Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Cartas I» cuya materia es Contemplación → en la vida ordinaria .

Contemplativos en medio del mundo

Si en las cosas pequeñas está nuestra lucha, de ellas hemos de tomar ocasión para nuestro diálogo con Dios. Es posible que haya quienes, como hombres fuertes, a los que basta hacer sólo una gran comida al día, mantengan la tensión interior gracias a un largo rato de oración; nosotros somos niños que necesitan, para mantenerse, de muchas pequeñas comidas: tenemos siempre necesidad de nuevo alimento.

Cada día debe haber algún rato dedicado especialmente al trato con Dios, pero sin olvidar que nuestra oración ha de ser constante, como el latir del corazón: jaculatorias, actos de amor, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Al caminar por la calle, al cerrar o abrir una puerta, al divisar en la lejanía el campanario de una iglesia, al comenzar nuestros quehaceres, al hacerlos y al terminarlos, todo lo referimos al Señor. Estamos obligados a hacer de nuestra vida ordinaria una continuada oración, porque somos almas contemplativas en medio de todos los caminos del mundo.

Esta vida es pelea, guerra, una guerra de paz, que hay que pelear siempre in gaudio et pace. Tendremos esa paz y esa alegría si somos hombres −o mujeres− de la Obra, que quiere decir: sinceramente piadosos, cultos −cada uno en su labor−, trabajadores, deportistas en la vida espiritual: ¿no sabéis que los que corren en el estadio, aunque corran todos, uno sólo se lleva el premio? Corred, de tal manera que lo ganéis. Todos los que han de luchar en la palestra, guardan en todo una exacta continencia; y no es sino para alcanzar una corona perecedera, mientras que nosotros esperamos una corona eterna128.

Por eso somos almas contemplativas, con un diálogo constante, tratando al Señor a todas horas: desde el primer pensamiento del día al último pensamiento de la noche: porque somos enamorados y vivimos de Amor, traemos puesto de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a Él por su Madre Santa María y, por Él, al Padre y al Espíritu Santo.

Si en algún momento aparece la intranquilidad, la inquietud, el desasosiego, nos acercamos al Señor, y le decimos que nos ponemos en sus manos, como un niño pequeño en brazos de su padre. Es una entrega que supone fe, esperanza, confianza, amor.

Puedo decir que el que cumple nuestras Normas de vida −el que lucha por cumplirlas−, lo mismo en tiempo de salud que en tiempo de enfermedad, en la juventud y en la vejez, cuando hay sol y cuando hay tormenta, cuando no le cuesta observarlas y cuando le cuesta, ese hijo mío está predestinado, si persevera hasta el fin: estoy seguro de su santidad.

De tal modo ama nuestro Dios a las criaturas −deliciae meae esse cum filiis hominum129, mis delicias son estar con los hijos de los hombres− que, si en algún momento no hemos sabido ser fieles al Señor, el Señor sí que ha estado pendiente de nosotros. Lo mismo que una madre no tiene en cuenta las pruebas de desafecto del hijo, en cuanto el hijo se acerca a ella con cariño, tampoco Jesús se acuerda de las cosas que no hemos hecho bien, cuando al fin vamos con cariño hacia Él, arrepentidos, limpios por el sacramento de la penitencia.

Cuando, por boca de Jeremías, el Señor predice la futura liberación del pueblo hebreo que está en el exilio, y hace notar que, si antes les había sacado de Egipto, ahora sacará a sus siervos de terra Aquilonis et de cunctis terris22, pienso en que habrá muchas llamadas a la Obra de Dios, sin discriminación. El Señor los traerá de todas las clases sociales, de todos los talentos, de los que están arriba, de los que están abajo, y −como vuelve a decir Jeremías− de los que están en las entrañas de la tierra.

Oíd al profeta: yo voy a mandar muchos pescadores, palabra de Yavé, que los pescarán; y después muchos cazadores, que los cazarán por todos los montes, por todas las colinas, y por las cavernas de las rocas. Porque están a mi vista todos sus caminos23.

Somos instrumentos en las manos de Dios, qui omnes homines vult salvos fieri24, que quiere que se salven todos los hombres. Mis hijos, por la formación verdaderamente contemplativa de nuestro espíritu, han de sentir dentro de su alma la necesidad de buscar a Dios, de encontrarle y de tratarle siempre, admirándolo con amor en medio de las fatigas de su trabajo ordinario, que son cuidados terrenos, pero purificados y elevados al orden sobrenatural; y han de sentir igualmente la necesidad de convertir toda su vida en apostolado, que fluye del alma para traducirse en obras externas: caritas mea cum omnibus vobis in Christo Iesu25, mi cariño para todos vosotros en Cristo Jesús.

Unidad de vida. Rectitud de intención. Filiación divina

De lo que acabo de escribir, se deduce que es necesaria, para los hijos de Dios que Él ha llamado a su Obra, la unidad de vida. Una unidad de vida que tiene simultáneamente dos facetas: la interior, que nos hace contemplativos; y la apostólica, a través de nuestro trabajo profesional, que es visible y externa.

Os lo volveré a decir: nuestra vida es trabajar y rezar, y al revés, rezar y trabajar. Porque llega el momento en el que no se saben distinguir estos dos conceptos, esas dos palabras, contemplación y acción, que terminan por significar lo mismo en la mente y en la conciencia.

Mirad lo que dice Santo Tomás: cuando de dos cosas una es la razón de la otra, la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra… Y como Dios es aprehendido por los santos como la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación en percibir las cosas sensibles, o en contemplar o hacer cualquier otra cosa, en nada les impide la divina contemplación, ni viceversa26.

Para no perder esta unidad de vida, pongamos al Señor como fin de todos nuestros trabajos, que hemos de hacer non quasi hominibus placentes, sed Deo qui probat corda nostra27; no para agradar a los hombres, sino a Dios que sondea nuestros corazones. Además hemos de buscar la presencia de Dios: quaerite Dominum et confirmamini, quaerite faciem eius semper28; buscad al Señor y haceos fuertes, buscad siempre su rostro.

Levantad el corazón a Dios, cuando llegue el momento duro de la jornada, cuando quiera meterse en nuestra alma la tristeza, cuando sintamos el peso de este laborar de la vida, diciendo miserere mei Domine, quoniam ad te clamavi tota die: laetifica animam servi tui, quoniam ad te Domine animam meam levavi29; Señor, ten misericordia de mí, porque te he invocado todo el día: alegra a tu siervo, porque a ti, Señor, he levantado mi alma.

Notas
128

1 Co 9,24-25.

129

Pr 8,31.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
22

Jr 23,8; «de terra Aquilonis et de cunctis terris»: «de tierras del norte y de todas las tierras» (T. del E.).

23

Jr 16,16-17.

24

1 Tm 2,4.

25

1 Co 16,24.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
26

S.Th., Suppl., q. 82, a. 3 ad 4.

Notas
27

1 Ts 2,4.

28

Sal 105[104],4.

29

Sal 86[85],3-4.

Referencias a la Sagrada Escritura