Lista de puntos

Hay 6 puntos en «Cartas I» cuya materia es Santidad → llamada universal a ella.

La perfección cristiana es para todos

Hemos de estar siempre de cara a la muchedumbre, porque no hay criatura humana que no amemos, que no tratemos de ayudar y de comprender. Nos interesan todos, porque todos tienen un alma que salvar, porque a todos podemos llevar, en nombre de Dios, una invitación para que busquen en el mundo la perfección cristiana, repitiéndoles: estote ergo vos perfecti, sicut et Pater vester caelestis perfectus est3; sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial.

Siguieron a Cristo los mártires, pero no ellos solos, escribía San Agustín; y continuaba con un estilo gráfico, pero barroco: hay en el jardín del Señor no sólo las rosas de los mártires, sino los lirios de las vírgenes, y la hiedra de los casados, y las violetas de las viudas. Queridísimos, que nadie desespere de su vocación: por todos ha muerto Cristo4.

¡Con cuánta fuerza ha hecho resonar el Señor esa verdad, al inspirar su Obra! Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa −homo peccator sum5, decimos con Pedro−, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo.

Es el nuestro un camino con muy diversas maneras de pensar en lo temporal −en el terreno profesional, en el científico, en el político, en el económico, etc.−, con libertad personal y con la consiguiente responsabilidad también personal, que nadie puede atribuir a la Iglesia de Dios ni a la Obra, y con la que cada uno sabe valiente y lógicamente cargar. Por eso, nuestra diversidad no es, para la Obra, un problema: por el contrario, es una manifestación de buen espíritu, de vida corporativa limpia, de respeto a la legítima libertad de cada uno, porque ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas6; donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.

Si vivís así, haréis con vuestra vida un apostolado fecundo, y mereceréis al fin del camino el elogio de Jesús: quia super pauca fuisti fidelis, super multa te constituam: intra in gaudium domini tui18; ya que has sido fiel en lo poco, en las cosas pequeñas, yo te entregaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor.

Nuestra vida es sencilla, ordinaria, pero si la vivís conforme a las exigencias de nuestro espíritu será a la vez heroica. No es nunca la santidad cosa mediocre, y no nos ha llamado el Señor para hacer más fácil, menos heroico, el caminar hacia Él. Nos ha llamado para que recordemos a todos que, en cualquier estado y condición, en medio de los afanes nobles de la tierra, pueden ser santos: que la santidad es cosa asequible. Y a la vez, para que proclamemos que la meta es bien alta: sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto19. Nuestra vida es el heroísmo de la perseverancia en lo corriente, en lo de todos los días.

No es algo sin valor la vida habitual. Si hacer todos los días las mismas cosas puede parecer chato, plano, sin alicientes, es porque falta amor. Cuando hay amor, cada nuevo día tiene otro color, otra vibración, otra armonía. Que hagáis todo por Amor. No nos cansemos de amar a nuestro Dios: tenemos necesidad de aprovechar todos los segundos de nuestra pobre vida para servir a todas las criaturas, por amor a Nuestro Señor, porque el tiempo de la vida mortal es siempre poco para amar, es corto como el viento que pasa20.

Alguno puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros. Y el padre no considera la puerilidad del regalo: lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías −esas pequeñeces− se hacen cosas grandes, porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante.

Llamada a la santidad en medio del mundo

A los que dicen que esto es una utopía, les respondo con la experiencia que tengo de bastantes almas y con estas palabras del Crisóstomo: ¿dónde están ahora los que dicen no ser posible conservar la virtud quien vive en medio de la ciudad, sino que es menester retirarse y vivir en los montes? Como si no fuera posible ser virtuoso quien gobierna una casa, y tiene mujer y cuida de sus hijos20.

En todos los estados, en todas las tareas honestas, para adquirir la santidad, no teniendo vocación de religiosos, no hay que huir del mundo. Estamos bien en el lugar que ocupamos en la tierra. Tengo certeza de que la llamada −la llamada específica de que vengo hablando en esta carta−, es para muchos: porque en la Obra no hay clasismos, porque interesan todas las almas; y, por lo tanto, se necesitan toda clase de instrumentos. Iterum simile est regnum caelorum sagenae missae in mare, et ex omni genere piscium congreganti2021; también es semejante el reino de los cielos a una red barredera, que echada en el mar, recoge todo género de peces.

Os vengo hablando, hijas e hijos míos, de la obligación que nos apremia −caritas Christi urget nos66− de ayudar a Cristo Señor Nuestro en su divina tarea de Redentor de todas las almas, consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz −iudaeis quidem scandalum, gentibus autem stultitiam67; escándalo para los judíos, necedad para los gentiles− y que, por voluntad de Dios, continuará hasta que llegue la hora del Señor.

Esta obligación incumbe a todos los cristianos: y, por un título especialísimo −la llamada que hemos recibido−, es onus et honor, carga y honor para los hijos de Dios en su Obra. El Señor pide de nosotros que le llevemos, con nuestra conducta ejemplar y con un apostolado constante de dar doctrina, a todos los hombres que se crucen en nuestro camino: apostolado que habéis de hacer en y desde vuestro propio trabajo profesional, en vuestro propio estado.

En la acción apostólica, no debemos dejarnos arrastrar por ninguna acepción de personas, ni podemos excluir ninguna actividad humana, porque todas las ocupaciones honestas, todos los oficios honrados serán para nosotros motivos de santificación, y medio de apostolado eficacísimo, que nos dará ocasión para arrastrar a otras almas a la búsqueda sincera y generosa de la santidad en medio del mundo.

Por eso he afirmado, y os lo repito, que habéis de dar ejemplo, siendo así testigos de Jesucristo en todos los campos de la actividad humana, a los que llevaréis la buena semilla que habéis recibido, para ser sembradores de Dios, sal que sazone las almas que no han gustado aún o que han olvidado el sabor del mensaje evangélico, luz que ilumine a los que yacen en las tinieblas del error o de la ignorancia.

En todos los campos donde los hombres trabajan −insisto− os habéis de hacer presentes también vosotros, con el maravilloso espíritu de servicio de los seguidores de Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir68: sin abandonar imprudentemente −sería error gravísimo− la vida pública de las naciones, en la que actuaréis como ciudadanos corrientes, que eso sois, con libertad personal y con personal responsabilidad.

Alumbrar con la luz de Dios. Llamada general a la santidad

Voy a acabar esta conversación larga con vosotros. Nos han servido, las consideraciones que hemos hecho en la presencia de Dios, para comprender un poco más la hondura, y la hermosura y la vieja novedad de la llamada a la Obra. A la vuelta de tantos siglos, quiere el Señor servirse de nosotros para que todos los cristianos descubran, al fin, el valor santificante de la vida ordinaria −del trabajo profesional− y la eficacia del apostolado de la doctrina con el ejemplo, la amistad y la confidencia.

Quiere Jesús, Señor Nuestro, que proclamemos hoy en mil lenguas −y con don de lenguas, para que todos sepan aplicárselo a sus propias vidas−, en todos los rincones del mundo, ese mensaje viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo. Nos alegra en el alma −es como una prueba más, aunque no la necesitamos, de la entraña evangélica de nuestro camino− encontrar trazas de ese mismo mensaje en la predicación de los antiguos Padres de la Iglesia.

Os he citado más de una vez, en esta carta, lo que dice el Crisóstomo; escuchad ahora otras palabras suyas: no os digo: no os caséis. No os digo: abandonad la ciudad y apartaos de los negocios ciudadanos. No. Permaneced donde estáis, pero practicad la virtud. A decir verdad, más quisiera que brillaran por su virtud los que viven en medio de las ciudades, que los que se han ido a vivir en los montes. Porque de esto se seguiría un bien inmenso, ya que nadie enciende una luz y la pone debajo del celemín.

De ahí que yo quisiera −sigue San Juan Crisóstomo− que todas las luces estuvieran sobre los candeleros, a fin de que la claridad fuera mayor. Encendamos, pues, el fuego, y hagamos que, los que estén sentados en las tinieblas, se vean libres del error. Y no me vengas con que: tengo hijos, tengo mujer, tengo que atender la casa y no puedo cumplir lo que me dices. Si nada de eso tuvieras y fueras tibio, todo estaba perdido; aun cuando todo eso te rodee, si eres fervoroso, practicarás la virtud.

Sólo una cosa se requiere: una generosa disposición. Si la hay, ni edad, ni pobreza, ni riqueza, ni negocios, ni otra cosa alguna puede constituir obstáculo a la virtud. Y, a la verdad, viejos y jóvenes; casados y padres de familia; artesanos y soldados, han cumplido ya cuanto fue mandado por el Señor.

Joven era Daniel; José, esclavo; Aquilas ejercía una profesión manual; la vendedora de púrpura estaba al frente de un taller; otro era guardián de una prisión; otro centurión, como Cornelio; otro estaba enfermo, como Timoteo; otro era un esclavo fugitivo, como Onésimo, y, sin embargo, nada de eso fue obstáculo para ninguno de ellos, y todos brillaron por su virtud: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, esclavos y libres, soldados y paisanos129.

¡Qué clara estaba, para los que sabían leer en el Evangelio, esa llamada general a la santidad en la vida ordinaria, en la profesión, sin abandonar el propio ambiente! Sin embargo, durante siglos, no la han entendido la mayoría de los cristianos: no se pudo dar el fenómeno ascético de que muchos buscaran así la santidad, sin salirse de su sitio, santificando la profesión y santificándose con la profesión. Y, muy pronto, a fuerza de no vivirla, fue olvidada la doctrina; y la reflexión teológica fue absorbida por el estudio de otros fenómenos ascéticos, que reflejan otros aspectos del Evangelio.

Al suscitar en estos años su Obra, el Señor ha querido que nunca más se desconozca o se olvide la verdad de que todos deben santificarse, y de que a la mayoría de los cristianos les corresponde santificarse en el mundo, en el trabajo ordinario. Por eso, mientras haya hombres en la tierra, existirá la Obra. Siempre se producirá este fenómeno: que haya personas de todas las profesiones y oficios, que busquen la santidad en su estado, en esa profesión o en ese oficio suyo, siendo almas contemplativas en medio de la calle.

De lo que os acabo de decir se deduce, hijas e hijos míos, que nunca, para la Obra, habrá problemas de adaptación al mundo; nunca se encontrará en la necesidad de plantearse el problema de ponerse al día. Dios ha puesto al día su Obra de una vez para siempre, dándole esas características seculares, laicales, que os he comentado en esta carta. No habrá jamás necesidad de adaptarse al mundo, porque somos del mundo; ni tendremos que ir detrás del progreso humano, porque somos nosotros −sois vosotros, mis hijos−, junto con los demás hombres que viven en el mundo, los que hacéis este progreso con vuestro trabajo ordinario.

Notas
3

Mt 5,48.

4

S. Agustín de Hipona, Sermo 304, 2 (PL 38, col. 1396).

5

Lc 5,8.

6

2 Co 3,17.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
18

Mt 25,21.

19

Mt 5,48.

20

Cfr. Jb 7,7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
20

S. Juan Crisóstomo, In Genesim Homilia, 43, 1 (PG 54, col. 396).

21

Mt 13,47.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
66

Cfr. 2 Co 5,14.

67

1 Co 1,23.

68

Mt 20,28.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
129

S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum Homilia, 43, 5 (PG 57, col. 464).