Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas II» cuya materia es Jesucristo → unión con Él.

Nuestra vida, por tanto, es un compromiso divino –que yo deseo concretar en un simple contrato civil de trabajo: algún día os lo explicaré–, que nos ayuda a vivir, no los votos de los religiosos, sino las virtudes cristianas, quedando libres del pecado y hechos siervos de Dios, y así daremos el fruto de la santificación y, por fin, lograremos la vida eterna40.

El cristiano, que se sabe libre, pierde gustoso la libertad por amor a Jesucristo, para ser servidor de sus hermanos los hombres. Nosotros estamos convencidos de que nuestro compromiso de amor con Dios y de servicio a su Iglesia no es como una prenda de ropa, que se pone y se quita: porque abarca toda nuestra vida, y nuestra voluntad –con la gracia del Señor– es que la abarque siempre. No debemos aparecer entre los hombres como bichos exóticos, como un elefante blanco u otra criatura rara, repugnante o maravillosa, que se lleva dentro de un jaulón, despertando en quienes la miran sentimientos de curiosidad, de admiración o de amargura.

Somos iguales a nuestros conciudadanos; por eso, hemos de vivir siempre en la calle, salir a la calle o, al menos, asomarnos a la ventana. Tenemos el deber de diluirnos, de disolvernos en la muchedumbre como sal de Cristo en el condimento de la sociedad. Así, sin distinción de ninguna clase –porque nuestro espíritu peculiar no lo permite–, idénticos también en los afanes nobles del mundo a nuestros parientes, a nuestros amigos, a nuestros colegas, haremos ver a las gentes que no pueden vivir solo de lo transeúnte, porque de este modo no serán felices: les haremos levantar el corazón y la mente al cielo, y sentirán el gozo de saber que la criatura humana no es una bestia.

Luz y fuego encendido debemos ser –aquel fuego que siempre arderá en el altar41– para llevar, según las circunstancias, los hombres a Dios, respondiendo a la llamada de Jesucristo: venite ad me omnes42, venid todos a mí; o para llevar Dios a los hombres, cuando se escucha al Señor que dice: ecce sto ad ostium et pulso43, mira que estoy a tu puerta y llamo.

Pero no ha de olvidar el cristiano verdaderamente celoso que debe conservarse en el medio de estas dos actitudes, con serenidad y con equilibrio, porque si el Señor dice: ecce venio cito et merces mea mecum est44, he aquí que vengo luego, trayendo conmigo el premio, para recompensar a cada uno según sus obras; también dice por San Mateo que las almas tienen que hacerle fuerza45.

Nos basta recordar un maravilloso pasaje, después de la Resurrección: el Señor se une en el camino a aquellos discípulos que están tristes y titubeantes en la fe y, cuando les ha abierto el sentido de las Escrituras, llegados a Emaús, hace como que se va. Cleofás y su compañero, con un modo de decir que tiene un no sé qué lleno de ternura divina y humana, le ruegan: mane nobiscum, quoniam advesperascit, et inclinata est iam dies46; quédate con nosotros, porque sin ti se nos hace de noche.

Unión con Cristo mediador

Si el Hijo de Dios se hizo hombre y murió en una cruz, fue para que todos los hombres seamos una sola cosa con Él y con el Padre47. Todos, por tanto, estamos llamados a formar parte de esta divina unidad. Con alma sacerdotal, haciendo de la Santa Misa el centro de nuestra vida interior, buscamos nosotros estar con Jesús, entre Dios y los hombres.

Nuestra unión con Cristo nos da conciencia de ser con Él corredentores del mundo, para contribuir a que todas las almas puedan participar de los frutos de su Pasión, y conocer y seguir el camino de salvación que lleva al Padre.

No dejaré de repetirlo: para estar unidos con Cristo en medio de las ocupaciones del mundo, hemos de abrazar la Cruz con generosidad y con garbo. Sal de nuestra vida es la mortificación, hijas e hijos míos, que ha de acompañar delicadamente, inteligentemente, nuestro trabajo diario con el fin de sostener nuestra vida sobrenatural, de la misma manera que el latir del corazón sostiene la vida del cuerpo.

Así demostraremos a los demás hombres, que viven y trabajan en medio de las realidades del mundo, el significado de la oración sacerdotal de Jesucristo: Pater sancte, serva eos in nomine tuo, quos dedisti mihi… Non rogo ut tollas eos de mundo, sed ut serves eos a malo. De mundo non sunt, sicut et ego non sum de mundo48; Padre santo, protege en tu nombre a estos que me has confiado… No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal; ellos no son del mundo, como tampoco soy yo del mundo.

Hijos de mi alma, todas estas son ideas que van viniendo a mi mente –como os sucederá también a vosotros– cuando, considerando la magnitud de nuestra tarea apostólica en medio de las actividades humanas, procuro retener en mi memoria, unidas a las escenas de la muerte –del triunfo, de la victoria– de Jesús en la Cruz, aquellas palabras suyas: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum49; cuando yo seré levantado en alto en la tierra, todo lo atraeré a mí.

Unidos a Cristo por la oración y la mortificación en nuestro trabajo diario, en las mil circunstancias humanas de nuestra vida sencilla de cristianos corrientes, obraremos esa maravilla de poner todas las cosas a los pies del Señor, levantado sobre la Cruz, donde se ha dejado enclavar de tanto amor al mundo y a los hombres.

Así simplemente, trabajando y amando a Dios en la tarea que es propia de nuestra profesión o de nuestro oficio, la misma que hacíamos cuando Él nos ha venido a buscar, cumplimos ese quehacer apostólico de poner a Cristo en la cumbre y en la entraña de todas las actividades de los hombres: porque ninguna de esas limpias actividades está excluida del ámbito de nuestra labor, que se hace manifestación del amor redentor de Cristo.

Notas

“simple contrato”, ver glosario (N. del E.).

40

Rm 6,22.

41

Cfr. Lv 6,12.

42

Mt 11,28.

43

Ap 3,20.

44

Ap 22,12.

45

Cfr. Mt 11,12.

46

Lc 24,29.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas

Sobre el concepto de “alma sacerdotal”, ver glosario (N. del E.).

47

Cfr. Jn 17,22.

48

Jn 17,11.15-16.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
49

Jn 12,32.

Referencias a la Sagrada Escritura