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«Invocabitis me…, et ego exaudiam vos»2, me invocaréis y Yo os escucharé. Y le invocamos hablándole, dirigiéndonos a Él en la oración. Por eso os he de decir también con el Apóstol: «Conversatio autem nostra in cælis est»3, que nuestra conversación está en los cielos. Nada nos puede separar de la caridad de Dios, del Amor, del trato constante con el Señor. Hemos comenzado con oraciones vocales, que muchos –probablemente todos, como yo– hemos aprendido de la boca de nuestras madres: cosas dulces y encendidas a la Madre de Dios, que es Madre nuestra. También yo, por las mañanas y por las tardes, no una vez, sino muchas, repito: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón… ¿Qué es esto sino contemplación verdadera, una manifestación de amor? ¿Qué se dicen las gentes cuando se quieren?; ¿qué se dan, qué se entregan? Se sacrifican por la persona que aman. Y nosotros nos hemos dado a Dios con el cuerpo y con el alma: en una palabra, todo mi ser.

¿Habíais pensado alguna vez cómo se nos enseña en la Obra a amar las cosas del Cielo? Primero una oración, y luego otra, y otra…, hasta que casi no se puede hablar con la lengua, porque las palabras resultan pobres…: y se habla con el alma. Nos sentimos entonces como cautivos, como prisioneros; y así, mientras hacemos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las cosas que son de nuestro oficio, ¡el alma ansía escaparse! ¡Se va! Vuela hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán.

«Et reducam captivitatem vestram de cunctis locis»4; os libraré de la cautividad, estéis donde estéis. Dejamos de ser esclavos, con la oración. Nos sentimos y somos libres, volando en un epitalamio de alma encariñada, en una canción de amor, hacia ¡la unión con Dios! Un nuevo modo de existir en la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso. Por eso –recordando a tantos escritores españoles del quinientos– me gusta decir: ¡que vivo, porque no vivo; que es Cristo quien vive en mí!5. Y siento la necesidad de trabajar en la tierra muchos años, porque Jesús tiene pocos amigos aquí abajo. Desead vivir, hijos míos; debemos vivir mucho tiempo, pero de esta manera, en libertad: «In libertatem gloriæ filiorum Dei»6, «qua libertate Christus nos liberavit»7; con la libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha alcanzado muriendo sobre el madero de la Cruz.

Notas
2

Ant. ad Intr. (Jr 29,12).

3

Cfr. Flp 3,20.

4

Ant. ad Intr. (cfr. Jr 29,14).

5

Cfr. Ga 2,20.

6

Rm 8,21.

7

Ga 4,31.

Referencias a la Sagrada Escritura
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