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Solo podrá haber interferencias –porque lucharemos para evitar esos abusos– siempre que, por parte de alguno, se quisiera imponer, con equivocada mentalidad clerical, un criterio único en alguno de los campos que Dios ha dejado a la libertad de opinión de los hombres, para no perder –por ejemplo– el control de determinadas actividades sociales, políticas, económicas, etc., que llevan en vano el sobrenombre de católicas. Siempre estamos por la libertad.

La unidad de criterio para los católicos –también por tanto para los socios de la Obra–, la ha de dar la Jerarquía ordinaria de la Iglesia, cuando lo estime conveniente para el bien de las almas. Nada tienen que decir entonces –ni antes tampoco– los que gobiernen la Obra, porque no es misión suya orientar en esos asuntos, en los que cada uno de vosotros es personalmente libre y responsable.

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