Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Santidad → Trinidad Santísima, acción del Espíritu Santo.

Si el cristiano lucha por adquirir estas virtudes, su alma se dispone a recibir eficazmente la gracia del Espíritu Santo: y las buenas cualidades humanas se refuerzan por las mociones que el Paráclito pone en su alma. La Tercera Persona de la Trinidad Beatísima –dulce huésped del alma24– regala sus dones: don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad, de temor de Dios25.

Se notan entonces el gozo y la paz26, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza27. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente.

El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados.

Llevar a Dios en nuestros cuerpos

Siempre me ha causado mucha pena la norma de algunos –¡de tantos!– que escogen, como pauta constante de sus enseñanzas, la impureza; con lo que logran –lo he comprobado en bastantes almas– lo contrario de lo que pretenden, porque es materia más pegajosa que la pez, y deforma las conciencias con complejos o con miedos, como si la limpieza de alma fuese un obstáculo poco menos que insuperable. Nosotros, no; nosotros hemos de tratar de la santa pureza con razonamientos positivos y límpidos, con palabras modestas y claras.

Discurrir sobre este tema significa dialogar sobre el Amor. Acabo de señalaros que me ayuda, para esto, acudir a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor, a esa maravilla inefable de Dios que se humilla hasta hacerse hombre, y que no se siente degradado por haber tomado carne como la nuestra, con todas sus limitaciones y flaquezas, menos el pecado; y esto, ¡porque nos ama con locura! Él no se rebaja con su anonadamiento; en cambio, a nosotros, nos eleva, nos deifica en el cuerpo y en el alma. Responder que sí a su Amor, con un cariño claro, ardiente y ordenado, eso es la virtud de la castidad.

Hemos de gritar al mundo entero, con la boca y con el testimonio de nuestra conducta: no emponzoñemos el corazón, como si fuéramos pobres bestias, dominados por los instintos más bajos. Un escritor cristiano así lo explica: «Mirad que no es pequeño el corazón del hombre, pues abraza tantas cosas. Medid esa grandeza no en sus dimensiones físicas, sino en el poder de su pensamiento, capaz de alcanzar el conocimiento de tantas verdades. En el corazón es posible preparar el camino del Señor, trazar una senda derecha, para que pasen por allí el Verbo y la Sabiduría de Dios. Con una conducta honesta, con obras irreprochables, preparad el camino del Señor, aplanad el sendero, para que el Verbo de Dios camine en vosotros sin tropiezo y os dé el conocimiento de sus misterios y de su venida»14.

Nos revela la Escritura Santa que esa obra grandiosa de la santificación, tarea oculta y magnífica del Paráclito, se verifica en el alma y en el cuerpo. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, clama el Apóstol. ¿He de abusar de los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? (...) ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis, puesto que fuisteis comprados a gran precio? Glorificad a Dios y llevadle en vuestro cuerpo15.

No me he cansado nunca y, con la gracia de Dios, nunca me cansaré de hablar de oración. Hacia 1930, cuando se acercaban a mí, sacerdote joven, personas de todas las condiciones –universitarios, obreros, sanos y enfermos, ricos y pobres, sacerdotes y seglares–, que intentaban acompañar más de cerca al Señor, les aconsejaba siempre: rezad. Y si alguno me contestaba: no sé ni siquiera cómo empezar, le recomendaba que se pusiera en la presencia del Señor y le manifestase su inquietud, su ahogo, con esa misma queja: Señor, ¡que no sé! Y, tantas veces, en aquellas humildes confidencias se concretaba la intimidad con Cristo, un trato asiduo con Él.

Han transcurrido muchos años, y no conozco otra receta. Si no te consideras preparado, acude a Jesús como acudían sus discípulos: ¡enséñanos a hacer oración!18. Comprobarás cómo el Espíritu Santo ayuda a nuestra flaqueza,pues no sabiendo siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones, ni cómo conviene expresarse, el mismo Espíritu facilita nuestros ruegos con gemidos que son inexplicables19, que no pueden contarse, porque no existen modos apropiados para describir su hondura.

¡Qué firmeza nos debe producir la Palabra divina! No me he inventado nada, cuando –a lo largo de mi ministerio sacerdotal– he repetido y repito incansablemente ese consejo. Está recogido de la Escritura Santa, de ahí lo he aprendido: ¡Señor, que no sé dirigirme a Ti! ¡Señor, enséñanos a orar! Y viene toda esa asistencia amorosa –luz, fuego, viento impetuoso– del Espíritu Santo, que alumbra la llama y la vuelve capaz de provocar incendios de amor.

La Trinidad Beatísima

Habíamos empezado con plegarias vocales, sencillas, encantadoras, que aprendimos en nuestra niñez, y que no nos gustaría abandonar nunca. La oración, que comenzó con esa ingenuidad pueril, se desarrolla ahora en cauce ancho, manso y seguro, porque sigue el paso de la amistad con Aquel que afirmó: Yo soy el camino28. Si amamos a Cristo así, si con divino atrevimiento nos refugiamos en la abertura que la lanza dejó en su Costado, se cumplirá la promesa del Maestro: cualquiera que me ama, observará mi doctrina, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él29.

El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!

Notas
24

Secuencia Veni, Sancte Spiritus.

25

Cfr. Is XI, 2.

26

Cfr. Gal V, 22.

27

Ps XLII, 2.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

Orígenes, In Lucam homiliae, XXI (PG 13, 1856).

15

1 Cor VI, 15, 19-20.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
18

Lc XI, 1.

19

Rom VIII, 26.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
28

Ioh XIV, 6.

29

Ioh XIV, 23.

Referencias a la Sagrada Escritura