Lista de puntos

Hay 7 puntos en «Cartas II» cuya materia es Iglesia → amor a la unidad y variedad en la Iglesia.

El espíritu sencillo del Opus Dei ama la verdad y la sinceridad; mira al servicio de la Iglesia, y lleva al respeto y a la defensa de la libertad. Francamente, no puedo comprender otro servicio a la causa de Dios, que no tenga por lo menos ese amor a la libertad personal de los hombres.

Nosotros amaremos, por consiguiente, la unidad y la variedad maravillosa que hay en la Iglesia; veneraremos y contribuiremos a hacer que se veneren los instrumentos de esa unidad; comprenderemos las manifestaciones de catolicidad y de riqueza interior, que se ponen de manifiesto en la diversidad de espiritualidades, de asociaciones, de familias y de actividades que, en todo tiempo y en todo lugar, dan prueba de proceder todas de un mismo Espíritu indivisible28.

Por esa razón, habéis de reaccionar con energía ante cualquier aparente servicio a la Iglesia, que desvirtúe el sentido sobrenatural de cualquier tarea espiritual y apostólica, o que pretenda atentar a la libertad individual o a la de las instituciones de Nuestra Madre la Iglesia.

La unidad del apostolado

Ut omnes unum sint, que todos sean una misma cosa, y que como tú, ¡oh, Padre!, estás en mí y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros, para que crea el mundo que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria, la claridad que tú me diste, para que sean una misma cosa, como lo somos nosotros. Yo estoy en ellos, y tú estás en mí; a fin de que sean consumados en la unidad –consummati in unum–, y conozca el mundo que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como a mí me amaste29.

Así es la oración que Jesús hace a Dios Padre, por nosotros; y esta es también la oración que, unidos a Jesucristo, rezan diariamente desde el comienzo de la Obra todos los hijos del Señor en su Opus Dei: pro unitate apostolatus, por la unidad que solo da el Papa para toda la Iglesia, y el Obispo, en comunión con la Santa Sede, para su diócesis.

Unidad en la caridad, en el amor de Dios, para que todos los hombres conozcan que el Señor les ama y les quiere salvos: que amó tanto Dios al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito, a fin de que todos los que creen en él no perezcan, sino que vivan vida eterna30.

Ese afán de unidad, hijas e hijos de mi alma, es también otro motivo más para que queramos al Papa con todas nuestras fuerzas y estemos siempre dispuestos a servirle, sea quien sea su Persona Augusta. Cuando lleguéis a ser viejos, y yo haya rendido cuenta a Dios, no dejéis de decir a vuestros hermanos que el Padre quería al Papa con todo su corazón.

Estamos, además, en inmejorables condiciones para servir y para fomentar la unidad de la Iglesia. Resulta difícil que, por nuestra parte, haya interferencias en el trabajo apostólico de otros, ya que el nuestro es objetivamente distinto y es también diferente el modo de realizarlo, siempre a través del trabajo humano profesional.

Es completamente distinto, en primer lugar, del que hacen los religiosos, por la sencilla razón de que no somos religiosos ni hemos nacido para suplantarles; es distinto también del que realizan los miembros de otras asociaciones de fieles, porque nuestras tareas apostólicas tienen como base la labor profesional –no son simplemente algo añadido a la actividad ordinaria de ciudadano y de profesional–, y exigen plena dedicación a Dios en esas labores, a la vez profesionales y apostólicas.

Solo podrá haber interferencias –porque lucharemos para evitar esos abusos– siempre que, por parte de alguno, se quisiera imponer, con equivocada mentalidad clerical, un criterio único en alguno de los campos que Dios ha dejado a la libertad de opinión de los hombres, para no perder –por ejemplo– el control de determinadas actividades sociales, políticas, económicas, etc., que llevan en vano el sobrenombre de católicas. Siempre estamos por la libertad.

La unidad de criterio para los católicos –también por tanto para los socios de la Obra–, la ha de dar la Jerarquía ordinaria de la Iglesia, cuando lo estime conveniente para el bien de las almas. Nada tienen que decir entonces –ni antes tampoco– los que gobiernen la Obra, porque no es misión suya orientar en esos asuntos, en los que cada uno de vosotros es personalmente libre y responsable.

En todos nuestros apostolados corporativos –de los que la Obra responde plenamente– actuamos siempre de acuerdo con el Obispo, porque nuestro afán es fortalecer su autoridad, y evitar la división de criterios en el apostolado.

Esta unidad, sin embargo, no puede ser uniformidad. Todos los cristianos, y especialmente los que hacen una dedicación personal y total de su vida al servicio de Dios, están unidos en la misión corredentora de la Iglesia –os lo he dicho ya–, pero cooperan en ella de forma distinta, según su vocación específica.

La unidad nos pide, por tanto, amar la llamada divina que hemos recibido y ser fieles a esa llamada: porque es el modo de trabajar, de ser útiles a toda la Iglesia, que quiere para nosotros la Voluntad de Dios; y porque es el modo de dar a entender, en la práctica, que se aman y se comprenden todas las vocaciones, los diversísimos dones que el Espíritu de Dios comunica a los cristianos.

Respeto a las vocaciones de los demás. Amor y veneración por los religiosos

Quien no es capaz de amar, o al menos de respetar, la vocación de los demás –con las tareas apostólicas que cada vocación lleva consigo–, no ama rectamente la propia vocación: quizá porque quiere desordenadamente que la vocación de los demás sea igual que la suya; o quiere absorber todos los apostolados en el suyo propio, con la consecuencia inmediata de no centrarse en los fines que, por justicia, ha de cumplir, y de convertirse –por tanto– en un obstáculo para el trabajo de los demás y para la unidad y la variedad del apostolado.

No voy a extenderme en todo lo que me sugieren estas consideraciones, que se salen del tema de esta Carta, pero no quiero dejar de deciros –una vez más– cómo amo y venero a los religiosos, y a todas las almas que trabajan por Cristo. Refiriéndome a ellos, puedo repetir mil veces con verdad las palabras que San Pablo escribía a los fieles de Filipos: testis enim mihi est Deus, quomodo cupiam omnes vos in visceribus Iesu Christi37, Dios me es testigo del cariño con que os amo en las entrañas de Jesucristo.

Notas
28

Cfr. 1 Co 12,11.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
29

Jn 17,21-23.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
30

Jn 3,16.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
37

Flp 1,8.

Referencias a la Sagrada Escritura