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Hay 12 puntos en «Conversaciones» cuya materia es Opus Dei  → miembros.

Con no poca frecuencia, al hablar del laicado, se suele olvidar la realidad de la presencia de la mujer y con ello se desdibuja su papel en la Iglesia. Igualmente, al tratarse de la «promoción social de la mujer» se suele entender simplemente como presencia de la mujer en la vida pública. ¿Cómo entiende la misión de la mujer en la Iglesia y en el mundo?

Desde luego no veo ninguna razón por la cual al hablar del laicado —de su tarea apostólica, de sus derechos y deberes, etc.— se haya de hacer ningún tipo de distinción o discriminación con respecto a la mujer. Todos los bautizados —hombres y mujeres— participan por igual de la común dignidad, libertad y responsabilidad de los hijos de Dios. En la Iglesia existe esa radical unidad fundamental, que enseñaba ya San Pablo a los primeros cristianos: Quicumque enim in Christo baptizati estis, Christum induistis. Non est Iudaeus, neque Graecus: non est servus, neque liber: non est masculus, neque femina (Gal 3, 27-28); ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre, ni mujer.

Si se exceptúa la capacidad jurídica de recibir las sagradas órdenes —distinción que por muchas razones, también de derecho divino positivo, considero que se ha de retener—, pienso que a la mujer han de reconocerse plenamente en la Iglesia —en su legislación, en su vida interna y en su acción apostólica— los mismos derechos y deberes que a los hombres: derecho al apostolado, a fundar y dirigir asociaciones, a manifestar responsablemente su opinión en todo lo que se refiera al bien común de la Iglesia, etc. Ya sé que todo esto —que teóricamente no es difícil de admitir, si se consideran las claras razones teológicas que lo apoyan— encontrará de hecho la resistencia de algunas mentalidades. Aún recuerdo el asombro e incluso la crítica —ahora en cambio tienden a imitar, en esto como en tantas otras cosas— con que determinadas personas comentaron el hecho de que el Opus Dei procurara que adquiriesen grados académicos en ciencias sagradas también las mujeres que pertenecen a la Sección femenina de nuestra Asociación.

Pienso, sin embargo, que estas resistencias y reticencias irán cayendo poco a poco. En el fondo es sólo un problema de comprensión eclesiológica: darse cuenta de que la Iglesia no la forman sólo los clérigos y religiosos, sino que también los laicos —mujeres y hombres— son Pueblo de Dios y tienen, por Derecho divino, una propia misión y responsabilidad.

Pero quisiera añadir que, a mi modo de ver, la igualdad esencial entre el hombre y la mujer exige precisamente que se sepa captar a la vez el papel complementario de uno y otro en la edificación de la Iglesia y en el progreso de la sociedad civil: porque no en vano los creó Dios hombre y mujer. Esta diversidad ha de comprenderse no en un sentido patriarcal, sino en toda la hondura que tiene, tan rica de matices y consecuencias, que libera al hombre de la tentación de masculinizar la Iglesia y la sociedad; y a la mujer de entender su misión, en el Pueblo de Dios y en el mundo, como una simple reivindicación de tareas que hasta ahora hizo el hombre solamente, pero que ella puede desempeñar igualmente bien. Me parece, pues, que tanto el hombre como la mujer han de sentirse justamente protagonistas de la historia de la salvación, pero uno y otro de forma complementaria.

¿Querría usted explicar la misión central y los objetivos del Opus Dei? ¿En qué precedentes basó usted sus ideas sobre la Asociación? ¿O es el Opus Dei algo único, totalmente nuevo dentro de la Iglesia y de la Cristiandad? ¿Se le puede comparar con las órdenes religiosas y con los institutos seculares o con asociaciones católicas del tipo, por ejemplo, de la Holy Name Society, los Caballeros de Colón, el Christopher Movement, etc.?

El Opus Dei se propone promover entre personas de todas las clases de la sociedad el deseo de la perfección cristiana en medio del mundo. Es decir, el Opus Dei pretende ayudar a las personas que viven en el mundo —al hombre corriente, al hombre de la calle—, a llevar una vida plenamente cristiana, sin modificar su modo normal de vida, ni su trabajo ordinario, ni sus ilusiones y afanes.

Por eso, en frase que escribí hace ya muchos años, se puede decir que el Opus Dei es viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo. Es recordar a los cristianos las palabras maravillosas que se leen en el Génesis: que Dios creó al hombre para que trabajara. Nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que se pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una aldea. El trabajo no es sólo uno de los más altos de los valores humanos y medio con el que los hombres deben contribuir al progreso de la sociedad: es también camino de santificación.

¿A qué otras organizaciones podríamos compararlo? No es fácil encontrar una respuesta, pues al intentar comparar entre sí a organizaciones con fines espirituales se corre el riesgo de quedarse en rasgos externos o en denominaciones jurídicas, olvidando lo que es más importante: el espíritu que da vida y razón de ser a toda la labor.

Me limitaré a decirle que, con respecto a las que ha mencionado, está muy lejano de las órdenes religiosas y de los institutos seculares y más cercano de instituciones como la Holy Name Society.

El Opus Dei es una organización internacional de laicos, a la que pertenecen también sacerdotes seculares (una exigua minoría en comparación con el total de socios). Sus miembros son personas que viven en el mundo, en el que ejercen su profesión u oficio. Al acudir al Opus Dei no lo hacen para abandonar ese trabajo, sino al contrario buscando una ayuda espiritual con el fin de santificar su trabajo ordinario, convirtiéndolo también en medio para santificarse o para ayudar a los demás a santificarse. No cambian de estado —siguen siendo solteros, casados, viudos o sacerdotes—, sino que procuran servir a Dios y a los demás hombres dentro de su propio estado. Al Opus Dei no le interesan ni votos ni promesas, lo que pide de sus socios es que, en medio de las deficiencias y errores propios de toda vida humana, se esfuercen por practicar las virtudes humanas y cristianas, sabiéndose hijos de Dios.

Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe.

¿Querría describir cómo se ha desarrollado y evolucionado el Opus Dei, tanto en su carácter como en sus objetivos, desde su fundación, en un período que ha sido testigo de un enorme cambio dentro de la misma Iglesia?

Desde el primer momento el objetivo único del Opus Dei ha sido el que le acabo de describir: contribuir a que haya en medio del mundo hombres y mujeres de todas las razas y condiciones sociales que procuren amar y servir a Dios y a los demás hombres en y a través de su trabajo ordinario. Con el comienzo de la Obra en 1928, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, sino que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas. Las implicaciones de ese mensaje son muchas y la experiencia de la vida de la Obra me ha ayudado a conocerlas cada vez con más hondura y riqueza de matices. La Obra nació pequeña, y ha ido normalmente creciendo luego de manera gradual y progresiva, como crece un organismo vivo, como todo lo que se desarrolla en la historia.

Pero su objetivo y razón de ser no ha cambiado ni cambiará por mucho que pueda mudar la sociedad, porque el mensaje del Opus Dei es que se puede santificar cualquier trabajo honesto, sean cuales fueran las circunstancias en que se desarrolla.

Hoy forman parte de la Obra personas de todas las profesiones: no sólo médicos, abogados, ingenieros y artistas, sino también albañiles, mineros, campesinos; cualquier profesión: desde directores de cine y pilotos de reactores hasta peluqueras de alta moda. Para los socios del Opus Dei el estar al día, el comprender el mundo moderno, es algo natural e instintivo, porque son ellos —junto con los demás ciudadanos, iguales a ellos— los que hacen nacer ese mundo y le dan su modernidad.

Siendo éste el espíritu de nuestra Obra, comprenderá que ha sido una gran alegría para nosotros ver cómo el Concilio ha declarado solemnemente que la Iglesia no rechaza el mundo en que vive, ni su progreso y desarrollo, sino que lo comprende y ama. Por lo demás es una característica central de la espiritualidad que se esfuerzan por vivir —desde hace casi cuarenta años— los socios de la Obra, el saberse al mismo tiempo parte de la Iglesia y del Estado, asumiendo cada uno plenamente, por lo tanto, con toda libertad su individual responsabilidad de cristiano y de ciudadano.

¿Podría describir las diferencias que hay entre el modo en que el Opus Dei como Asociación cumple su misión y la forma en que los miembros del Opus Dei como individuos cumplen las suyas? Por ejemplo, ¿qué criterios hacen que se considere mejor que un proyecto sea realizado por la Asociación —un colegio o una casa de retiros—, o por personas individuales —una empresa editorial o comercial?

La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas que lo deseen, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en medio del mundo. Les hace conocer la doctrina de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia; les proporciona un espíritu que mueve a trabajar bien por amor de Dios y en servicio de todos los hombres. Se trata, en una palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo.

Cada uno de los socios se gana la vida y sirve a la sociedad con la profesión que tenía antes de venir al Opus Dei, y que ejercería si no perteneciese a la Obra. Así, unos son mineros, otros enseñan en escuelas o Universidades, otros son comerciantes, amas de casa, secretarias, campesinos. No hay ninguna actividad humana noble que no pueda ejercer un socio del Opus Dei. El que, por ejemplo, antes de pertenecer a nuestra Obra trabajaba en una actividad editorial o comercial, sigue haciéndolo después. Y si, con ocasión de ese trabajo o de cualquier otro, se busca un nuevo empleo, o decide, con sus compañeros de profesión, fundar una empresa cualquiera, es cosa en la que le corresponde decidir libremente, aceptando él personalmente los resultados de su trabajo y respondiendo personalmente también.

Toda la actuación de los Directores del Opus Dei se basa en un exquisito respeto de la libertad profesional de los socios: éste es un punto de importancia capital, del cual depende la existencia misma de la Obra, y que por tanto se vive con fidelidad absoluta. Cada socio puede trabajar profesionalmente en los mismos campos que si no perteneciera al Opus Dei, de manera que ni el Opus Dei en cuanto tal, ni ninguno de los demás miembros tienen nada que ver con el trabajo profesional que ese socio concreto desarrolla. A lo que los socios se comprometen al vincularse a la Obra es a esforzarse por buscar la perfección cristiana con ocasión y por medio de su trabajo, y a tener una más clara conciencia del carácter de servicio a la humanidad que debe tener toda vida cristiana.

La misión principal de la Obra —ya lo he dicho antes— es pues la de formar cristianamente a sus socios y a otras personas que deseen recibir esa formación. El deseo de contribuir a la solución de los problemas que afectan a la sociedad y a los cuales tanto puede aportar el ideal cristiano, lleva además a que la Obra en cuanto tal, corporativamente, desarrolle algunas actividades e iniciativas. El criterio en este campo es que el Opus Dei, que tiene fines exclusivamente espirituales, sólo puede realizar corporativamente aquellas actividades que constituyen de un modo claro e inmediato un servicio cristiano, un apostolado. Sería absurdo pensar que el Opus Dei en cuanto tal se pueda dedicar a extraer carbón de las minas o a promover cualquier género de empresas de tipo económico. Sus obras corporativas son todas actividades directamente apostólicas: una escuela para la formación de campesinos, un dispensario médico en una zona o en un país subdesarrollado, un colegio para la promoción social de la mujer, etc. Es decir, obras asistenciales, educativas o de beneficencia, como las que suelen realizar en todo el mundo instituciones de cualquier credo religioso.

Para llevar adelante estas labores se cuenta en primer lugar con el trabajo personal de los socios, que en ocasiones se dedican plenamente a ellas. Y también con la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no. Algunos se sienten movidos a colaborar por razones espirituales; otros, aunque no compartan los fines apostólicos, ven que se trata de iniciativas en beneficio de la sociedad, abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza, religión o ideología2.

Teniendo en cuenta que hay miembros del Opus Dei en los más diversos estratos de la sociedad y que algunos de ellos trabajan o dirigen empresas o grupos de cierta importancia, ¿puede pensarse que el Opus Dei intente coordinar esas actividades de acuerdo con alguna línea política, económica, etc.?

En modo alguno. El Opus Dei no interviene para nada en política; es absolutamente ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político, económico, cultural o ideológico. Sus fines —repito— son exclusivamente espirituales y apostólicos. De sus socios exige sólo que vivan en cristiano, que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del Evangelio. No se inmiscuye, pues, de ningún modo en las cuestiones temporales.

Si alguno no entiende esto se deberá quizá a que no entiende la libertad personal o a que no acierta a distinguir entre los fines exclusivamente espirituales para los que se asocian los miembros de la Obra y el amplísimo campo de las actividades humanas —la economía, la política, la cultura, el arte, la filosofía, etc.— en las que los socios del Opus Dei gozan de plena libertad y trabajan bajo su propia responsabilidad.

Desde el mismo momento en que se acercan a la Obra, todos los socios conocen bien la realidad de su libertad individual, de modo que si en algún caso alguno de ellos intentara presionar a los otros imponiendo sus propias opiniones en materia política o servirse de ellos para intereses humanos, los demás se rebelarían y lo expulsarían inmediatamente.

El respeto de la libertad de sus socios es condición esencial de la vida misma del Opus Dei. Sin él, no vendría nadie a la Obra. Es más. Si se diera alguna vez —no ha sucedido, no sucede y, con la ayuda de Dios, no sucederá jamás— una intromisión del Opus Dei en la política, o en algún otro campo de las actividades humanas, el primer enemigo de la Obra sería yo.

En España el Opus Dei se precia de reunir gente de todas las clases sociales. ¿Es válida esta afirmación para el resto del mundo o bien hay que admitir que en los restantes países los miembros del Opus Dei proceden más bien de ambientes ilustrados, como serían los estados mayores de la Industria, de la Administración, de la Política y de las Profesiones Liberales?

Pertenecen de hecho al Opus Dei, en España y en todo el mundo, personas de todas las condiciones sociales: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, obreros, industriales, empleados, campesinos, personas que ejercen profesiones liberales, etc. La vocación la da Dios, y para Dios no hay acepción de personas.

Pero el Opus Dei no se precia de ninguna cosa: las obras apostólicas no crecen con las fuerzas humanas, sino al soplo del Espíritu Santo. En una asociación que tenga una finalidad terrena, es lógico publicar estadísticas ostentosas sobre el número, condición y cualidades de los socios, y así suelen hacerlo de hecho las organizaciones que buscan un prestigio temporal, pero ese modo de obrar, cuando se busca la santificación de las almas, favorece la soberbia colectiva: y Cristo quiere la humildad de cada uno de los cristianos y de los cristianos todos.

Algunos lectores de Camino se extrañan de la afirmación contenida en el punto 28 de ese libro: «El matrimonio es para la clase de tropa y no para el Estado Mayor de Cristo.» ¿Puede verse ahí una apreciación peyorativa del matrimonio, que iría contra el deseo de la Obra de inscribirse en las realidades vivas del mundo moderno?

Le aconsejo leer el número anterior de Camino, donde se dice que el matrimonio es una vocación divina. No era nada frecuente oír afirmaciones como ésa en los alrededores de 1935. Sacar las consecuencias de las que usted habla, es no entender mis palabras. Con esa metáfora quería recoger lo que ha enseñado siempre la Iglesia sobre la excelencia y el valor sobrenatural del celibato apostólico. Y recordar al mismo tiempo a todos los cristianos que, en palabras de San Pablo, deben sentirse milites Christi, soldados de Cristo, miembros de ese Pueblo de Dios que realiza en la tierra una lucha divina de comprensión, de santidad y de paz. Hay en todo el mundo muchos miles de matrimonios que pertenecen al Opus Dei, o que viven según su espíritu, sabiendo bien que un soldado puede ser condecorado en la misma batalla en la que el general huyó vergonzosamente.

¿Cómo se va desarrollando el Opus Dei en otros países, aparte de España? ¿Cuál es su influencia en los Estados Unidos, Inglaterra, Italia, etc.?

Pertenecen actualmente al Opus Dei personas de sesenta y ocho nacionalidades, que trabajan en todos los países de América y Europa occidental y en algunos de África, Asia y Oceanía.

La influencia del Opus Dei en todos estos países es una influencia espiritual. Consiste esencialmente en ayudar a las personas que se acercan a nuestra labor a vivir más plenamente el espíritu evangélico en su vida ordinaria. Esas personas trabajan en los sitios más variados: hay entre ellos desde campesinos que cultivan la tierra en pueblos apartados de la Sierra andina, hasta banqueros de Wall Street. A todos ellos el Opus Dei les enseña que su trabajo corriente —sea humanamente humilde o brillante— es de un gran valor y puede ser un medio eficacísimo para amar y servir a Dios y a los demás hombres. Les enseña a querer a todos los hombres, a respetar su libertad, a trabajar —con plena autonomía, del modo que les parezca mejor— para borrar las incomprensiones y las intolerancias entre los hombres y para que la sociedad sea más justa. Esta es la única influencia del Opus Dei en cualquier lugar en que trabaja.

Refiriéndome a las labores sociales y educativas que la Obra como tal suele promover, le diré que responden en cada lugar a las condiciones concretas y a las necesidades de la sociedad. No tengo datos detallados sobre todas esas labores, porque, como comentaba antes, nuestra organización está muy descentralizada. Podría mencionar, como un ejemplo entre otros muchos posibles, Midtown Sports and Cultural Center en el Near West Side de Chicago, que ofrece programas educativos y deportivos a los habitantes del barrio. Parte importante de su labor consiste en promover la convivencia y el trato entre los distintos grupos étnicos que lo componen. Otra labor interesante en Estados Unidos se realiza en The Heights, en Washington, donde se llevan a cabo cursos de orientación profesional, programas especiales para estudiantes particularmente dotados, etc.

En Inglaterra se podría destacar la labor de residencias universitarias que ofrecen a los estudiantes no sólo un alojamiento, sino diversos programas para completar su formación cultural, humana y espiritual. Netherhall House en Londres es tal vez especialmente interesante por su carácter internacional. Han convivido en esa residencia universitarios de más de cincuenta países. Muchos de ellos no son cristianos, porque las casas del Opus Dei están abiertas a todos sin discriminación de raza ni religión.

Para no extenderme más, mencionaré sólo una labor, el Centro Internazionale della Gioventù lavoratrice en Roma. Este centro para la formación profesional de obreros jóvenes fue encomendado al Opus Dei por el Papa Juan XXIII e inaugurado por Paulo VI hace menos de un año.

En este marco, ¿cuál es la tarea que ha desarrollado y desarrolla el Opus Dei? ¿Qué relaciones de colaboración mantienen los socios con otras organizaciones que trabajan en este campo?

No me corresponde a mí dar un juicio histórico sobre lo que, por gracia de Dios, el Opus Dei ha hecho. Sólo he de afirmar que la finalidad, a la que el Opus Dei aspira, es favorecer la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado por parte de los cristianos que viven en medio del mundo, cualquiera que sea su estado o condición.

La Obra ha nacido para contribuir a que esos cristianos, insertos en el tejido de la sociedad civil —con su familia, sus amistades, su trabajo profesional, sus aspiraciones nobles—, comprendan que su vida, tal y como es, puede ser ocasión de un encuentro con Cristo: es decir, que es un camino de santidad y de apostolado. Cristo está presente en cualquier tarea humana honesta: la vida de un cristiano corriente —que quizá a alguno parezca vulgar y mezquina— puede y debe ser una vida santa y santificante.

En otras palabras: para seguir a Cristo, para servir a la Iglesia, para ayudar a los demás hombres a reconocer su destino eterno, no es indispensable abandonar el mundo o alejarse de él, ni tampoco hace falta dedicarse a una actividad eclesiástica; la condición necesaria y suficiente es la de cumplir la misión que Dios ha encomendado a cada uno, en el lugar y en el ambiente queridos por su Providencia.

Y como la mayor parte de los cristianos recibe de Dios la misión de santificar el mundo desde dentro, permaneciendo en medio de las estructuras temporales, el Opus Dei se dedica a hacerles descubrir esa misión divina, mostrándoles que la vocación humana —la vocación profesional, familiar y social— no se opone a la vocación sobrenatural: antes al contrario, forma parte integrante de ella.

El Opus Dei tiene como misión única y exclusiva la difusión de este mensaje —que es un mensaje evangélico— entre todas las personas que viven y trabajan en el mundo, en cualquier ambiente o profesión. Y a quienes entienden este ideal de santidad, la Obra facilita los medios espirituales y la formación doctrinal, ascética y apostólica, necesaria para realizarlo en la propia vida.

Los socios del Opus Dei no actúan en grupo, sino individualmente, con libertad y responsabilidad personales. No es por eso el Opus Dei una organización cerrada, o que de algún modo reúna a sus socios para aislarlos de los demás hombres. Las labores corporativas, que son las únicas que dirige la Obra1, están abiertas a todo tipo de personas, sin discriminación de ninguna clase: ni social, ni cultural, ni religiosa. Y los socios, precisamente porque deben santificarse en el mundo, colaboran siempre con todas las personas, con las que están en relación por su trabajo y por su participación en la vida cívica.

Forma parte esencial del espíritu cristiano no sólo vivir en unión con la Jerarquía ordinaria —Romano Pontífice y Episcopado—, sino también sentir la unidad con los demás hermanos en la fe. Desde muy antiguo he pensado que uno de los mayores males de la Iglesia en estos tiempos, es el desconocimiento que muchos católicos tienen de lo que hacen y opinan los católicos de otros países o de otros ámbitos sociales. Es necesario actualizar esa fraternidad, que tan hondamente vivían los primeros cristianos. Así nos sentiremos unidos, amando al mismo tiempo la variedad de las vocaciones personales; y se evitarán no pocos juicios injustos y ofensivos, que determinados pequeños grupos propagan —en nombre del catolicismo—, en contra de sus hermanos en la fe, que obran en realidad rectamente y con sacrificio, atendidas las circunstancias particulares de su país.

Es importante que cada uno procure ser fiel a la propia llamada divina, de tal manera que no deje de aportar a la Iglesia lo que lleva consigo el carisma recibido de Dios. Lo propio de los socios del Opus Dei —cristianos corrientes— es santificar el mundo desde dentro, participando en las más diversas tareas humanas. Como su pertenencia a la Obra no cambia en nada su posición en el mundo, colaboran, de la manera adecuada en cada caso, en las celebraciones religiosas colectivas, en la vida parroquial, etc. También en este sentido son ciudadanos corrientes, que quieren ser buenos católicos.

Sin embargo, los socios de la Obra no se suelen dedicar, de ordinario, a trabajar en actividades confesionales. Sólo en casos de excepción, cuando lo pide expresamente la Jerarquía, algún miembro de la Obra colabora en labores eclesiásticas. No hay en esa actitud ningún deseo de distinguirse, ni menos aún de desconsideración por las labores confesionales, sino tan sólo la decisión de ocuparse de lo que es propio de la vocación al Opus Dei. Hay ya muchos religiosos y clérigos, y también muchos laicos llenos de celo, que llevan adelante esas actividades, dedicando a ellas sus mejores esfuerzos.

Lo propio de los socios de la Obra, la tarea a la que se saben llamados por Dios es otra. Dentro de la llamada universal a la santidad, el miembro del Opus Dei recibe además una llamada especial, para dedicarse libre y responsablemente a buscar la santidad y hacer apostolado en medio del mundo, comprometiéndose a vivir un espíritu específico y a recibir, a lo largo de toda su vida, una formación peculiar. Si desatendieran su trabajo en el mundo, para ocuparse de las labores eclesiásticas, harían ineficaces los dones divinos recibidos, y por la ilusión de una eficacia pastoral inmediata producirían un daño real a la Iglesia: porque no habría tantos cristianos dedicados a santificarse en todas las profesiones y oficios de la sociedad civil, en el campo inmenso del trabajo secular.

Además, la necesidad exigente de la continua formación profesional y de la formación religiosa, junto con el tiempo dedicado personalmente a la piedad, a la oración y al cumplimiento sacrificado de los deberes de estado, coge toda la vida: no hay horas libres.

¿Por qué hay sacerdotes en una institución marcadamente laical como es el Opus Dei? ¿Todo miembro del Opus Dei puede llegar a ser sacerdote, o sólo aquellos que son elegidos por los directores?

La vocación al Opus Dei puede recibirla cualquier persona que quiera santificarse en el propio estado: sea soltero, casado o viudo; sea laico o clérigo.

Por eso al Opus Dei se asocian también sacerdotes diocesanos, que siguen siendo sacerdotes diocesanos igual que antes, puesto que la Obra les ayuda a tender a la perfección cristiana propia de su estado, mediante la santificación de su trabajo ordinario, que es precisamente el ministerio sacerdotal al servicio de su propio Obispo, de la diócesis y de la Iglesia entera. También en su caso la vinculación al Opus Dei no modifica para nada su condición: continúan plenamente dedicados a las misiones que les confíe el respectivo Ordinario y a los otros apostolados y actividades que deben realizar, sin que jamás se interfiera la Obra en esas tareas; y se santifican practicando lo más perfectamente posible las virtudes propias de un sacerdote.

Además de esos sacerdotes, que se incorporan al Opus Dei después de haber recibido las sagradas órdenes, hay en la Obra otros sacerdotes seculares que reciben el sacramento del Orden después de pertenecer al Opus Dei, al que se vincularon por tanto siendo laicos, cristianos corrientes. Se trata de un número muy restringido en comparación al total de socios —no llegan al dos por ciento—, y se dedican a servir los fines apostólicos del Opus Dei con el ministerio sacerdotal, renunciando más o menos, según los casos, al ejercicio de la profesión civil que tenían. Son, en efecto, profesionales o trabajadores, llamados al sacerdocio después de haber adquirido una competencia profesional y de haber trabajado durante años en su ocupación propia: médico, ingeniero, mecánico, campesino, maestro, periodista, etc. Hacen además, con la máxima profundidad y sin prisas, los estudios en las correspondientes disciplinas eclesiásticas hasta conseguir un doctorado. Y eso sin perder la mentalidad característica del ambiente de la propia profesión civil; de modo que, cuando reciben las sagradas órdenes, son médicos-sacerdotes, abogados-sacerdotes, obreros-sacerdotes, etc.

Su presencia es necesaria para el apostolado del Opus Dei. Este apostolado lo desarrollan fundamentalmente los laicos, como ya he dicho. Cada socio procura ser apóstol en su propio ambiente de trabajo, acercando las almas a Cristo mediante el ejemplo y la palabra: el diálogo. Pero en el apostolado, al conducir a las almas por los caminos de la vida cristiana, se llega al muro sacramental. La función santificadora del laico tiene necesidad de la función santificadora del sacerdote, que administra el sacramento de la Penitencia, celebra la Eucaristía y proclama la Palabra de Dios en nombre de la Iglesia. Y como el apostolado del Opus Dei presupone una espiritualidad específica, es necesario que el sacerdote dé también un testimonio vivo de ese espíritu peculiar.

Además de ese servicio a los otros socios de la Obra, esos sacerdotes pueden realizar, y realizan de hecho, un servicio a otras muchas almas. El celo sacerdotal, que informa sus vidas, les debe llevar a no permitir que nadie pase a su lado sin recibir algo de la luz de Cristo. Más aún, el espíritu del Opus Dei, que no sabe de grupitos ni de distinciones, les impulsa a sentirse íntima y eficazmente unidos a sus hermanos los otros sacerdotes seculares: se sienten y son de hecho sacerdotes diocesanos en todas las diócesis donde trabajan, y a las que procuran servir con empeño y eficacia.

Quiero hacer notar, porque es una realidad muy importante, que esos socios laicos del Opus Dei que reciben la ordenación sacerdotal, no cambian su vocación. Cuando abrazan el sacerdocio, respondiendo libremente a la invitación de los directores de la Obra, no lo hacen con la idea de que así se unen más a Dios o tienden más eficazmente a la santidad: saben perfectamente que la vocación laical es plena y completa en sí misma, que su dedicación a Dios en el Opus Dei era desde el primer momento un camino claro para alcanzar la perfección cristiana. La ordenación sacerdotal no es, por eso, en modo alguno una especie de coronación de la vocación al Opus Dei: es una llamada que se hace a algunos, para servir de un modo nuevo a los demás. Por otra parte, en la Obra no hay dos clases de socios, clérigos y laicos: todos son y se sienten iguales, y todos viven el mismo espíritu: la santificación en el propio estado3.

Quienes han seguido a Jesucristo —conmigo, pobre pecador— son: un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión o un oficio laical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo —que así confirman su obediencia a sus respectivos Obispos y su amor y la eficacia de su trabajo diocesano—, siempre con los brazos abiertos en cruz para que todas las almas quepan en sus corazones, y que están como yo en medio de la calle, en el mundo, y lo aman; y la gran muchedumbre formada por hombres y por mujeres —de diversas naciones, de diversas lenguas, de diversas razas— que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad —repito—, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares.

También las obras, que —en cuanto asociación— promueve el Opus Dei, tienen esas características eminentemente seculares: no son obras eclesiásticas. No gozan de ninguna representación oficial de la Sagrada Jerarquía de la Iglesia. Son obras de promoción humana, cultural, social, realizadas por ciudadanos, que procuran iluminarlas con las luces del Evangelio y caldearlas con el amor de Cristo. Un dato os lo aclarará: el Opus Dei, por ejemplo, no tiene ni tendrá jamás como misión regir Seminarios diocesanos, donde los Obispos instituidos por el Espíritu Santo8 preparan a sus futuros sacerdotes.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
2

Estas obras corporativas, de carácter netamente apostólico, las promueven —como acaba de señalar Mons. Escrivá de Balaguer— los miembros de la prelatura junto con otras personas. A la Prelatura del Opus Dei, que asume exclusivamente la responsabilidad de la orientación doctrinal y espiritual, no pertenecen ni las empresas propietarias de esas iniciativas, ni los correspondientes bienes muebles o inmuebles. Los fieles del Opus Dei que trabajan en esas labores lo hacen con libertad y responsabilidad personales, en plena conformidad con las leyes del país, y obteniendo de las autoridades el mismo reconocimiento que se concede a otras actividades similares de los demás ciudadanos.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
1

Cfr. nota al n. 27.

Notas
3

Mons. Escrivá de Balaguer habla en esta respuesta de dos modos en que los sacerdotes seculares pueden pertenecer al Opus Dei:

   a) los sacerdotes que provienen de los miembros seglares del Opus Dei, que son llamados a las sagradas órdenes por el prelado, que se incardinan en la prelatura y constituyen su presbiterio. Se dedican fundamentalmente, aunque no exclusivamente, a la atención pastoral de los fieles incorporados al Opus Dei y, junto con estos, llevan a cabo el apostolado específico de difundir, en todos los ambientes de la sociedad, una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado (cfr. Presentación);

   b) los sacerdotes seculares ya incardinados en alguna diócesis pueden participar también de la vida espiritual del Opus Dei, como señala Mons. Escrivá de Balaguer al inicio de esta respuesta, asociándose a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que está intrínsecamente unida a la prelatura, y de la que es presidente general el prelado del Opus Dei. Cfr. el texto de la Presentación, donde hay una sucinta explicación de esta asociación sacerdotal, en los precisos términos jurídicos que aún no podía utilizar Mons. Escrivá de Balaguer al conceder esta entrevista.

Referencias a la Sagrada Escritura