110

Padre, me diréis, pero usted recibe sacramentalmente al Señor todos los días; cada mañana lo trae sobre el altar entre sus manos. Sí, hijos míos: estas manos mías manchadas son cotidianamente un trono para Dios. ¿Qué le digo entonces? Al calor del trato con la trinidad de la tierra, Jesús, María y José, no tengo inconveniente en abriros el corazón. En esos momentos, invoco a mi Arcángel ministerial y a mi Ángel custodio, y les digo: sed testigos de cómo quiero alabar a mi Dios. Y, con el deseo, pongo la frente en tierra y adoro a Jesucristo. Le repito que le amo, y después me lleno de vergüenza, porque ¿cómo puedo asegurar que le quiero, si tantas veces le he ofendido? La reacción entonces no es pensar que miento, porque no es verdad. Continúo mi oración: Señor, te quiero desagraviar por lo que te he ofendido y por lo que te han ofendido todas las almas. Repararé con lo único que puedo ofrecerte: los méritos infinitos de tu Nacimiento, de tu Vida, de tu Pasión, de tu Muerte y de tu Resurrección gloriosa; los de tu Madre, los de San José, las virtudes de los Santos, y las debilidades de mis hijos y las mías, que reverberan de luz celestial –como joyas– cuando aborrecemos con todas las veras del alma el pecado mortal y el venial deliberado.

Con el Señor Jesús ya en mi corazón, siento la necesidad de hacer un acto de fe explícita: creo, Señor, que eres Tú; creo que real y verdaderamente estás presente, oculto bajo las especies sacramentales, con tu Cuerpo, con tu Sangre, con tu Alma y con tu Divinidad. Y vienen enseguida las acciones de gracias. Hijas e hijos de mi alma: al tratar a Jesús no tengáis vergüenza, no sujetéis el afecto. El corazón es loco, y estas locuras de amor a lo divino hacen mucho bien, porque acaban en propósitos concretos de mejora, de reforma, de purificación, en la vida personal. Si no fuese así, no servirían para nada.

Tenéis que enamoraros de la Humanidad Santísima de Jesucristo. Pero para llegar a la oración afectiva, conviene pasar primero por la meditación, leyendo el Evangelio u otro texto que os ayude a cerrar los ojos y, con la imaginación y el entendimiento, a meteros con los Apóstoles en la vida de Nuestro Señor. Sacaréis así mucho provecho. Puede ser que alguna vez os tome Él, y casi no os dé tiempo a terminar la oración preparatoria; luego, el diálogo o la contemplación viene sola. «Mientras está cubierta de sombras la tierra, y los pueblos yacen en las tinieblas, sobre ti amanece el Señor, y en ti resplandece su gloria»10.

Cuando os encontréis delante de nuestro Redentor, decidle: te adoro, Señor; te pido perdón; límpiame, purifícame, enciéndeme, enséñame a amar. Si no viviéramos así, ¿qué sería de nosotros? Hijos, estoy tratando de encaminaros por la senda que vosotros podéis seguir. No tiene por qué identificarse con la mía. Yo os doy un poquito de lumbre, para que cada uno prepare personalmente su lámpara11 y la haga lucir en el servicio de Dios. Lo que os aconsejo –repito– es mucha lectura del Santo Evangelio, para conocer a Jesucristo –perfectus Deus, perfectus Homo12–, para tratarle y para enamorarse de su Humanidad Santísima, viviendo con Él como vivieron María y José, como los Apóstoles y las Santas Mujeres.

«Una sola cosa pido al Señor, y ésta procuro: vivir en la casa de mi Dios todos los días de mi vida»13. ¿Qué pediremos entonces a Jesús? Que nos lleve al Padre. Él ha dicho: «Nadie viene al Padre sino por mí»14. Con el Padre y el Hijo, invocaremos al Espíritu Santo, y trataremos a la Trinidad Beatísima; y así, a través de Jesús, María y José, la trinidad de la tierra, cada uno encontrará su modo propio de acudir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad del Cielo. Nos asentamos –con la gracia de Dios, y si queremos– en lo más alto del cielo y en la bajeza humilde del Pesebre, en la miseria y en la indigencia más grande. No esperéis, hijos, otra cosa en el Opus Dei: éste es el camino nuestro. Si el Señor os exalta, también os humillará; y las humillaciones, llevadas por amor, son sabrosas y dulces, son una bendición de Dios.

Notas
10

Is 60,2.

11

Cfr. Mt 25,7.

12

Symb. Athan.

13

Sal 27(26),4.

14

Jn 24,6.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma