Lista de puntos

Hay 2 puntos en «En diálogo con el Señor» cuya materia es Secularidad.

Hace unos días, leyendo en la misa un pasaje del libro de los Reyes, me vino a la mente y al corazón el pensamiento de la sencillez que el Señor nos pide en esta vida, que es la misma que vivió José. Cuando Naamán, aquel general de Siria, va por fin a ver a Eliseo para ser curado de su lepra, el profeta le pide una cosa sencilla: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne recobrará la salud, y quedarás limpio»1. Aquel hombre arrogante piensa: ¿acaso los ríos de mi tierra no son de agua tan buena como los de esta tierra de Eliseo? ¿Para eso me he movido yo de Damasco? Esperaba algo llamativo, extraordinario. ¡Y no! Estás manchado; ve y lávate, le dice el profeta. No una vez sola, sino bastantes: siete. Yo pienso que es como una figura de los sacramentos.

Todo esto me recordó la vida sencilla, oculta, de José, que no hace más que cosas ordinarias. San José pasa totalmente inadvertido. La Sagrada Escritura apenas nos habla de él. Pero nos lo muestra realizando la labor de jefe de familia.

Por eso también, si San José es Patrono para nuestra vida interior, si es acicate para nuestro andar contemplativo, si es su trato un bien para todos los hijos y las hijas de Dios en su Opus Dei; para los que en la Obra tienen función de gobierno, San José me parece un ejemplo excelente. No interviene sino cuando es necesario, y entonces lo hace con fortaleza y sin violencia. Este es José.

No os extrañe, pues, que la misa de su fiesta comience diciendo: «Iustus ut palma florebit»2. Así ha florecido la santidad de José. «Sicut cedrus Lybani multiplicabitur»3. Pienso en vosotros. Cada uno en el Opus Dei es como un gran padre o madre de familia, y tiene la preocupación de tantas y tantas almas en el mundo. Cuando explico a las hijas o hijos míos jóvenes que, en la labor de San Rafael, deben tratar especialmente a tres o cuatro o cinco amigos; que de esos amigos quizá sólo hay dos que encajarán, pero que después cada uno de ellos traerá tres o cuatro más, cogidos de cada dedo, ¿qué es esto sino florecer como el justo y multiplicarse como los cedros del Líbano?

«Plantatus in domo Domini: in atriis domus Dei nostri»4. Como José, todos los hijos míos están seguros, con el alma dentro de la casa del Señor. Y esto viviendo en medio de la calle, en medio de los afanes del mundo, sintiendo las preocupaciones de sus colegas, de los demás ciudadanos, nuestros iguales.

No es de extrañar que la liturgia de la Iglesia aplique al Santo Patriarca estas palabras del libro de la Sabiduría: «Dilectus Deo et hominibus, cuius memoria in benedictione est»5. Nos dice que es amado del Señor, y nos lo pone como modelo. Y nos invita también a que los buenos hijos de Dios –aunque seamos unos pobres hombres, como lo soy yo– bendigamos a este hombre santo, maravilloso, joven, que es el Esposo de María. Me lo han esculpido viejo, en un relieve del oratorio del Padre. ¡Y no! Lo he hecho pintar, joven, como me lo imagino yo, en otros lugares; quizá con algunos años más que la Virgen, pero joven, fuerte, en la plenitud de la edad. En esa forma clásica de representar a San José anciano, late el pensamiento –demasiado humano– de que una persona joven no tiene facilidad para vivir la virtud de la pureza. No es cierto. El pueblo cristiano le llama Patriarca, pero yo lo veo así: joven de corazón y de cuerpo, y anciano en las virtudes; y, por eso, joven también en el alma.

«Glorificavit illum in conspectu regum, et iussit illi coram populo suo, et ostendit illi gloriam suam»6. No lo olvidemos: el Señor quiere glorificarle. Y nosotros lo hemos metido en la entraña de nuestro hogar haciéndole también Patriarca de nuestra casa. Por eso la fiesta más solemne e íntima de nuestra familia, aquella en la que nos reunimos todos los socios de la Obra pidiendo a Jesús, Salvador nuestro, que envíe obreros a su mies, está especialmente dedicada al Esposo de María. Entonces es también mediador; entonces es el amo de la casa; entonces descansamos en su prudencia, en su pureza, en su cariño, en su poder. ¿Cómo no va a ser poderoso, Nuestro Padre y Señor San José?

Por otra parte, San José es, después de Santa María, la criatura que ha tratado a Jesús en la tierra con más intimidad. Gozo con esas oraciones que la Iglesia recomienda a la piedad de los sacerdotes, para antes y después de la Misa. Allí se recuerda que San José cuidaba del Hijo de Dios lo mismo que nuestros padres de nosotros: venían ya cuando nos estaban vistiendo, nos acariciaban, nos apretaban contra su pecho, y nos daban unos besos tan fuertes que a veces nos hacían daño.

¿Os imagináis a San José, que amaba tanto a la Santísima Virgen y sabía de su integridad sin mancha? ¡Cuánto sufriría viendo que esperaba un hijo! Sólo la revelación de Dios Nuestro Señor, por medio de un Ángel, le tranquilizó. Había buscado una solución prudente: no deshonrarla, marcharse sin decir nada. Pero ¡qué dolor!, porque la amaba con toda el alma. ¿Os imagináis su alegría, cuando supo que el fruto de aquel vientre era obra del Espíritu Santo?

¡Amad a Jesús y a su Madre Santísima! Hace un año me enviaron una imagen antigua de marfil, preciosa, que representa a la Santísima Virgen embarazada. A mí me emociona. Me conmueve la humildad de Dios, que quiere estar encerrado en las entrañas de María, como nosotros en el seno de nuestra madre, durante el tiempo debido, igual que una criatura cualquiera, porque es perfectus Homo, perfecto hombre, siendo también perfectus Deus, perfecto Dios: la segunda Persona de la Santísima Trinidad.

¿No os conmueve esta humildad de Dios? ¿No os llena de amor saber que se ha hecho hombre y no ha querido ningún privilegio? Como Él, tampoco nosotros deseamos privilegios. Queremos ser personas corrientes y molientes; queremos ser ciudadanos como los demás. ¡Esto es una maravilla! Nos encontramos muy a gusto en el hogar de Jesús, María y José, que pasan inadvertidos.

Cuando voy a un oratorio nuestro donde está el Tabernáculo, digo a Jesús que le amo, e invoco a la Trinidad. Después doy gracias a los Ángeles que custodian el Sagrario, adorando a Cristo en la Eucaristía. ¿No imagináis que en aquella casa de Nazaret, y antes en Belén, en la huida a Egipto y en la vuelta, con el miedo de perder a Jesús porque reinaba el hijo de un monarca cruel, los Ángeles contemplarían pasmados el anonadamiento del Señor, ese querer aparecer sólo como hombre? No amaremos bastante a Jesús si no le damos gracias con todo el corazón porque ha querido ser perfectus Homo.

Notas
1

2 R 5,10.

2

Ant. ad Intr. (Sal 92[91],13).

3

Ibid.

4

Ant. ad Intr. (Sal 92[91],14).

5

Ep. (Si 45,1).

6

Ep. (Si 45,3).

Referencias a la Sagrada Escritura