Lista de puntos

Hay 24 puntos en «Surco» cuya materia es Caridad → caridad y verdad.

En el apostolado de amistad y confidencia, el primer paso es la comprensión, el servicio…, y la santa intransigencia en la doctrina.

Tienes que aprender a disentir —cuando sea preciso— de los demás, con caridad, sin hacerte antipático.

Cortesía siempre, con todos. Pero, especialmente, con los que se presentan como adversarios —tú no tengas enemigos—, cuando trates de sacarles de su error.

¿Será cierto que —desgraciadamente— abundan los que faltan a la justicia con sus calumnias y, después, invocan la caridad y la honradez, para que su víctima no pueda defenderse?

¡Triste ecumenismo el que está en boca de católicos que maltratan a otros católicos!

¡Qué equivocada visión de la objetividad! Enfocan las personas o las tareas con las deformadas lentes de sus propios defectos y, con ácida desvergüenza, critican o se permiten vender consejos.

—Propósito concreto: al corregir o al aconsejar, hablar en la presencia de Dios, aplicando esas palabras a nuestra conducta.

No recurras jamás al método —siempre deplorable— de organizar agresiones calumniosas contra nadie… Mucho menos en nombre de motivos moralizadores, que nunca justifican una acción inmoral.

¿Por qué, entre diez maneras de decir que “no”, has de escoger siempre la más antipática? —La virtud no desea herir.

¿Reprender?… Muchas veces es necesario. Pero enseñando a corregir el defecto. Nunca, por un desahogo de tu mal carácter.

Cuando hay que corregir, se ha de actuar con claridad y amabilidad; sin excluir una sonrisa en los labios, si procede. Nunca —o muy rara vez—, por la tremenda.

¿Te sientes depositario del bien y de la verdad absoluta y, por tanto, investido de un título personal o de un derecho a desarraigar el mal a toda costa?

—Por ese camino no arreglarás nada: ¡sólo por Amor y con amor!, recordando que el Amor te ha perdonado y te perdona tanto.

Por caridad cristiana y por elegancia humana, debes esforzarte en no crear un abismo con nadie…, en dejar siempre una salida al prójimo, para que no se aleje aún más de la Verdad.

La violencia no es buen sistema para convencer…, y mucho menos en el apostolado.

El violento pierde siempre, aunque gane la primera batalla…, porque acaba rodeado de la soledad de su incomprensión.

No me explico tu enfado, ni tu desencanto. Te han correspondido con tu misma moneda: el deleite en las injurias, a través de la palabra y de las obras.

Aprovecha la lección y, en adelante, no me olvides que también tienen corazón los que contigo conviven.

Aprende a decir que no, sin herir innecesariamente, sin recurrir al rechazo tajante, que rasga la caridad.

—¡Recuerda que estás siempre delante de Dios!

Acostúmbrate a hablar cordialmente de todo y de todos; en particular, de cuantos trabajan en el servicio de Dios.

Y cuando no sea posible, ¡calla!: también los comentarios bruscos o desenfadados pueden rayar en la murmuración o en la difamación.

Decía un muchachote que acababa de entregarse más íntimamente a Dios: “ahora lo que me hace falta es hablar menos, visitar enfermos y dormir en el suelo”.

—Aplícate el cuento.

¡De los sacerdotes de Cristo no se ha de hablar más que para alabarles!

—Deseo con toda mi alma que mis hermanos y yo lo tengamos muy en cuenta, para nuestra conducta diaria.

La mentira tiene muchas facetas: reticencia, cabildeo, murmuración… —Pero es siempre arma de cobardes.

¡No hay derecho a que te dejes impresionar por la primera o por la última conversación!

Escucha con respeto, con interés; da crédito a las personas…, pero tamiza tu juicio en la presencia de Dios.

Murmuran. Y luego ellos mismos se encargan de que alguno venga enseguida a contarte el “se dice”… —¿Villanía? —Sin duda. Pero no me pierdas la paz, ya que ningún daño podrá hacerte su lengua, si trabajas con rectitud… —Piensa: ¡qué bobos son, qué poco tacto humano tienen, qué falta de lealtad con sus hermanos…, y especialmente con Dios!

Y no me caigas tú en la murmuración, por un mal entendido derecho de réplica. Si has de hablar, sírvete de la corrección fraterna, como aconseja el Evangelio.

No te preocupen esas contradicciones, esas habladurías: ciertamente trabajamos en una labor divina, pero somos hombres… Y resulta lógico que, al andar, levantemos el polvo del camino.

Eso que te molesta, que te hiere…, aprovéchalo para tu purificación y, si es preciso, para rectificar.

Murmurar, dicen, es muy humano. —He replicado: nosotros hemos de vivir a lo divino.

La palabra malvada o ligera de un solo hombre puede formar una opinión, y aun poner de moda que se hable mal de alguien… Luego, esa murmuración sube de abajo, llega a la altura, y quizá se condensa en negras nubes.

—Pero, cuando el hostigado es un alma de Dios, las nubes se resuelven en lluvia fecunda, suceda lo que suceda; y el Señor se encarga de ensalzar, en lo que pretendían humillarle o difamarle.