115

¿Y qué hace la gente, cuando quiere lograr algo? Pone los medios humanos. ¿Qué medios puse yo? No me porté bien. He sido hasta cobarde… Por eso, cuando os llamo cobardes, no os enfadéis: es que conozco el metal, el barro vuestro y el mío.

Pasó el tiempo. Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios. ¡Qué indignación siente mi alma de sacerdote, cuando dicen ahora que los niños no deben confesarse mientras son pequeños! ¡No es verdad! Tienen que hacer su confesión personal, auricular y secreta, como los demás. ¡Y qué bien, qué alegría! Fueron muchas horas en aquella labor, pero siento que no hayan sido más. Y en los hospitales, y en las casas donde había enfermos, si se pueden llamar casas a aquellos tugurios… Eran gente desamparada y enferma; algunos, con una enfermedad que entonces era incurable, la tuberculosis.

De modo que fui a buscar los medios para hacer la Obra de Dios, en todos esos sitios. Mientras tanto, trabajaba y formaba a los primeros que tenía alrededor. Había una representación de casi todo: había universitarios, obreros, pequeños empresarios, artistas… Yo entonces no sabía que casi ninguno iba a perseverar; pero el Señor conocía que mi pobre corazón –flojo, cobarde– necesitaba esa compañía y esa fortaleza.

Fueron unos años intensos, en los que el Opus Dei crecía para adentro sin darnos cuenta. Pero he querido deciros –algún día os lo contarán con más detalle, con documentos y papeles– que la fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas.

No vengo aquí a predicar, sino a abrir un poco mi corazón con vosotros. No lo hago casi nunca, y sé que –si algún día lo abro– Dios se servirá de esto para vuestro bien y para el mío.

Éstas son las ambiciones del Opus Dei, los medios humanos que pusimos: enfermos incurables, pobres abandonados, niños sin familia y sin cultura, hogares sin fuego y sin calor y sin amor. Y formar a los primeros que venían, hablándoles con una seguridad completa de todo lo que se haría, como si ya estuviera hecho… ¡Y lo estáis haciendo ahora vosotros! Ciertamente hay mucho hecho, pero es poco.

Ahora, Señor, quiero darte gracias delante de estos hijos, porque hay material y formación suficiente para que no se tuerza el camino de la Obra, para que no se pierda el buen espíritu. Por aquí hemos andado esta mañana en la oración, dando gracias, y diciendo: Señor, casi cincuenta años de trabajo, y yo no he sabido hacer nada: todo lo has hecho Tú, a pesar de mí, a pesar de mi falta de virtud, a pesar de…

No estoy haciendo comedia, queridos míos. El Padre está hablando con el Señor… ¡Cuántas gracias hemos de darle, cuántas gracias!

Este punto en otro idioma