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Llevará la fecha de hoy un aviso disponiendo que, en el despacho de los Directores locales, haya una representación del Ángel Custodio con las palabras de la Escritura: «Deus meus misit angelum suum»1. Es una Costumbre que tiene por objeto meter, en el corazón de todos los que gobiernan, y en el de mis hijos todos, una devoción práctica, real y constante, al Ángel Custodio de la Obra, y al de cada Centro, y al de cada uno.

«Deus meus misit angelum suum». Siento necesidad de explicároslo. Por años he experimentado la ayuda constante, inmediata, del Ángel Custodio, hasta en detalles materiales pequeñísimos. El trato y la devoción a los Santos Ángeles Custodios está en la entraña de nuestra labor, es manifestación concreta de la misión sobrenatural de la Obra de Dios. Gratias tibi, Deus; gratias tibi, Sancta Maria Mater nostra! Y gracias a los Ángeles Custodios: defendite nos in prœlio, Sancti Angeli Custodes nostri!

Padre, ¿realmente comenzó la Obra el 2 de octubre de 1928? Sí, hijo mío, se comenzó el día 2 de octubre de 1928. Desde ese momento no tuve ya tranquilidad alguna, y empecé a trabajar, de mala gana, porque me resistía a meterme a fundar nada; pero comencé a trabajar, a moverme, a hacer: a poner los fundamentos.

Me puse a trabajar, y no era fácil: se escapaban las almas como se escapan las anguilas en el agua. Además, había la incomprensión más brutal: porque lo que hoy ya es doctrina corriente en el mundo, entonces no lo era. Y si alguno afirma lo contrario, desconoce la verdad.

Tenía yo veintiséis años –repito–, la gracia de Dios y buen humor: nada más. Pero así como los hombres escribimos con la pluma, el Señor escribe con la pata de la mesa, para que se vea que es Él el que escribe: eso es lo increíble, eso es lo maravilloso. Había que crear toda la doctrina teológica y ascética, y toda la doctrina jurídica. Me encontré con una solución de continuidad de siglos: no había nada. La Obra entera, a los ojos humanos, era un disparatón. Por eso, algunos decían que yo estaba loco y que era un hereje, y tantas cosas más.

El Señor dispuso los acontecimientos para que yo no contara ni con un céntimo, para que también así se viera que era Él. ¡Pensad cómo hice sufrir a los que vivían a mi alrededor! Es justo que aquí dedique un recuerdo a mis padres. ¡Con qué alegría, con qué amor llevaron tanta humillación! Era preciso triturarme, como se machaca el trigo para preparar la harina y poder elaborar el pan; por eso el Señor me daba en lo que más quería… ¡Gracias Señor! Porque esta hornada de pan maravillosa está difundiendo ya «el buen olor de Cristo»2 en el mundo entero: gracias, por estos miles de almas que están glorificando a Dios en toda la tierra. Porque todos son tuyos.

Notas
1

Dn 6,22.

2

2 Co 2,15.

Referencias a la Sagrada Escritura
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