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Más tarde, el alma necesita tratar a cada una de las Personas divinas. Es un descubrimiento, como los que hace un niño pequeño en la vida terrena, el que realiza el alma en la vida sobrenatural. Y comienza a hablar con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y a sentir la actividad del Paráclito vivificador, que se nos da sin merecerla: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales! Y llegamos sin darnos cuenta, de algún modo, a la unión.

Hemos ido «quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum»9, de igual modo que el ciervo ansía las fuentes de las aguas: con sed, rota la boca, con sequedad. Queremos beber en ese manantial de agua viva. Y, sin hacer rarezas, a lo largo del día, con la formación que en la Obra se recibe –que se basa en descomplicar el alma humana–, se ha llegado a ese abundante y claro venero de frescas linfas que saltan hasta la vida eterna10. Entonces ya no se habla, porque la lengua no sabe expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se habla, ¡se mira! Y el alma rompe a cantar, porque se siente y se sabe mirada amorosamente por Dios, a todas horas.

No sabéis qué consuelo he tenido cuando, después de repetir durante años y años que para un alma contemplativa hasta el dormir es oración, me encontré un texto de San Jerónimo que dice lo mismo.

Es con la dedicación completa –dentro de nuestras imperfecciones, por la humillación de nuestros fracasos internos, que nos llevan a volver todos los días a Dios– como se vuelve al camino maestro cuando hay obstáculos. Os lo he dicho muchas veces: siempre estoy haciendo el papel del hijo pródigo. Es ése el momento de la contrición, del amor, de la fusión de la criatura, que es nada…, con su Dios y su Amor, que lo es todo.

Hijos míos, no os hablo de cosas extraordinarias. Son, tienen que ser, fenómenos ordinarios de nuestra alma. Por allí debéis llevar a vuestros hermanos: hasta esa locura de amor que enseña a saber sufrir y a saber vivir, porque Dios nos concede el don de Sabiduría. ¡Qué serenidad, qué paz entonces!

¿Ascética? ¿Mística? No lo sabría decir. Pero, sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué más da?: es un don de Dios. Si tú procuras meditar, llega un momento en el que el Señor no te niega los dones: el Espíritu Santo te los concede. Fe, hijos míos, y obras de fe. Porque eso ya es contemplación y es unión. Y ésta es la vida de mis hijos en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera se den cuenta. Una clase de oración y de vida que no nos aparta de las cosas de la tierra, que en medio de ellas nos conduce a Dios. Y al llevar las cosas terrenas a Dios, la criatura diviniza el mundo. ¡He hablado tantas veces del mito del rey Midas…! En oro convertimos todo lo que tocamos, a pesar de nuestros errores personales.

Notas
9

Sal 42[41],2.

10

Cfr. Jn 4,14.

Referencias a la Sagrada Escritura
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