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En todos nuestros apostolados corporativos –de los que la Obra responde plenamente– actuamos siempre de acuerdo con el Obispo, porque nuestro afán es fortalecer su autoridad, y evitar la división de criterios en el apostolado.

Esta unidad, sin embargo, no puede ser uniformidad. Todos los cristianos, y especialmente los que hacen una dedicación personal y total de su vida al servicio de Dios, están unidos en la misión corredentora de la Iglesia –os lo he dicho ya–, pero cooperan en ella de forma distinta, según su vocación específica.

La unidad nos pide, por tanto, amar la llamada divina que hemos recibido y ser fieles a esa llamada: porque es el modo de trabajar, de ser útiles a toda la Iglesia, que quiere para nosotros la Voluntad de Dios; y porque es el modo de dar a entender, en la práctica, que se aman y se comprenden todas las vocaciones, los diversísimos dones que el Espíritu de Dios comunica a los cristianos.

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