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¿No os conmueve contemplar a Jesucristo recién nacido, inerme, necesitado de nuestra protección y ayuda? ¿No os dais cuenta de que está implorando que le queramos? Estos pensamientos no son ilusiones bobas, sino prueba de que amamos a Jesucristo con todo el corazón, y de que le agradecemos que haya decidido tomar nuestra carne, asumirla. Dios no se ha vestido de hombre: se ha encarnado. «Perfectus Deus, perfectus Homo!»10.

A la cabecera de mi cama, hace muchos años, quise poner unas baldosas con esta leyenda: Iesus Christus, Deus Homo: Jesucristo, Dios y Hombre. Porque me remueve saber que tiene un cuerpo, ahora glorioso, pero de carne como la nuestra. Que el Señor ha padecido todas las miserias y dolores humanos, menos el pecado11. Que pasó hambre y sintió sed; que conoció el calor, como en un mediodía junto al pozo de Sicar, y sufrió el frío, en esta noche de Belén. Todo eso, a vosotros y a mí, nos ha enamorado, moviéndonos a dejar todas las cosas, «relictis omnibus»12 como los Apóstoles, y «festinantes»13 –presurosos– como los pastores. Hay que emprender el camino, hijas e hijos míos, e imitar a este Jesús Nuestro que se ha entregado, y está todavía entregándose cotidianamente en el altar, perpetuando el Sacrificio divino del Calvario.

Jesucristo, «como siempre permanece, posee eternamente el sacerdocio»14. Su mediación sacerdotal se actualiza a través de los sacerdotes, que somos en el altar ipse Christus. Al celebrar la Santa Misa yo no presido ninguna asamblea, sino que, in persona Christi, renuevo el Sacrificio de la Cruz.

¿Qué hemos de aprender de Jesucristo en el portal de Belén, donde nació desamparado? ¿Qué debemos considerar de ese otro portal, que es el Tabernáculo, donde Él nos espera más indefenso todavía? ¿No os duele que lo arrinconen, que le vuelvan –físicamente también– la espalda, que le desprecien, que lo maltraten? Pues, mirad, hijas e hijos, os repetiré lo que ya os he recordado en otras ocasiones, lo que durante siglos han vivido los cristianos: Jesucristo, Señor Nuestro, ha querido contar con vosotros y conmigo para corredimir; se quiere valer de vuestra inteligencia y de vuestro corazón, de vuestra palabra y de vuestros brazos. Cristo, inerme, nos trae a la memoria que la Redención también depende de nosotros.

Notas
10

Symb. Athan.

11

Cfr. Hb 4,15.

12

Lc 5,11.

13

Lc 2,16.

14

Hb 7,24.

Referencias a la Sagrada Escritura
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