, pero es clara, rotunda, sin ambigüedades que oculten la dureza de la verdad: todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después, ven y sígueme37.

Aún otro ejemplo más: aquel que el Señor nos da desde la Cruz, como para enseñarnos que el afán de almas, que nos mueve a tratar, a conversar, a dialogar con los hombres, ha de ponerse de manifiesto hasta la muerte. Es la charla emocionante, conmovedora, que Cristo mantiene en lo alto del Gólgota con los dos ladrones que están crucificados con Él.

Esta vez no ha sido Jesús quien ha empezado la conversación, pero su presencia en el patíbulo y sus sufrimientos son más elocuentes que cualquier palabra. Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros38, dijo blasfemando el mal ladrón. Y el bueno: ¡cómo!, ¿ni aun tú temes a Dios, estando como estás en el mismo suplicio? Nosotros estamos justamente en el patíbulo, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos; pero éste ningún mal ha hecho. Y dijo después a Jesús: Domine, memento mei; Señor, acuérdate de mí, cuando hayas llegado a tu reino39. Hijos míos, la breve respuesta de Jesús, que interviene en la conversación entre los dos malhechores, fue la salvación para el que estaba arrepentido: en verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso40.

Ejemplo de los primeros cristianos

Basten esos pocos ejemplos, para que nunca se nos olvide cómo y con qué espíritu hemos de realizar nuestra labor de almas. Nuestra mayor ambición ha de ser la de vivir como vivió Cristo Señor Nuestro; como vivieron también los primeros fieles, sin que haya división por motivos de sangre, de nación, de lengua o de opinión.

Hemos de enseñar además a todos los católicos, a todos los hombres, ese mandato nuevo que antes os recordaba. Me parece oír gritar a San Pablo, cuando dice a los de Corinto: divisus est Christus? Numquid Paulus crucifixus est pro vobis? aut in nomine Pauli baptizati estis?41; ¿acaso Cristo está dividido?; ¿por ventura Pablo ha sido crucificado por vosotros, o habéis sido bautizados en su nombre, para que vayáis diciendo: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, o yo de Cristo?42.

Ser todos hijos de Dios, haber sido todos redimidos por Jesucristo es la razón más profunda de la unidad entre los hombres, y no hacen falta otros títulos. Al oro, a la plata limpia no se les ponen apodos: cuando la plata es plata, y el oro es oro, se les llama así, sin más. Si se les coloca detrás un calificativo −un apellido, a veces−, no es buen metal: es una imitación de poco precio.

Notas
4

Lc 19,5.

5

1 Tm 2,4.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
24

Ad Diognetum, 5, 1.5 (SC 33, p. 63).

Notas
25

Lc 11,1.

26

Lc 11,2.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
27

Jn 3,2.

28

Jn 3,3.

29

Jn 4,9.

30

Jn 4,13.

31

Jn 4,29.

32

Jn 4,39.

33

Jn 4,42.

34

Lc 18,18.

35

Mt 19,17-20.

36

Lc 18,23.

37

Lc 18,22.

38

Lc 23,39.

39

Lc 23,40-42.

40

Lc 23,43.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
41

1 Co 1,13.

42

1 Co 1,12.

Referencias a la Sagrada Escritura