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Esta noche he pensado en tantas cosas de hace muchos años. Ciertamente digo siempre que soy joven, y es verdad: «Ad Deum qui lætificat iuventutem meam!»1. Soy joven con la juventud de Dios. Pero son muchos años. Se lo contaba esta mañana, en la oración, a vuestros hermanos del Consejo.

El Señor me ha hecho ver cómo me ha llevado siempre de la mano. Tenía yo catorce o quince años cuando comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor. Vi con claridad que Dios quería algo, pero no sabía qué era. Por eso hablé con mi padre, diciéndole que quería ser sacerdote. Él no se esperaba esta salida. Fue la única vez –ya os lo he contado en otras ocasiones– que yo he visto lágrimas en sus ojos. Me respondió: mira, hijo mío, si no vas a ser un sacerdote santo, ¿por qué quieres serlo? Pero no me opondré a lo que deseas. Y me llevó a hablar con un amigo suyo, para que me orientara.

Yo no sabía lo que Dios quería de mí, pero era –evidentemente– una elección. Ya vendría lo que fuera… De paso me daba cuenta de que no servía, y hacía esa letanía, que no es de falsa humildad, sino de conocimiento propio: no valgo nada, no tengo nada, no puedo nada, no soy nada, no sé nada… Lo he ido escribiendo para vosotros tantas veces; muchas cosas de éstas las tenéis impresas.

En la oración, estaba leyendo Paco Vives* uno de esos volúmenes de meditaciones que empleamos habitualmente y que, con una pequeña corrección de estilo, son maravillosos. Y yo daba gracias a Dios porque tenemos ese instrumento, y viendo tantas cosas. Veía el camino que hemos recorrido, el modo, y me pasmaba. Porque, efectivamente, una vez más se ha cumplido lo que dice la Escritura****: lo que es necio, lo que no vale nada, lo que –se puede decir– casi ni siquiera existe…, todo eso lo coge el Señor y lo pone a su servicio. Así tomó a aquella criatura, como instrumento suyo. No tengo motivo alguno de soberbia.

Dios me ha hecho pasar por todas las humillaciones, por aquello que me parecía una vergüenza, y que ahora veo que eran tantas virtudes de mis padres. Lo digo con alegría. El Señor tenía que prepararme; y como lo que había a mi alrededor era lo que más me dolía, por eso pegaba allí. Humillaciones de todo estilo, pero a la vez llevadas con señorío cristiano: lo veo ahora, y cada día con más claridad, con más agradecimiento al Señor, a mis padres, a mi hermana Carmen… De mi hermano Santiago ya os he contado su historia, que también está relacionada con la Obra. Perdonadme si hablo de esto.

Notas
1

Sal 43(42),4.

*

** «Paco Vives»: se refiere a Mons. Francisco Vives Unzué (1927-2016), que trabajó y vivió en Roma junto al fundador y a sus sucesores, como miembro del Consejo General del Opus Dei.

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** ** Cfr. 1 Cor 1,27-28 (N. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
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