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La primera nos narra el encuentro de Jesús con Nicodemo. Maestro −dice aquel hombre, varón principal entre los judíos− sabemos que has venido de Dios para enseñarnos; porque ninguno puede hacer los milagros que tú haces, si no tiene a Dios consigo27. Jesús le responde, hijos míos, con una frase que aparentemente no tiene nada que ver con lo que pronunció Nicodemo, pero que atrae su atención y le capta; provoca el diálogo de su interlocutor: pues en verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios28.

Así empezó la conversación, que ya sabéis; conocéis igualmente el resultado: a la hora del fracaso de la cruz, allí estará Nicodemo, para pedir valientemente a Pilatos el Cuerpo del Señor.

Pero ¿y la samaritana? ¿Acaso Jesucristo no hace igual, comenzando a hablar con ella, tomando la iniciativa, a pesar de que non enim coutuntur Iudaei Samaritanis29, a pesar de que no había trato entre judíos y samaritanos? Jesús habla de lo que sabe que interesa a aquella mujer, del agua que todos los días ha de ir a buscar fatigosamente al pozo de Jacob, de un agua viva, tan portentosa que qui autem biberit ex aqua, quam ego dabo ei, non sitiet in aeternum30, que el que la bebiera nunca jamás tendrá sed.

Los frutos del diálogo de Cristo aparecen también en el Evangelio: la conversión de aquella pecadora, la transformación de su alma, que se hace alma apostólica −venite et videte hominem, qui dixit mihi omnia quaecumque feci: numquid ipse est Christus?31; venid y ved al hombre que me ha dicho todo lo que he hecho, ¿acaso no es Cristo?–; y la fe de muchos otros samaritanos que primero creyeron en Él por las palabras de la mujer32, y que luego afirmaban: ya no creemos por lo que tú has dicho, pues nosotros mismos le hemos oído y hemos conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo33.

En otra ocasión, es un joven rico −de buena familia, diríamos hoy− el que hizo una pregunta al Señor: Maestro bueno, ¿qué podré hacer para alcanzar la vida eterna?34; y Jesús le responde: ¿por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Por lo demás, si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos. Díjole él: ¿qué mandamientos? Contestó Jesús: no matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo. Dijo el joven: todos esos mandamientos los he guardado desde mi niñez. ¿Qué más me falta?35.

Con ojos humanos, hijos míos, ésa era la gran ocasión del compromiso. ¿Qué otras cosas podrían desearse, para que ese joven rico −dives erat valde36− y de influencia, se uniera al grupo de los seguidores de Cristo? La respuesta de Jesús, sin embargo, no podía ser más que una, porque no caben componendas en la doctrina, a pesar de que transigiendo parezcan alcanzarse resultados apostólicos; la contestación del Señor está llena de cariño −tanto, que cuando el muchacho se fue triste, un lamento salió del corazón de Dios−, pero es clara, rotunda, sin ambigüedades que oculten la dureza de la verdad: todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después, ven y sígueme37.

Aún otro ejemplo más: aquel que el Señor nos da desde la Cruz, como para enseñarnos que el afán de almas, que nos mueve a tratar, a conversar, a dialogar con los hombres, ha de ponerse de manifiesto hasta la muerte. Es la charla emocionante, conmovedora, que Cristo mantiene en lo alto del Gólgota con los dos ladrones que están crucificados con Él.

Esta vez no ha sido Jesús quien ha empezado la conversación, pero su presencia en el patíbulo y sus sufrimientos son más elocuentes que cualquier palabra. Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros38, dijo blasfemando el mal ladrón. Y el bueno: ¡cómo!, ¿ni aun tú temes a Dios, estando como estás en el mismo suplicio? Nosotros estamos justamente en el patíbulo, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos; pero éste ningún mal ha hecho. Y dijo después a Jesús: Domine, memento mei; Señor, acuérdate de mí, cuando hayas llegado a tu reino39. Hijos míos, la breve respuesta de Jesús, que interviene en la conversación entre los dos malhechores, fue la salvación para el que estaba arrepentido: en verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso40.

Notas
27

Jn 3,2.

28

Jn 3,3.

29

Jn 4,9.

30

Jn 4,13.

31

Jn 4,29.

32

Jn 4,39.

33

Jn 4,42.

34

Lc 18,18.

35

Mt 19,17-20.

36

Lc 18,23.

37

Lc 18,22.

38

Lc 23,39.

39

Lc 23,40-42.

40

Lc 23,43.

Referencias a la Sagrada Escritura
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