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A lo largo de la vida mía, hijos queridísimos, he procurado siempre verter en vuestra alma lo que Dios me iba dando. En el espíritu del Opus Dei no hay nada que no sea santo, porque no es invención humana, sino obra de la Sabiduría divina. En ese espíritu brilla todo lo bueno que el Señor ha querido poner en el corazón de vuestro Padre. Si veis algo malo en mi pobre vida, no será del espíritu de la Obra; serán mis miserias personales. Por eso, pedid por mí, para que sea bueno y fiel.

Entre los bienes que el Señor ha querido darme, está la devoción a la Trinidad Beatísima: la Trinidad del Cielo, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, único Dios; y la trinidad de la tierra: Jesús, María y José. Comprendo bien la unidad y el cariño de esta Sagrada Familia. Eran tres corazones, pero un solo amor.

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