Lista de puntos

Hay 8 puntos en «Cartas II» cuya materia es Secularidad.

Con especial cuidado procedemos así, cuando se trata de vocaciones al estado religioso. Desde el primer momento de la fundación del Opus Dei, he visto la Obra como una institución cuyos miembros no pueden ser religiosos, ni vivir ad instar religiosorum –a la manera de los religiosos–, ni ser equiparados a los religiosos de ningún modo.

Y esto, no por falta de afecto a los religiosos, que amo y venero con todas mis fuerzas; tanto, hijos míos, que puedo repetir con absoluta sinceridad, refiriéndome a esas almas, las mismas palabras de San Pablo a los fieles de Filipos: testis enim mihi est Deus, quomodo cupiam omnes vos in visceribus Iesu Christi80; Dios me es testigo de cuánto les amo, en las entrañas de Jesucristo.

Veneramos y respetamos profundamente la vocación sacerdotal y la religiosa, y toda la labor inmensa que los religiosos han realizado y realizarán en servicio de la Iglesia: por eso no sería buen hijo mío quien no tuviera este espíritu.

Pero, al mismo tiempo, repetimos que nuestra llamada y nuestra labor –porque son una invitación a permanecer en el mundo, y porque nuestras tareas apostólicas se hacen en y desde las actividades seculares– se diferencian totalmente de la vocación y de la labor encomendada a los religiosos.

Os habéis entregado al Señor con la condición precisa de no cambiar de estado –de no ser religiosos, ni personas asimiladas a los religiosos–, de permanecer en medio del mundo en perfecta comunión de vida y de tarea con los demás fieles del pueblo de Dios, iguales a vosotros.

El trabajo que ponemos por obra, la mentalidad y los medios con que lo llevamos a cabo, las circunstancias en las que lo realizamos, y la formación y la ascética específicas que nos preparan para esa labor, son cosas que no se dan en el planteamiento teológico y jurídico del estado religioso.

Características de nuestro servicio

Cerremos, sin embargo, este paréntesis, porque no quiero alargar mucho esta Carta, y he de haceros todavía bastantes consideraciones sobre algunas características de nuestro servicio al Señor y a las almas.

Lo primero que deseo haceros notar –aunque me lo habéis oído muchas veces– es que nuestra tarea, hijas e hijos queridísimos, es una labor secular, laical, de ciudadanos corrientes –iguales a los otros ciudadanos, y no como los otros ciudadanos– que buscan su santidad y hacen apostolado en y desde los quehaceres profesionales, en los que están empeñados en medio del mundo.

Nadie habrá que se atreva a hacer una declaración, diciendo que los seglares no pueden cristianizar las actividades en que cada día intervienen. Pero –al mismo tiempo– no faltarán quienes no estén en condiciones de comprender a los que tratan de poner en práctica ese modo sencillo, natural y divino, de santificarse y de trabajar apostólicamente.

Por esa razón, la novedad del Opus Dei no puede ser juzgada justamente con la mentalidad de los que están acostumbrados a estudiar solo problemas de la vida clerical o de la vida religiosa; y no están habituados a investigar o a meditar en la realidad seglar, en la vida del cristiano corriente: que debe vivir desprendido del mundo, pero al mismo tiempo en el mundo, amándolo, injertado en los quehaceres temporales, ejercitando el trabajo del que vive y –en nuestro caso– del que hubiera vivido si no fuera del Opus Dei.

Con una mentalidad así, es fácil que vuestra perseverancia en el trabajo profesional –sin pararse en fatigas ni en cansancios– sea incluso interpretada como ambición de mando o de cargos, cuando se trata en cambio solamente de buscar la santificación en ese trabajo, realizándolo con la mayor perfección posible –también humanamente–, por amor de Dios y para acercar las almas a Cristo y a su Iglesia, en una abnegada, difícil y humilde misión de amistad y de servicio.

No se nos puede considerar como aficionados, igual que a algunos religiosos o sacerdotes que ejercen oficios seculares o cultivan ciencias profanas marginalmente, desvirtuando más o menos, en algunos casos, su vocación sacerdotal o religiosa e incluso la misma labor científica o profesional que les es ajena.

Vosotros os movéis en el plano de las relaciones temporales, sociales y profesionales; y es a través de vuestro trabajo, individualmente o en las organizaciones que reúnen a los hombres –por motivos de carácter cultural, científico, político, económico, etc.–, donde dais doctrina y vida interior, llevando a vuestros amigos y colegas al encuentro con Jesucristo.

De ese modo, metidos, por derecho y por deber, en todas las actividades humanas, podréis –cada uno personalmente– defender eficacísimamente no solo los intereses de la Iglesia y su doctrina –que ha de iluminar la cultura, las ciencias, las artes–, sino también la propia vida y la libertad de todos los católicos y de todas las asociaciones, familias y organizaciones nobles, a la vez que defendéis la libertad de todos los hombres.

Libertad y responsabilidad

Por eso no os canséis de predicar el amor a la libertad, y demostradlo trabajando con responsabilidad personal en todas las tareas de los hombres. Insisto en que la Obra, como tal, no tiene nada que ver con esas actividades; a la Obra corresponde solo mantener el vigor de vuestra vida interior y ayudaros a conocer la doctrina de Jesucristo, para que podáis hacer en todo lugar el servicio que Dios nos pide.

Un servicio generoso, hecho –como vengo repitiéndoos– con mentalidad laical: con la mentalidad que tiene un profesional cristiano, que no se sirve del nombre de un santo, para vender kilos de novecientos gramos; ni usa en vano el nombre de la Iglesia, para medrar económica o socialmente.

Habéis de servir a las almas, en una palabra, sabiéndoos mayores de edad; y estando dispuestos a dar razón de vuestros actos, sin involucrar en vuestra actividad de ciudadanos ni a la Esposa de Jesucristo ni a la Obra.

Este modo laical de servir a la Iglesia vige también en las labores que, con fines exclusivamente apostólicos, promueve la Obra, como corporación: son labores que tienen por objeto dar a conocer mejor la doctrina del Señor, que abarcan toda la gama de actividades lícitas que pueda hacer un grupo de ciudadanos, y que es, por tanto, una tarea también profesional.

Sabéis que, como consecuencia, no damos nunca a estas obras de apostolado corporativo, ni a ninguno de nuestros Centros, el apelativo de católicos o el nombre de un santo patrón: de esta manera, se pone mejor de manifiesto el carácter laical de nuestro trabajo, a la vez que no se oculta en absoluto su contenido apostólico.

Seguiremos este modo de proceder, aunque lleve consigo sacrificios económicos no pequeños: en estados católicos, por ejemplo, los institutos, los colegios, etc., dirigidos por la Iglesia o llevados por religiosos, suelen gozar de no pocas ventajas, entre las que se encuentran la exención total o parcial de impuestos, o determinadas ayudas financieras. Siempre que lo podamos hacer, renunciaremos de buen grado a esos privilegios –que, por otra parte, no a todos gustan–, con tal de no perder nuestra manera laical de trabajar y de servir a la Iglesia.

Ese criterio, sin embargo, tendrá también su contrapartida, porque si esas obras fueran oficialmente católicas, algunos fieles –así están las cosas objetivamente– y sobre todo muchos no católicos dejarían de colaborar en ellas, e incluso los hijos míos que las dirigieran se verían molestados por muchos que les pedirían un dinero que no tienen, porque tampoco faltan los que, con una mentalidad deformada, acuden a los apostolados católicos para medrar, como las moscas a la miel.

Notas
80

Flp 1,8.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas

Sobre la relación entre clericalismo y diletantismo y su diferencia con la labor científica o profesional de algunos sacerdotes o religiosos, ver glosario (N. del E.).