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Hijos míos, seguiría adelante si esto fuera una meditación; pero como momento de tertulia, me parece que ya es bastante. Tenéis suficiente materia para hacer, cada uno por su cuenta, un rato de oración contemplativa: para vivir con Jesús, María y José en aquel hogar y en aquel taller de Nazaret; para contemplar la muerte del Santo Patriarca que, según la tradición, estuvo acompañado de Jesús y de María; para decirle que le queremos mucho, que no nos desampare.

Si en el Cielo pudiera haber tristeza, San José estaría muy triste en estos tiempos, viendo a la Iglesia descomponerse como si fuera un cadáver. ¡Pero la Iglesia no es un cadáver! Pasarán las personas, cambiarán los tiempos, y dejarán de decirse blasfemias y herejías. Ahora se propalan sin ningún inconveniente, porque no hay pastores que señalen dónde está el lobo. Lo arriesgado es que una persona proclame la verdad, porque la persiguen y difaman. Sólo hay impunidad para los que difunden herejías y maldades, errores teóricos y prácticos de costumbres infames.

Los mayores enemigos están dentro y arriba: no os dejéis engañar. Cuando toméis un libro de tema religioso, que se os queme la mano si no hay seguridad de que tiene buen criterio. ¡Fuera! Es un veneno activísimo: arrojadlo como si fuese un libro pornográfico, y con más violencia aún, pues la pornografía se ve y esto se filtra como por ósmosis.

Invocad conmigo a San José, de todo corazón, para que nos obtenga de la Trinidad Beatísima y de Santa María, su Esposa, Madre nuestra, que acorte el tiempo de la prueba. Y aunque hayan suprimido de las letanías de los Santos esta invocación, quiero invitaros a que recéis conmigo: «Ut inimicos Sanctæ Ecclesiæ humiliare digneris, te rogamus audi nos!»*.

Notas
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** «ut inimicos ... audi nos»: «para que te dignes confundir a los enemigos de la Santa Iglesia, te rogamos, óyenos»; invocación de las letanías de los santos incluida en el Ritual Romano de 1952, para la liturgia bautismal (N. del E.).

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