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Hay 12 puntos en «Conversaciones» cuya materia es Opus Dei  → libertad y responsabilidad personales.

Alguna vez, al hablar de la realidad del Opus Dei, ha afirmado que es una «desorganización organizada». ¿Podría explicar a nuestros lectores el significado de esta expresión?

Quiero decir que damos una importancia primaria y fundamental a la espontaneidad apostólica de la persona, a su libre y responsable iniciativa, guiada por la acción del Espíritu; y no a las estructuras organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice, en sede de gobierno.

Un mínimo de organización existe, evidentemente, con un gobierno central, que actúa siempre colegialmente y tiene su sede en Roma, y gobiernos regionales, también colegiales, cada uno presidido por un Consiliario2. Pero toda la actividad de esos organismos se dirige fundamentalmente a una tarea: proporcionar a los socios la asistencia espiritual necesaria para su vida de piedad, y una adecuada formación espiritual, doctrinal-religiosa y humana. Después, ¡patos al agua! Es decir: cristianos a santificar todos los caminos de los hombres, que todos tienen el aroma del paso de Dios.

Al llegar a ese límite, a ese momento, la Asociación como tal ha terminado su tarea —aquélla, precisamente, para la que los miembros del Opus Dei se asocian—, ya no tiene que hacer, ni puede ni debe hacer, ninguna indicación más. Comienza entonces la libre y responsable acción personal de cada socio. Cada uno, con espontaneidad apostólica, obrando con completa libertad personal y formándose autónomamente su propia conciencia de frente a las decisiones concretas que haya de tomar, procura buscar la perfección cristiana y dar testimonio cristiano en su propio ambiente, santificando su propio trabajo profesional, intelectual o manual. Naturalmente, al tomar cada uno autónomamente esas decisiones en su vida secular, en las realidades temporales en las que se mueva, se dan con frecuencia opciones, criterios y actuaciones diversas: se da, en una palabra, esa bendita desorganización, ese justo y necesario pluralismo, que es una característica esencial del buen espíritu del Opus Dei, y que a mí me ha parecido siempre la única manera recta y ordenada de concebir el apostolado de los laicos.

Le diré más: esa desorganización organizada aparece incluso en las mismas obras apostólicas corporativas que el Opus Dei realiza, con el deseo de contribuir también, como tal Asociación, a resolver cristianamente problemas que afectan a las comunidades humanas de los diversos países. Esas actividades e iniciativas de la Asociación son siempre de carácter directamente apostólico: es decir, obras educativas, asistenciales o de beneficencia. Pero, como nuestro espíritu es precisamente estimular el que las iniciativas salgan de la base, y como las circunstancias, necesidades y posibilidades de cada nación o grupo social son peculiares y ordinariamente diversas entre sí, el gobierno central de la Obra deja a los gobiernos regionales —que gozan de autonomía prácticamente total— la responsabilidad de decidir, promover y organizar aquellas actividades apostólicas concretas, que juzguen más convenientes: desde un centro universitario o una residencia de estudiantes, hasta un dispensario o una granja-escuela para campesinos. Como lógico resultado, tenemos un mosaico multicolor y variado de actividades: un mosaico organizadamente desorganizado.

¿Cuáles son las aportaciones del Opus Dei a ese proceso? No es quizá éste el momento histórico más adecuado para hacer una valoración global de este tipo. A pesar de que se trata de problemas sobre los que se ha ocupado mucho —¡con cuánto gozo de mi alma!— el Concilio Vaticano II, y a pesar de que no pocos conceptos y situaciones referentes a la vida y misión del laicado han recibido ya del Magisterio suficiente confirmación y luz, hay todavía sin embargo un núcleo considerable de cuestiones que constituyen aún, para la generalidad de la doctrina, verdaderos problemas límite de la teología. A nosotros, dentro del espíritu que Dios ha dado al Opus Dei y que procuramos vivir con fidelidad —a pesar de nuestras imperfecciones personales—, nos parecen ya divinamente resueltos la mayor parte de esos problemas discutidos, pero no pretendemos presentar esas soluciones como las únicas posibles.

¿Podría describir las diferencias que hay entre el modo en que el Opus Dei como Asociación cumple su misión y la forma en que los miembros del Opus Dei como individuos cumplen las suyas? Por ejemplo, ¿qué criterios hacen que se considere mejor que un proyecto sea realizado por la Asociación —un colegio o una casa de retiros—, o por personas individuales —una empresa editorial o comercial?

La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas que lo deseen, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en medio del mundo. Les hace conocer la doctrina de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia; les proporciona un espíritu que mueve a trabajar bien por amor de Dios y en servicio de todos los hombres. Se trata, en una palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo.

Cada uno de los socios se gana la vida y sirve a la sociedad con la profesión que tenía antes de venir al Opus Dei, y que ejercería si no perteneciese a la Obra. Así, unos son mineros, otros enseñan en escuelas o Universidades, otros son comerciantes, amas de casa, secretarias, campesinos. No hay ninguna actividad humana noble que no pueda ejercer un socio del Opus Dei. El que, por ejemplo, antes de pertenecer a nuestra Obra trabajaba en una actividad editorial o comercial, sigue haciéndolo después. Y si, con ocasión de ese trabajo o de cualquier otro, se busca un nuevo empleo, o decide, con sus compañeros de profesión, fundar una empresa cualquiera, es cosa en la que le corresponde decidir libremente, aceptando él personalmente los resultados de su trabajo y respondiendo personalmente también.

Toda la actuación de los Directores del Opus Dei se basa en un exquisito respeto de la libertad profesional de los socios: éste es un punto de importancia capital, del cual depende la existencia misma de la Obra, y que por tanto se vive con fidelidad absoluta. Cada socio puede trabajar profesionalmente en los mismos campos que si no perteneciera al Opus Dei, de manera que ni el Opus Dei en cuanto tal, ni ninguno de los demás miembros tienen nada que ver con el trabajo profesional que ese socio concreto desarrolla. A lo que los socios se comprometen al vincularse a la Obra es a esforzarse por buscar la perfección cristiana con ocasión y por medio de su trabajo, y a tener una más clara conciencia del carácter de servicio a la humanidad que debe tener toda vida cristiana.

La misión principal de la Obra —ya lo he dicho antes— es pues la de formar cristianamente a sus socios y a otras personas que deseen recibir esa formación. El deseo de contribuir a la solución de los problemas que afectan a la sociedad y a los cuales tanto puede aportar el ideal cristiano, lleva además a que la Obra en cuanto tal, corporativamente, desarrolle algunas actividades e iniciativas. El criterio en este campo es que el Opus Dei, que tiene fines exclusivamente espirituales, sólo puede realizar corporativamente aquellas actividades que constituyen de un modo claro e inmediato un servicio cristiano, un apostolado. Sería absurdo pensar que el Opus Dei en cuanto tal se pueda dedicar a extraer carbón de las minas o a promover cualquier género de empresas de tipo económico. Sus obras corporativas son todas actividades directamente apostólicas: una escuela para la formación de campesinos, un dispensario médico en una zona o en un país subdesarrollado, un colegio para la promoción social de la mujer, etc. Es decir, obras asistenciales, educativas o de beneficencia, como las que suelen realizar en todo el mundo instituciones de cualquier credo religioso.

Para llevar adelante estas labores se cuenta en primer lugar con el trabajo personal de los socios, que en ocasiones se dedican plenamente a ellas. Y también con la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no. Algunos se sienten movidos a colaborar por razones espirituales; otros, aunque no compartan los fines apostólicos, ven que se trata de iniciativas en beneficio de la sociedad, abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza, religión o ideología2.

Teniendo en cuenta que hay miembros del Opus Dei en los más diversos estratos de la sociedad y que algunos de ellos trabajan o dirigen empresas o grupos de cierta importancia, ¿puede pensarse que el Opus Dei intente coordinar esas actividades de acuerdo con alguna línea política, económica, etc.?

En modo alguno. El Opus Dei no interviene para nada en política; es absolutamente ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político, económico, cultural o ideológico. Sus fines —repito— son exclusivamente espirituales y apostólicos. De sus socios exige sólo que vivan en cristiano, que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del Evangelio. No se inmiscuye, pues, de ningún modo en las cuestiones temporales.

Si alguno no entiende esto se deberá quizá a que no entiende la libertad personal o a que no acierta a distinguir entre los fines exclusivamente espirituales para los que se asocian los miembros de la Obra y el amplísimo campo de las actividades humanas —la economía, la política, la cultura, el arte, la filosofía, etc.— en las que los socios del Opus Dei gozan de plena libertad y trabajan bajo su propia responsabilidad.

Desde el mismo momento en que se acercan a la Obra, todos los socios conocen bien la realidad de su libertad individual, de modo que si en algún caso alguno de ellos intentara presionar a los otros imponiendo sus propias opiniones en materia política o servirse de ellos para intereses humanos, los demás se rebelarían y lo expulsarían inmediatamente.

El respeto de la libertad de sus socios es condición esencial de la vida misma del Opus Dei. Sin él, no vendría nadie a la Obra. Es más. Si se diera alguna vez —no ha sucedido, no sucede y, con la ayuda de Dios, no sucederá jamás— una intromisión del Opus Dei en la política, o en algún otro campo de las actividades humanas, el primer enemigo de la Obra sería yo.

La Asociación insiste en la libertad de los socios para expresar las convicciones que honradamente mantienen. Pero, volviendo sobre el tema desde otro punto de vista, ¿hasta qué punto piensa usted que el Opus Dei está moralmente obligado como asociación a expresar opiniones sobre asuntos cruciales, seculares o espirituales, pública o privadamente? ¿Hay situaciones en que el Opus Dei pondrá su influencia y la de sus miembros en defensa de principios que considera sagrados, como por ejemplo, recientemente en apoyo de la legislación sobre libertad religiosa en España?

En el Opus Dei, procuramos siempre y en todas las cosas sentir con la Iglesia de Cristo: no tenemos otra doctrina que la que enseña la Iglesia para todos los fieles. Lo único peculiar que tenemos es un espíritu propio, característico del Opus Dei, es decir, un modo concreto de vivir el Evangelio, santificándonos en el mundo y haciendo apostolado con la profesión.

De ahí se sigue inmediatamente que todos los miembros del Opus Dei tienen la misma libertad que los demás católicos para formar libremente sus opiniones, y para actuar en consecuencia. Por eso el Opus Dei como tal ni debe ni puede expresar una opinión propia, ni la puede tener. Si se trata de una cuestión sobre la que hay una doctrina definida por la Iglesia, la opinión de cada uno de los socios de la Obra será esa. Si en cambio se trata de una cuestión sobre la que el Magisterio —el Papa y los obispos— no se han pronunciado, cada uno de los socios del Opus Dei tendrá y defenderá libremente la opinión que le parezca mejor y actuará en consecuencia.

En otras palabras, el principio que regula la actitud de los directores del Opus Dei en este campo es el de respeto a la libertad de opción en lo temporal. Que es algo bien distinto del abstencionismo, pues se trata de colocar a cada socio ante sus propias responsabilidades, invitándole a asumirlas según su conciencia, obrando en libertad. Por eso es incongruente referirse al Opus Dei cuando se está hablando de partidos, grupos o tendencias políticas o, en general, de tareas y empresas humanas; más aún, es injusto y próximo a la calumnia, pues puede inducir al error de deducir falsamente que los miembros de la Obra tienen alguna ideología, mentalidad o interés temporal común.

Ciertamente los socios son católicos, y católicos que procuran ser consecuentes con su fe. Se les puede calificar como tales, si se quiere. Pero teniendo bien en cuenta que el hecho de ser católico no significa formar grupo, ni siquiera en lo cultural e ideológico, y, con mayor razón, tampoco en lo político. Desde el principio de la Obra, y no sólo desde el Concilio, se ha procurado vivir un catolicismo abierto, que defiende la legítima libertad de las conciencias, que lleva a tratar con caridad fraterna a todos los hombres, sean o no católicos, y a colaborar con todos, participando de las diversas ilusiones nobles que mueven a la humanidad.

Pongamos un ejemplo. Ante el problema racial en Estados Unidos, cada uno de los socios de la Obra tendrá en cuenta las enseñanzas claras de la doctrina cristiana sobre la igualdad de todos los hombres y sobre la injusticia de cualquier discriminación. También conocerá y se sentirá urgido por las indicaciones concretas de los obispos americanos sobre este problema. Defenderá por tanto los legítimos derechos de todos los ciudadanos y se opondrá a cualquier situación o proyecto discriminatorio. Tendrá en cuenta, además, que para un cristiano no basta con respetar los derechos de los demás hombres, sino que hay que ver, en todos, hermanos a los que debemos un amor sincero y un servicio desinteresado.

En la formación que da el Opus Dei a sus socios, se insistirá más en esas ideas en su país que en otros donde ese problema concreto no se presenta o se presenta con menos urgencia. Lo que no hará nunca el Opus Dei es dictar, y ni siquiera sugerir, una solución concreta para el problema. La decisión de apoyar un proyecto de ley u otro, de apuntarse a una asociación o a otra —o de no apuntarse a ninguna—, de participar o de no participar en una determinada manifestación es algo que decidirá cada uno de los socios. Y, de hecho, se ve en todas partes que los socios no actúan en bloque, sino con un lógico pluralismo.

Estos mismos criterios explican el hecho de que tantos españoles miembros del Opus Dei sean favorables al proyecto de ley sobre la libertad religiosa en su país, tal como ha sido redactado recientemente. Se trata obviamente de una opción personal, como también es personal la opinión de quienes critiquen ese proyecto. Pero todos han aprendido del espíritu del Opus Dei a amar la libertad y a comprender a los hombres de todas las creencias. El Opus Dei es la primera asociación católica que, desde 1950, con autorización de la Santa Sede, admite como cooperadores a los no católicos y a los no cristianos, sin discriminación alguna, con amor para todos.

Desde luego, es sabido por usted que en algunos sectores de la opinión pública el Opus Dei tiene fama de ser en cierto modo discutido. ¿Podría darme su opinión de por qué esto es así, y especialmente de cómo se responde a la acusación sobre «el secreto de conspiración» y «la secreta conspiración» que a menudo se apunta contra el Opus Dei?

Me molesta profundamente todo lo que pueda sonar a autoalabanza. Pero ya que plantea usted este tema, no puedo por menos de decirle que me parece que el Opus Dei es una de las organizaciones católicas que cuentan con más amigos en todo el mundo. Millones de personas, también muchos no católicos y no cristianos, la quieren y la ayudan.

Por otra parte, el Opus Dei es una organización espiritual y apostólica. Si se olvida este hecho fundamental —o si uno se niega a creer en la buena fe de los socios del Opus Dei que así lo afirman— resulta imposible entender lo que hacen. Ante la imposibilidad de comprender, se inventan versiones complicadas y secretos que no han existido jamás.

Habla usted de acusación de secreto. Eso es ya historia antigua. Podría decirle, punto por punto, el origen histórico de esa acusación calumniosa. Durante muchos años una poderosa organización, de la que prefiero no hablar —la amamos y la hemos amado siempre—, se dedicó a falsear lo que no conocía. Insistían en considerarnos como religiosos, y se preguntaban: ¿por qué no piensan todos del mismo modo?, ¿por qué no llevan hábito o un distintivo? Y sacaban ilógicamente como consecuencia que constituíamos una sociedad secreta.

Hoy eso ha pasado, y cualquier persona medianamente informada sabe que no hay secreto alguno. Que no llevamos distintivo porque no somos religiosos, sino cristianos corrientes. Que no pensamos de la misma manera, porque admitimos el mayor pluralismo en todo lo temporal y en las cuestiones teológicas opinables. Un mejor conocimiento de la realidad, y una superación de celotipias infundadas, ha llevado a dar por cerrada esa triste y calumniosa situación.

No hay sin embargo que extrañarse de que de vez en cuando alguien renueve los viejos mitos: porque procuramos trabajar por Dios, defendiendo la libertad personal de todos los hombres, siempre tendremos en contra a los sectarios enemigos de esa libertad personal, sean del campo que sean, tanto más agresivos si son personas que no pueden soportar ni la simple idea de religión, o peor si se apoyan en un pensamiento religioso de tipo fanático.

No obstante, son mayoría —por fortuna— las publicaciones que no se contentan con repetir cosas viejas, y falsas; que tienen clara conciencia de que ser imparciales no es difundir algo a mitad de camino entre la realidad y la calumnia, sino esforzarse por reflejar la verdad objetiva. Personalmente pienso que también es noticia decir la verdad, especialmente cuando se trata de informar de la actividad de tantas personas que, perteneciendo al Opus Dei o colaborando con él, se esfuerzan, a pesar de los errores personales —yo los tengo y no me extraño de que también los tengan los demás—, por realizar una tarea de servicio a todos los hombres. Desmontar un falso mito es siempre interesante. Considero que es un deber grave del periodista documentarse bien, y tener su información al día aunque a veces eso suponga cambiar los juicios hechos con anterioridad. ¿Es tan difícil admitir que algo sea limpio, noble y bueno, sin mezclar absurdas, viejas y desacreditadas falsedades?

Informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo. En todos los países trabaja a la luz del día, con el reconocimiento jurídico de las autoridades civiles y eclesiásticas. Son perfectamente conocidos los nombres de sus directores y de sus obras apostólicas. Cualquiera que desee información sobre nuestra Obra, puede obtenerla sin dificultad, poniéndose en contacto con sus directores o acudiendo a alguna de nuestras obras corporativas. Usted mismo puede ser testigo de que nunca ninguno de los dirigentes del Opus Dei, o los que atienden a los periodistas, han dejado de facilitarles su tarea informativa, contestando a sus preguntas o dando la documentación adecuada.

Ni yo, ni ninguno de los miembros del Opus Dei, pretendemos que todo el mundo nos comprenda o que comparta nuestros ideales espirituales. Soy muy amigo de la libertad y de que cada uno siga su camino. Pero es evidente que tenemos el derecho elemental de ser respetados.

El hecho de que algunos miembros de la Obra estén presentes en la vida pública del país, ¿no ha politizado, en algún modo, el Opus Dei en España? ¿No comprometen así a la Obra y a la Iglesia misma?

Ni en España ni en ningún otro sitio. Insisto en que cada uno de los socios del Opus Dei trabaja con plena libertad y con responsabilidad personal, sin comprometer ni a la Iglesia ni a la Obra, porque ni en la Iglesia ni en la Obra se apoyan para realizar sus personales actividades. Gentes formadas en una concepción militar del apostolado y de la vida espiritual, tenderán a ver el trabajo libre y personal de los cristianos como una actuación colectiva. Pero le digo, como no me he cansado de repetir desde 1928, que la diversidad de opiniones y de actuaciones en lo temporal y en lo teológico opinable, no es para la Obra ningún problema: la diversidad que existe y existirá siempre entre los miembros del Opus Dei es, por el contrario, una manifestación de buen espíritu, de vida limpia, de respeto a la opción legítima de cada uno.

¿Podría decir si o hasta qué punto el Opus Dei en España tiene una orientación económica o política? Si fuera así, ¿podría definirla?

El Opus Dei no tiene ninguna orientación económica o política, ni en España ni en ningún otro sitio. Ciertamente, movidos por la doctrina de Cristo, sus miembros defienden siempre la libertad personal, y el derecho que todos los hombres tienen a vivir y a trabajar, y a estar cuidados durante la enfermedad y cuando llegue la vejez, y a constituir un hogar, y a traer hijos al mundo, y a educar a esos hijos en proporción al talento de cada uno, y a recibir un trato digno de hombres y de ciudadanos.

Pero la Obra no les propone ningún camino concreto, ni económico, ni político, ni cultural. Cada uno de sus miembros tiene plena libertad para pensar y obrar como le parezca mejor en este terreno. En todo lo temporal los socios de la Obra son libérrimos: caben en el Opus Dei personas de todas las tendencias políticas, culturales, sociales y económicas que la conciencia cristiana puede admitir.

Yo no hablo nunca de política. Mi misión como sacerdote es exclusivamente espiritual. Por lo demás, aunque expresara alguna vez una opinión en lo temporal, los socios de la Obra no tendrían ninguna obligación de seguirla.

Nunca los directores de la Obra pueden imponer un criterio político o profesional a los demás miembros. Si alguna vez un socio del Opus Dei intentara hacerlo, o servirse de otros miembros para fines humanos, saldría expulsado sin miramientos, porque los demás socios se rebelarían legítimamente.

No he preguntado ni preguntaré jamás a ningún miembro de la Obra de qué partido es o qué doctrina política sostiene, porque me parecería un atentado a su legítima libertad. Y lo mismo hacen los directores del Opus Dei en todo el mundo.

Sé, sin embargo, que entre los miembros de la Obra —en España como en cualquier otro país— hay de hecho gran variedad de opiniones, y no tengo nada que decir en contra. Las respeto todas, como respetaré siempre cualquier opción temporal, tomada por un hombre que se esfuerza por obrar según su conciencia. Ese pluralismo no es, para la Obra, un problema. Por el contrario, es una manifestación de buen espíritu, que pone patente la legítima libertad de cada uno.

Si, como pretenden sus miembros, el Opus Dei es simplemente una asociación religiosa en la que cada individuo es libre de seguir sus propias opiniones, ¿cómo explica la creencia muy extendida de que el Opus Dei es una organización monolítica con unas posiciones muy definidas en asuntos temporales?

No me parece que esa opinión esté realmente muy extendida. Bastantes de los órganos más cualificados de la prensa internacional han reconocido el pluralismo de los socios de la Obra.

Ha habido, ciertamente, algunas personas que han sostenido esa opinión errónea a la que usted se refiere. Es posible que algunos, por motivos de diverso tipo, hayan difundido esa idea, aun sabiendo que no corresponde a la realidad. Pienso que, en muchos otros casos, puede deberse a falta de conocimiento, ocasionada quizá por las deficiencias de información: no estando bien informados, no es de extrañar que personas que no tienen interés suficiente para entrar en contacto personal con el Opus Dei e informarse bien, atribuyan a la Obra como tal las opiniones de unos pocos socios.

Lo cierto es que nadie que esté medianamente informado sobre los asuntos españoles puede desconocer la realidad del pluralismo existente entre los socios de la Obra. Usted mismo seguramente podría citar muchos ejemplos.

Otro factor puede ser el prejuicio subconsciente de personas que tienen mentalidad de partido único, en lo político o en lo espiritual. Los que tienen esta mentalidad y pretenden que todos opinen lo mismo que ellos, encuentran difícil creer que otros sean capaces de respetar la libertad de los demás. Atribuyen así a la Obra el carácter monolítico que tienen sus propios grupos.

Pero hablemos concretamente del caso de España. Los pocos socios del Opus Dei que, en este país, trabajan en puestos de trascendencia social o intervienen en la vida pública, lo hacen —como en todas las demás naciones— con libertad y responsabilidad personales, obrando cada uno según su conciencia. Esto explica que en la práctica hayan adoptado posturas diversas y, en tantas ocasiones, opuestas.

Quiero advertir, además, que hablar de presencia de personas que pertenecen al Opus Dei en la política española, como si constituyera un fenómeno especial, es una deformación de la realidad que desemboca en la calumnia. Porque los socios del Opus Dei que actúan en la vida pública española son una minoría en comparación con el total de católicos que intervienen activamente en este sector. Siendo católica la casi totalidad de la población española, es estadísticamente lógico que sean católicos quienes participen en la vida política. Más aún, en todos los niveles de la administración pública española —desde los ministros hasta los alcaldes— abundan los católicos provenientes de las más diversas asociaciones de fieles: algunas ramas de la Acción Católica, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, cuyo primer presidente fue el hoy cardenal Herrera, las Congregaciones Marianas, etc.

No quiero extenderme más sobre este asunto, pero aprovecho la ocasión para declarar una vez más que el Opus Dei no está vinculado a ningún país, a ningún régimen, a ninguna tendencia política, a ninguna ideología. Y que sus socios obran siempre, en las cuestiones temporales, con plena libertad, sabiendo asumir sus propias responsabilidades, y abominan de todo intento de servirse de la religión en beneficio de posturas políticas y de intereses de partido.

Las cosas sencillas son a veces difíciles de explicar. Por eso me he alargado un poco al responder a su pregunta. Conste, de todos modos, que las habladurías que comentábamos son ya cosa pasada. Esas calumnias están desde hace tiempo totalmente descalificadas: ya no las cree nadie. Nosotros, desde el primer momento, hemos actuado siempre a la luz del día —no había ningún motivo para obrar de otra manera—, explicando con claridad la naturaleza y los fines de nuestro apostolado, y todos los que han querido han podido conocer la realidad. De hecho, son muchísimas las personas —católicos y no católicos, cristianos y no cristianos— que ven con cariño y estima nuestra labor, y colaboran.

Por otra parte, el progreso de la historia de la Iglesia ha llevado a superar un cierto clericalismo, que tiende a desfigurar todo lo que se refiere a los laicos, atribuyéndoles segundas intenciones. Se ha hecho más fácil, ahora, entender que lo que el Opus Dei vivía y proclamaba era ni más ni menos que esto: la vocación divina del cristiano corriente, con un empeño sobrenatural preciso.

Espero que llegue un momento en el que la frase los católicos penetran en los ambientes sociales se deje de decir, y que todos se den cuenta de que es una expresión clerical. En cualquier caso, no se aplica para nada al apostolado del Opus Dei. Los socios de la Obra no tienen necesidad de penetrar en las estructuras temporales, por el simple hecho de que son ciudadanos corrientes, iguales a los demás, y por tanto ya estaban allí.

Si Dios llama al Opus Dei a una persona que trabaja en una fábrica, o en un hospital, o en el parlamento, quiere decir que, en adelante, esa persona estará decidida a poner los medios para santificar, con la gracia de Dios, esa profesión. No es más que la toma de conciencia de las exigencias radicales del mensaje evangélico, con arreglo a la vocación específica recibida.

Pensar que esa toma de conciencia signifique dejar la vida normal, es una idea legítima sólo para quienes reciben de Dios la vocación religiosa, con su contemptus mundi, con el desprecio o la desestima de las cosas del mundo; pero querer hacer de este abandono del mundo la esencia o la culminación del cristianismo es claramente una enormidad.

No es, pues, el Opus Dei el que introduce a sus socios en determinados ambientes; ya estaban allí, repito, y no tienen por qué salir. Además, las vocaciones al Opus Dei —que surgen de la gracia de Dios y de ese apostolado de amistad y de confidencia, del que antes hablaba— se dan en todos los ambientes.

Tal vez esa misma sencillez de la naturaleza y modo de obrar del Opus Dei sea una dificultad para quienes estén llenos de complicaciones, y parecen incapacitados para entender nada genuino y recto.

Naturalmente, siempre habrá quien no comprenda la esencia del Opus Dei, y esto no nos extraña, porque ya previno de estas dificultades el Señor a los suyos, comentándoles que non est discipulus super Magistrum (Mt 10, 24), no es el discípulo más que el Maestro. Nadie puede pretender que todos le aprecien, aunque sí tiene el derecho a que todos le respeten como persona y como hijo de Dios. Por desgracia, hay fanáticos que quieren imponer totalitariamente sus ideas, y éstos nunca captarán el amor que los socios del Opus Dei tienen a la libertad personal de los demás, y después a la propia libertad personal, siempre con personal responsabilidad.

Recuerdo una anécdota muy gráfica. En cierta ciudad de la que no sería delicado decir el nombre, el Ayuntamiento estaba deliberando la oportunidad de conceder una ayuda económica a una labor educativa dirigida por socios del Opus Dei, que como todas las obras corporativas que la Obra lleva a cabo tiene una función clara de utilidad social. La mayoría de los concejales estaban a favor de esa ayuda. Explicando las razones de esta postura, uno de ellos, socialista, comentaba que él había conocido personalmente la labor que se hacía en ese centro: «Es una actividad —dijo— que se caracteriza porque los que la dirigen son muy amigos de la libertad personal: en esa residencia viven estudiantes de todas las religiones y de todas las ideologías». Los concejales comunistas votaron en contra. Uno de ellos, explicando su voto negativo, dijo al socialista: «Me he opuesto porque, si están así las cosas, esa residencia constituye una eficaz propaganda del catolicismo».

Quien no respeta la libertad de los demás o desea oponerse a la Iglesia, no puede apreciar una labor apostólica. Pero aun en estos casos, yo, como hombre, estoy obligado a respetarle y a procurar encaminarle hacia la verdad; y, como cristiano, a amarle y a rezar por él.

Aclarado este punto, quisiera preguntarle: ¿cuáles son las características de la formación espiritual de los socios, que hacen que quede excluido cualquier tipo de interés temporal en el hecho de pertenecer al Opus Dei?

Todo interés que no sea puramente espiritual está radicalmente excluido, porque la Obra pide mucho —desprendimiento, sacrificio, abnegación, trabajo sin descanso en servicio de las almas—, y no da nada. Quiero decir que no da nada en el plano de los intereses temporales; porque en el plano de la vida espiritual da mucho: da medios para combatir y vencer en la lucha ascética, encamina por caminos de oración, enseña a tratar a Jesús como un hermano, a ver a Dios en todas las circunstancias de la vida, a sentirse hijo de Dios y, por tanto, comprometido a difundir su doctrina.

Una persona que no progrese por el camino de la vida interior, hasta comprender que vale la pena darse del todo, entregar la propia vida en servicio del Señor, no puede perseverar en el Opus Dei, porque la santidad no es una etiqueta, sino una profunda exigencia.

Por otra parte, el Opus Dei no tiene ninguna actividad de fines políticos, económicos o ideológicos: ninguna acción temporal. Sus únicas actividades son la formación sobrenatural de sus socios y las obras de apostolado, es decir, la continua atención espiritual a cada uno de sus socios, y las obras corporativas apostólicas de asistencia, de beneficencia, de educación, etc.

Los socios del Opus Dei se han unido sólo para seguir un camino de santidad, bien definido, y colaborar en determinadas obras de apostolado. Sus compromisos recíprocos excluyen cualquier tipo de interés terreno, por el simple hecho de que en este campo todos los socios del Opus Dei son libres, y por tanto cada uno va por su propio camino, con finalidades e intereses distintos y en ocasiones contrapuestos.

Como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad: es decir, el pluralismo. En el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado. Cuando observo entre los socios de la Obra tantas ideas diversas, tantas actitudes distintas —con respecto a las cuestiones políticas, económicas, sociales o artísticas, etc.—, ese espectáculo me da alegría, porque es señal de que todo funciona cara a Dios como es debido.

Unidad espiritual y variedad en las cosas temporales son compatibles cuando no reina el fanatismo y la intolerancia, y, sobre todo, cuando se vive de fe y se sabe que los hombres estamos unidos no por meros lazos de simpatía o de interés, sino por la acción de un mismo Espíritu, que haciéndonos hermanos de Cristo nos conduce hacia Dios Padre.

Un verdadero cristiano no piensa jamás que la unidad en la fe, la fidelidad al Magisterio y a la Tradición de la Iglesia, y la preocupación por hacer llegar a los demás el anuncio salvador de Cristo, esté en contraste con la variedad de actitudes en las cosas que Dios ha dejado, como suele decirse, a la libre discusión de los hombres. Más aún, es plenamente consciente de que esa variedad forma parte del plan divino, es querida por Dios que reparte sus dones y sus luces como quiere. El cristiano debe amar a los demás, y por tanto respetar las opiniones contrarias a las suyas, y convivir con plena fraternidad con quienes piensan de otro modo.

Precisamente porque los socios de la Obra se han formado según este espíritu, es imposible que nadie piense en aprovecharse del hecho de pertenecer al Opus Dei para obtener ventajas personales, o para intentar imponer a los demás opciones políticas o culturales: porque los demás no lo tolerarían, y le llevarían a cambiar de actitud o a dejar la Obra. Es este un punto en el que nadie en el Opus Dei podrá permitir jamás la menor desviación, porque debe defender no sólo su libertad personal, sino la naturaleza sobrenatural de la labor a la que se ha entregado. Pienso, por eso, que la libertad y la responsabilidad personales, son la mejor garantía de la finalidad sobrenatural de la Obra de Dios.

Pero a ese cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical, que ha de llevar a tres conclusiones:

a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal;

a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen —en materias opinables— soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene;

y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas.

Se ve claro que, en este terreno como en todos, no podríais realizar ese programa de vivir santamente la vida ordinaria, si no gozarais de toda la libertad que os reconocen —a la vez— la Iglesia y vuestra dignidad de hombres y de mujeres creados a imagen de Dios. La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis, hijos míos, que hablo siempre de una libertad responsable.

Interpretad, pues, mis palabras, como lo que son: una llamada a que ejerzáis —¡a diario!, no sólo en situaciones de emergencia— vuestros derechos; y a que cumpláis noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos —en la vida política, en la vida económica, en la vida universitaria, en la vida profesional—, asumiendo con valentía todas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independencia personal que os corresponde. Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de toda intolerancia, de todo fanatismo —lo diré de un modo positivo—, os hará convivir en paz con todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversos órdenes de la vida social.

Notas
2

Recordamos cuanto se ha dicho en la Presentación de este volumen sobre algunas respuestas, referentes a aspectos jurídicos y organizativos, que eran exactas y precisas en aquellos momentos en los que el Opus Dei no había aún recibido la configuración jurídica definitiva deseada por su fundador, y que hoy habría que completar con la breve explicación que en la misma Presentación se da.

Notas
2

Estas obras corporativas, de carácter netamente apostólico, las promueven —como acaba de señalar Mons. Escrivá de Balaguer— los miembros de la prelatura junto con otras personas. A la Prelatura del Opus Dei, que asume exclusivamente la responsabilidad de la orientación doctrinal y espiritual, no pertenecen ni las empresas propietarias de esas iniciativas, ni los correspondientes bienes muebles o inmuebles. Los fieles del Opus Dei que trabajan en esas labores lo hacen con libertad y responsabilidad personales, en plena conformidad con las leyes del país, y obteniendo de las autoridades el mismo reconocimiento que se concede a otras actividades similares de los demás ciudadanos.

Referencias a la Sagrada Escritura