117

Va resultando esta casa muy bonita, ¿verdad? Daos cuenta de que Dios, con su providencia, ha tenido detalles imponentes con nosotros: paternos y maternos. Al principio de la Obra pensé, y lo puse por escrito, que en el Opus Dei no habría mujeres ni de lejos. Entonces puse los medios humanos lógicos para resolver el asunto de la administración de nuestros Centros. Fui buscando una especie de vocaciones que sirvieran… No se trataba de legos, porque no podían ser monjes; tenía que ser otra cosa. ¡Ay, Dios mío! Era salir de Málaga para entrar en Malagón. Era peor. Después buscamos unas cocineras, y tampoco. Entonces busqué un cocinero.

Las obras corporativas salieron después. Las obras corporativas no son lo esencial en la Obra: lo esencial es que cada uno viva suelto donde sea, y se porte como un hijo de Dios a toda hora, y viva de Amor, y trabaje por Amor, y se sienta siempre sostenido con ese Amor, con esa fortaleza de Dios.

Pues bien: era la primera comida que hacíamos en la primera Residencia, que no fue la primera obra corporativa. El primer plato fue un arroz a la cubana, que es arroz blanco con plátanos fritos. Estaba muy bueno. De pronto oí una voz, y pregunté: ¿quién está en la cocina? El cocinero, me respondieron. Mamma mia! Lo llamé, estuve muy amable con él, pero le dije que lo sentía mucho: le pagaría lo que fuera, y que se buscase otro sitio, porque no podíamos tener cocinero…

¡Cuántas cosas sueltas! La primera labor corporativa fue la Academia que llamábamos DYA –Derecho y Arquitectura– porque se daban clases de esas dos materias; pero significaba Dios y Audacia, para nosotros. Hemos pasado por delante del edificio, hace poco tiempo, y el corazón me latía fuerte… ¡Cuántos sufrimientos! ¡Cuánta contradicción! ¡Cuánta charlatanería! ¡Cuántas mentirotas!… Allí llevé unos muebles de mi madre y otras cosas que me dio una amiga de familia, a la que llamaba Conchita la gorda. Algunas eran demasiado grandes; las partí y las llevé al asilo de Porta Cœli, donde trabajaba dirigiendo cariñosamente, afectuosamente, a los golfos que estaban allí recogidos. Una vez partidas, aquellas cosas quedaban como más humanas, y además teníamos doble de todo.

Cada día, cuando me marchaba de casa de mi madre, venía mi hermano Santiago, metía las manos en mis bolsillos, y me preguntaba: ¿qué te llevas a tu nido? Y eso mismo hemos hecho después todos: traer a nuestro nido lo que podíamos, para servicio de Dios, para construir nuestro pequeño hogar en cada sitio. ¡Tantos hogares que son uno solo!, como somos muchos corazones y tenemos un solo corazón, una sola mente, un solo querer, una sola voluntad, con esta obediencia bendita, llena de voluntariedad, de libertad. No quiero que nadie se sienta coaccionado; en todo caso, sólo por la coacción del amor, sólo por la coacción de saber que no acabamos de corresponder al amor que Jesús tiene con nosotros, cuando nos ha buscado. «Ego redemi te, et vocavi te nomine tuo: meus es tu!»3. ¡No vaciléis nunca! Desde ahora os digo a cada uno –y no conozco vuestros problemas personales, pero las almas tienen un paralelismo tremendo, aunque sean distintas– que tenéis vocación divina, que Cristo Jesús os ha llamado desde la eternidad. No sólo os ha señalado con el dedo, sino que os ha besado en la frente. Por eso, para mí, vuestra cabeza reluce como un lucero.

Notas
3

Cfr. Is 43,1.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma