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Al suscitar en estos años su Obra, el Señor ha querido que nunca más se desconozca o se olvide la verdad de que todos deben santificarse, y de que a la mayoría de los cristianos les corresponde santificarse en el mundo, en el trabajo ordinario. Por eso, mientras haya hombres en la tierra, existirá la Obra. Siempre se producirá este fenómeno: que haya personas de todas las profesiones y oficios, que busquen la santidad en su estado, en esa profesión o en ese oficio suyo, siendo almas contemplativas en medio de la calle.

De lo que os acabo de decir se deduce, hijas e hijos míos, que nunca, para la Obra, habrá problemas de adaptación al mundo; nunca se encontrará en la necesidad de plantearse el problema de ponerse al día. Dios ha puesto al día su Obra de una vez para siempre, dándole esas características seculares, laicales, que os he comentado en esta carta. No habrá jamás necesidad de adaptarse al mundo, porque somos del mundo; ni tendremos que ir detrás del progreso humano, porque somos nosotros −sois vosotros, mis hijos−, junto con los demás hombres que viven en el mundo, los que hacéis este progreso con vuestro trabajo ordinario.

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