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Hijas e hijos míos, os quiero muy felices, gozosos en la esperanza20. Porque sabemos que el Señor al final tendrá misericordia de su Iglesia. Pero si esta situación se prolonga, habremos de recurrir mucho a ese remedio del perdón que os acabo de dar; un remedio que no es mío, porque perdonar es algo completamente sobrenatural, un don divino. Los hombres no saben ser clementes. Nosotros perdonamos en tanto en cuanto participamos de la vida de Dios, por medio de la vida interior, de la vocación, de la llamada divina, a la que procuramos corresponder en la medida de lo posible.

Ante las cosas tan tremendas que suceden, ¿qué hemos de hacer? ¿Enfadarnos? ¿Ponernos tristes? Hay que rezar, hijos. «Oportet semper orare et non deficere»21; hay que rezar continuamente, sin desfallecer. También cuando hemos tocado el violón, para que el Señor nos conceda su gracia, y volvamos al buen camino. Lo que no hay que hacer nunca es abandonar la lucha o nuestro puesto, porque hayamos tocado el violón* o lo podamos tocar. Querría daros la fortaleza, que en último término nace de la humildad, de saber que estamos hechos –os lo diré con la frase gráfica de siempre– de barro de la tierra; o, para subrayarlo más, de una pasta muy frágil: de barro de botijo.

Si procuráis tener ese trato divino y humano, de que os he hablado antes, con la trinidad de la tierra y con la Trinidad del Cielo, aun cuando alguna vez cometáis una tontería, y grande, sabréis poner el remedio con sinceridad, lealmente. Quizá después habrá que esperar a que se seque el lodo que se pegó a las alas, y emplear los medios –el pico, como los pájaros– hasta dejar de nuevo las plumas bien limpias. Y enseguida, con una experiencia que nos hace más decididos, más humildes, se recupera el vuelo con más alegría.

Por lo tanto, hijos de mi alma, ¡a luchar!, ¡a estar contentos! «Servite Domino in lætitia!»22, os vuelvo a encarecer. A pegar esta locura, a rezar por todo el mundo, a seguir con esta siembra de paz y de alegría, de amor mutuo, porque no queremos mal a nadie. Sabéis que es parte del espíritu del Opus Dei la prontitud para perdonar. Y os he recordado que, perdonando, también demostramos que tenemos un espíritu de Dios, porque la clemencia –repito– es una manifestación de la divinidad. Participando de la gracia del Señor, perdonamos a todos y les amamos. Pero también tenemos lengua, y hemos de hablar y escribir, cuando lo pide el honor de Dios y de su Iglesia, el bien de las almas.

Iterum dico, gaudete! De nuevo os insisto: que estéis contentos y serenos, aunque el panorama que presenta el mundo, y especialmente la Iglesia, esté lleno de sombras y de miserias. Obrad con rectitud de mente y de conducta; cumplid al pie de la letra las indicaciones que la Obra maternalmente os da, pensando sólo en vuestra felicidad temporal y eterna; sed humildes y sinceros; recomenzad con nuevo ímpetu, si alguna vez dais un tropiezo. Entonces la alegría será un fruto –el más hermoso– de vuestra vida de hijos de Dios, aun en medio de las mayores contradicciones. Porque el gozo interior, fruto de la Cruz, es un don cristiano, y especialmente de los hijos de Dios en el Opus Dei.

«Que el Dios de la esperanza os colme de toda suerte de gozo y de paz en vuestra fe, para que crezcáis siempre más y más en la esperanza, por la virtud del Espíritu Santo»23.

Notas
20

Cfr. Rm 12,12.

21

Lc 18,1.

* «Hemos tocado el violón»: expresión coloquial que significa cometer una tontería, como dice más adelante; el DRAE (22ª ed., 2001) la define así: «Hablar u obrar fuera de propósito, o confundir las ideas por distracción o embobamiento» (N. del E.).

22

Sal 100(99),2.

23

Rm 15,13.

Referencias a la Sagrada Escritura
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