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Ayer por la tarde estaba en la sala de Mapas. Sin darme cuenta, eché una mirada sobre la puerta y tropecé con uno de esos despertadores que hay desparramados por estas casas: «Elegit nos ante mundi constitutionem ut essemus sancti in conspectu eius»3. Me conmoví. No hay más remedio que luchar por ser santos. Esta es la finalidad nuestra, no tenemos otra: santidad, santidad, santidad. Las obras apostólicas –que son muchas– no son fines, son medios, como la azada es el instrumento para que el hortelano saque de la tierra el fruto que le alimenta. Hijos míos, por eso hemos de procurar con todas nuestras fuerzas la santidad: elegit nos… ut essemus sancti! Pido perdón al Señor por mis faltas de correspondencia, y la gracia para corresponder a esa elección. Si es necesario, pido más gracia que la de la providencia ordinaria: en esto, no me importa excederme.

Hijos míos, no me quiero alargar. Ayudadme a llenarme de gratitud y de reconocimiento a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Y a la Madre de Dios y Madre nuestra, que nos ha concedido sonrisas maternales siempre que las hemos necesitado. Cuando yo tenía barruntos de que el Señor quería algo y no sabía lo que era, decía gritando, cantando, ¡como podía!, unas palabras que seguramente, si no las habéis pronunciado con la boca, las habéis paladeado con el corazón: «Ignem veni mittere in terram et quid volo nisi ut accendatur?»4; he venido a poner fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Y la contestación: «Ecce ego quia vocasti me!»5, aquí estoy, porque me has llamado. ¿Se lo volvemos a decir ahora, todos, a nuestro Dios?

Somos sólo una pobre cosa, Señor, pero te amamos mucho, y deseamos amarte mucho más, porque somos hijos tuyos. Contamos con todo tu poder y con toda nuestra miseria. Reconociendo nuestra miseria, iremos como los hijos pequeños a los brazos de nuestra Madre, al regazo de la Madre de Dios, que es Madre nuestra, y al Corazón de Cristo Jesús. Recibiremos toda la fortaleza, todo el poder, toda la audacia, toda la generosidad, todo el amor que Dios Señor nuestro guarda para sus criaturas fieles. Y estaremos seguros, seremos eficaces y alegres, y habremos cumplido –con esa fortaleza divina– la Santa Voluntad de Dios, con la ayuda de Santa María.

Notas
3

Cfr. Ef 1,4.

4

Lc 12,49.

5

1 S 3,9.

Referencias a la Sagrada Escritura
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