Lista de puntos

Hay 10 puntos en «Surco» cuya materia es Mortificación → mortificación interior .

Cuando está en juego la defensa de la verdad, ¿cómo se puede desear no desagradar a Dios y, al mismo tiempo, no chocar con el ambiente? Son cosas antagónicas: ¡o lo uno o lo otro! Es preciso que el sacrificio sea holocausto: hay que quemarlo todo…, hasta el “qué dirán”, hasta eso que llaman reputación.

¡Qué claramente veo ahora que la “santa desvergüenza” tiene su raíz, muy honda, en el Evangelio! Cumple la Voluntad de Dios…, acordándote de Jesús difamado, de Jesús escupido y abofeteado, de Jesús llevado ante los tribunales de hombrecillos…, ¡¡y de Jesús callado!! —Propósito: abajar la frente a los ultrajes y —contando también con las humillaciones que, sin duda, vendrán— proseguir la tarea divina, que el Amor Misericordioso de Nuestro Señor ha querido encomendarnos.

No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el centro: si te duele el estómago, si te cansas, si te han dicho esto o aquello…

—¿Has probado a pensar en El y, por El, en los demás?

Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. —Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.

Te daré un medio seguro para superar esos temores —¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!—: “desprécialos”, quita de tu memoria esos recuerdos. Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: “¡no vuelvas la cara atrás!”

Si la imaginación bulle alrededor de ti mismo, crea situaciones ilusorias, composiciones de lugar que, de ordinario, no encajan con tu camino, te distraen tontamente, te enfrían, y te apartan de la presencia de Dios. —Vanidad.

Si la imaginación revuelve sobre los demás, fácilmente caes en el defecto de juzgar —cuando no tienes esa misión—, e interpretas de modo rastrero y poco objetivo su comportamiento. —Juicios temerarios.

Si la imaginación revolotea sobre tus propios talentos y modos de decir, o sobre el clima de admiración que despiertas en los demás, te expones a perder la rectitud de intención, y a dar pábulo a la soberbia.

Generalmente, soltar la imaginación supone una pérdida de tiempo, pero, además, cuando no se la domina, abre paso a un filón de tentaciones voluntarias.

—¡No abandones ningún día la mortificación interior!

Podría portarme mejor, ser más decidido, derrochar más entusiasmo… ¿Por qué no lo hago?

Porque —perdona mi franqueza— eres un majadero: el diablo conoce de sobra que una de las puertas del alma peor guardadas es la de la tontería humana: la vanidad. Por ahí carga ahora con todas sus fuerzas: recuerdos pseudosentimentales, complejo de oveja negra en su visión histérica, impresión de una hipotética falta de libertad…

¿A qué esperas para enterarte de la sentencia del Maestro: vigilad y orad, porque no sabéis ni el día ni la hora?

Hay almas que parecen empeñadas en inventarse sufrimientos, torturándose con la imaginación.

Después, cuando llegan penas y contradicciones objetivas, no saben estar como la Santísima Virgen, al pie de la Cruz, con la mirada pendiente de su Hijo.

Acostúmbrate a hablar cordialmente de todo y de todos; en particular, de cuantos trabajan en el servicio de Dios.

Y cuando no sea posible, ¡calla!: también los comentarios bruscos o desenfadados pueden rayar en la murmuración o en la difamación.

Decía un muchachote que acababa de entregarse más íntimamente a Dios: “ahora lo que me hace falta es hablar menos, visitar enfermos y dormir en el suelo”.

—Aplícate el cuento.

¡De los sacerdotes de Cristo no se ha de hablar más que para alabarles!

—Deseo con toda mi alma que mis hermanos y yo lo tengamos muy en cuenta, para nuestra conducta diaria.

Referencias a la Sagrada Escritura
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