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Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Vida pública  → el problema del partido único confesional .

Pero, ¿cómo van a conseguir que los demás ciudadanos católicos abdiquen habitualmente de sus derechos, para someterse a un monopolio que no tiene razón de ser? Lo consiguen, muchas veces, con lo que vamos a llamar un engaño, aunque yo no quiero juzgar de la buena fe con que actúan. El engaño es el de confundir a los católicos, pidiéndoles esta inútil y absurda unidad en lo opinable, en nombre de la necesaria y lógica unidad en lo que atañe a la fe y a la moral de la Iglesia.

Con campañas políticas bien organizadas, consiguen desconcertar a la opinión pública, haciendo creer que sólo ellos pueden ser baluarte, defensa de la Iglesia en aquellas circunstancias concretas de su país. En ocasiones, llegan a crear −y a mantener después todo el tiempo que puedan− una situación artificiosa de peligro, para que se convenzan más fácilmente los ciudadanos católicos de la necesidad de sacrificar sus libres opciones temporales, y apoyen al partido que ha asumido oficialmente la defensa de la Iglesia.

No os extrañe que, a veces, el engaño sea tan hábil que hasta las mismas autoridades eclesiásticas no se den cuenta, y lleguen a apoyar de alguna manera ese partido confesional, reforzando así oficialmente su carácter y su pretensión de imponerse a las conciencias de los fieles.

No quiero decir que todos los partidos oficialmente católicos hayan de basarse en este engaño: los hay que cumplen de veras una función de servicio, de defensa de los intereses de la Iglesia, dando forma unitaria y fuerza a los ciudadanos católicos. Pero me parece casi imposible −las experiencias son muy claras− que un partido oficialmente católico, aunque nazca sirviendo a la Iglesia, no acabe sirviéndose de la Iglesia.

Porque tarde o temprano la situación excepcional, que ha hecho necesaria una especial unidad entre los católicos en la vida pública, tiende a normalizarse, y tiende por tanto a desaparecer la necesidad del partido único y obligatorio de los católicos.

Y entonces suele pasar una cosa muy humana, pero muy desagradable: que los católicos oficiales que mandan en ese partido no están dispuestos a perder su situación de privilegio, e intentan mantenerla a toda costa. Para esto, no es difícil que lleguen a hacer un chantaje moral: o siguen ellos en el poder, con el apoyo de la Jerarquía, o todo se viene abajo, porque tendrán el camino abierto los enemigos de la Iglesia.

Tienen razón: con su política exclusivista, tiránica, han conseguido atrofiar y poner fuera de juego todos los demás organismos y grupos compuestos por católicos, y sólo ellos están en condiciones de actuar con una cierta fuerza. Viene así el momento, en el que la Iglesia se siente comprometida, atada con doble cuerda al destino del partido católico oficial.

No servirse de la Iglesia

No os asombre que pueda pasar una cosa de este género. Pensad, hijos míos, que el poder temporal suele deformar, con el tiempo, al que lo posee y lo ejercita. No tiene nada de particular, por tanto, que algún católico con poca formación doctrinal y poca vida interior sienta la tentación de utilizar cualquier medio, para conservar el puesto al que ha llegado en la vida pública: y que acabe haciendo imposibles para mantenerse en el poder, aun bajando a compromisos con la propia conciencia, deformándola.

Comprendemos claramente que cuanto he dicho pueda suceder; pero no podemos tolerar que suceda, porque así toda la Iglesia termina por ser prisionera: prisionera la Jerarquía, atada al carro del partido oficial; y prisioneros los fieles, impedidos en el ejercicio de su legítima libertad.

Hemos de deducir de aquí, hijos míos, que tenemos el deber de amar la libertad de todos, y de servir a la Iglesia, evitando todo lo que pueda significar servirse de la Iglesia para fines políticos de parte. De la Iglesia sólo podemos servirnos para encontrar las fuentes de la gracia y de la salvación; esto supone renunciar a intereses propios, sacrificarse gustosamente para que Cristo reine en la tierra, tener pureza de intención. Con esta mentalidad deberán ir a la política los hijos míos que tengan esa noble inclinación: a servir a su patria, a defender las libertades humanas y a extender el reinado de Jesucristo.

Por eso evitarán ser católicos oficiales, y procurarán luchar lealmente con las mismas armas que los demás, presentarse como lo que son: ciudadanos corrientes iguales a los otros, católicos responsables, que guardan con los demás católicos la unidad en lo esencial, pero no quieren crear dogmas en lo accidental, en las cuestiones temporales opinables.