Lista de puntos

Hay 8 puntos en «Cartas I» cuya materia es Apostolado → importancia del buen ejemplo.

Dar a conocer esa llamada a todos los hombres

Os he dicho, desde el primer día, que Dios no espera de nosotros cosas extraordinarias, singulares; y que quiere que llevemos esta bendita llamada divina por todo el mundo, y que invitéis a muchos a seguirla. Pero nuestro proselitismo* hemos de hacerlo con sencillez, con el ejemplo de nuestra conducta: mostrando que muchos −si no todos− pueden, con la gracia de Dios, convertir en camino divino la vida ordinaria y corriente, del mismo modo que vosotros habéis sabido hacer divina vuestra vida, también corriente y ordinaria.

Nuestro modo de ser ha de estar empapado de naturalidad, para que se nos puedan aplicar aquellas palabras de la Sagrada Escritura: había un varón en la tierra de Hus llamado Job, y era sencillo y recto, y amaba a Dios, y se apartaba del mal8. Como esta sencillez cristalina, que hemos de procurar que haya en nosotros, no puede ser simpleza −sin misterio ni secreto, que no los necesitamos ni los necesitaremos jamás−, tened en cuenta lo que se lee en el Eclesiástico: non communices homini indocto, ne male de progenie tua loquatur9; no hables de tus cosas particulares con un hombre ignorante, para que no diga mal de tu linaje.

Primeros cristianos

Contemplando vuestras vidas, parecen cobrar realidad nueva las palabras que se escribieron en los comienzos del Cristianismo: los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, la doctrina que viven no ha sido inventada por ellos, sino que habitando en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un peculiar tenor de conducta, admirable y, según confiesan todos, sorprendente12.

Pero, sobre todo, tengamos presente el ejemplo de Cristo: habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, bajo el reinado de Herodes, he aquí que unos Magos vinieron desde Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿dónde está el que ha nacido, rey de los judíos? Nosotros hemos visto en Oriente su estrella y hemos venido con la intención de adorarle. Al oír esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén13.

Se asustan, se sorprenden: no sabían que el Salvador estaba ya entre ellos. Un rey que pasa inadvertido; un rey que es Dios y pasa inadvertido. La lección de Jesucristo es que debemos convivir entre los demás de nuestra condición social, de nuestra profesión u oficio, desconocidos, como uno de tantos.

No desconocidos por nuestro trabajo, ni desconocidos porque no destaquéis por vuestros talentos; sino desconocidos, porque no hay necesidad de que sepan que sois almas entregadas a Dios. Que lo experimenten, que se sientan ayudados a ser limpios y nobles, al ver vuestra conducta llena de respeto para la legítima libertad de todos; al escuchar de vuestros labios la doctrina, subrayada por vuestro ejemplo coherente; pero que vuestra dedicación al servicio de Dios pase oculta, inadvertida, como pasó inadvertida la vida de Jesús en sus primeros treinta años.

Toda nuestra labor tiene, por tanto, realidad y función de catequesis. Hemos de dar doctrina en todos los ambientes; y para eso necesitamos acomodarnos a la mentalidad de los que nos escuchan: don de lenguas. Don de lenguas que nos obliga a hablar con contenido: en efecto, hermanos, escribe San Pablo, si yo fuese a vosotros hablando lenguas, ¿qué os aprovechará si no os hablo instruyéndoos con la Revelación, o con la ciencia, o con la profecía, o con la doctrina?38. Luego, hay obligación de formarse: obligación de formarnos bien doctrinalmente, obligación de prepararnos para que entiendan; para que, además, sepan después expresarse los que nos escuchan.

Continúa San Pablo: si la lengua que habláis no es inteligible, ¿cómo se sabrá lo que decís?: no hablaréis sino al aire. El don de lenguas nos obliga a comprender a los demás. Es también el Apóstol el que adoctrina: hay en el mundo muchas diferentes lenguas, y no hay pueblo que no tenga la suya. Si yo, pues, ignoro lo que significan las palabras, seré bárbaro o extranjero para aquel a quien hable, y el que me hable será bárbaro para mí39.

No basta dar doctrina de un modo abstracto, despegado: antes os he dicho que es necesario hacer la más fervorosa apología de la Fe, con la doctrina y con el ejemplo de nuestra vida, vivida con coherencia. Hemos de imitar a Nuestro Señor, que hacía y enseñaba, coepit facere et docere40: el apostolado de dar doctrina está manco e incompleto, si no va acompañado por el ejemplo. Hay un refrán que deja, con la sabiduría del pueblo, muy claro lo que os estoy diciendo. Y el refrán es éste: fray ejemplo es el mejor predicador.

No he creído nunca en la santidad de esas personas a las que llaman santos laicos. De ellos afirman que llevan una vida íntegra, y que a la vez se profesan ateos. Pero el Espíritu Santo dice por San Pablo que las perfecciones invisibles de Dios, incluso su eterno poder y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo, por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas41. Por eso, en el mejor de los casos, respetarán algunos preceptos de la ley natural −ni siquiera todos, porque la ley natural les impone admitir la existencia de Dios−, pero su vida no da luz, porque se han apartado de la luz de Cristo, lux vera, quae illuminat omnem hominem42*; luz verdadera, que ilumina a todos los hombres.

Es, pues, necesario imitar a Jesucristo −os decía−, para darlo a conocer con nuestra vida. Sabemos que Cristo se hizo hombre a fin de introducir a todos los hombres en la vida divina, para que −uniéndonos con Él− viviésemos individual y socialmente la vida de Dios. Oíd cómo lo dice San Juan: non enim misit Deus Filium suum in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum43; no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve.

El ejemplo no se da sólo con buenas palabras, sino con las obras. Los que pretenden hacerlo de otro modo, merecen oír y han de meditar este pasaje de la Escritura: entonces Jesús habló al pueblo y a sus discípulos y les dijo: en la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos; practicad, pues, y haced todo lo que os dijeren; pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen lo que se debe hacer y no lo hacen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los otros, pero ellos ni con un dedo tratan de moverlas49.

Palabras y obras, fe y conducta, en unidad de vida, hemos dicho ya en otra ocasión. Obrar de otra manera, hacer las cosas por vanidad, para dejarse ver, con espectáculo, ha merecido estas palabras, que salieron de la boca de Cristo: omnia vero opera sua faciunt ut videantur ab hominibus50, hacen todas las cosas para ser vistos por los hombres.

¿De qué servirá?, pregunta Santiago en su epístola católica, ¿de qué servirá, hermanos míos, el que uno diga tener fe, si no tiene obras?; ¿por ventura a éste esa clase de fe podrá salvarle? Y añade: como un cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta51.

Es mejor ser cristiano sin decirlo, que decirlo sin serlo. Es una cosa óptima enseñar, pero a condición de que se practique lo que se enseña. Nosotros tenemos un solo Maestro, aquél que habló y todas las cosas fueron hechas; las mismas obras que Él ha realizado en silencio son dignas del Padre. El que comprende verdaderamente la palabra de Jesús, puede entender su mismo silencio; y entonces será perfecto, porque obrará en conformidad con su palabra y se manifestará mediante su silencio52.

Obligación de dar ejemplo. Obligación de dar doctrina

Estáis obligados a dar ejemplo, hijos míos, en todos los terrenos, también como ciudadanos. Debéis poner empeño en cumplir vuestros deberes y en ejercitar vuestros derechos. Por eso, al desarrollar la actividad apostólica, observamos como ciudadanos católicos las leyes civiles con el mayor respeto y acatamiento, y dentro del ámbito de esas leyes nos esforzamos siempre por trabajar.

Con la llamada divina y la formación específica, hemos de ser sal de la tierra y luz del mundo53, porque estamos obligados a dar ejemplo con una santa desvergüenza: vir quidem non debet velare caput suum quoniam imago et gloria Dei est54. Imagen de Dios somos: por lo tanto, brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos55. Pero no hemos de hacer alarde, no hemos de ser como esos vendedores de chucherías que llevan toda su mercancía al descubierto, para atraer, sino que hemos de obrar con naturalidad: si lo ven, que lo vean.

Hay otra razón de justicia que nos obliga a dar ejemplo: y es no difamar a nuestros hermanos de la Obra. Aquella sentencia absolutamente ilógica, ab uno disce omnes61*, es desgraciadamente muchas veces regla corriente para juzgar. Nuestro ejemplo ha de ser constante: todo tiene que ser ocasión de apostolado, medio de dar doctrina, aunque tengamos debilidades.

Sin miedo. Y para no tener miedo, no tener culpa. Si hay alguna debilidad, os recomiendo que repitáis las palabras de Pedro a Jesús, que yo repito habitualmente, detrás de cada uno de mis errores: Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te62; Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te amo.

El conocimiento de nuestros errores nos hace humildes, nos hace acercarnos más al Señor. Además hemos de tener en cuenta que, mientras estemos en la tierra, por providencia del Señor, tendremos equivocaciones, errores. Santiago escribe de Elías que era hombre pecador como nosotros; sin embargo, hizo después de nuevo oración, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto63.

La actuación de cada uno de nosotros, hijos, es personal y responsable. Debemos procurar dar buen ejemplo ante cada persona y ante la sociedad, porque un cristiano no puede ser individualista, no puede desentenderse de los demás, no puede vivir egoístamente, de espaldas al mundo: es esencialmente social, miembro responsable del Cuerpo Místico de Cristo.

En esta atmósfera y en este ambiente hemos de dar el ejemplo, humilde y audaz al mismo tiempo, perseverante y sellado con el trabajo, de una vida cristiana, íntegra, laboriosa, llena de comprensión y de amor a todas las almas.

Exiit qui seminat seminare semen suum10, salió el hombre a echar la semilla, y esto es lo nuestro: sembrar, dar buena doctrina, participar de todos los quehaceres y preocupaciones honradas de la tierra, para dar en ellos el buen ejemplo de los seguidores de Cristo.

Él, hijas e hijos míos, coepit facere et docere11, primero hizo y después enseñó, y así quiero que seáis: santos de veras, en medio de la calle, en la universidad, en el taller, en el hogar, con una llamada del Señor particularísima, que no es de medias tintas, sino de total entrega.

Esa entrega, que al mismo tiempo ha de ser humilde y callada, os facilitará el conocimiento de la grandeza, de la ciencia, de la perfección de Dios, y os hará también saber la pequeñez, la ignorancia, la miseria que tenemos los hombres. Aprenderéis así a comprender las flaquezas ajenas, viendo las propias; a disculpar amando, a querer tratar con todos, porque no puede haber una criatura que nos sea extraña.

Hijos míos, el celo por las almas ha de llevarnos a no sentirnos enemigos de nadie, a tener un corazón grande, universal, católico; a volar como las águilas, en alas del amor de Dios, sin encerrarnos en el gallinero de rencillas o de banderías mezquinas, que tantas veces esterilizan la acción de los que quieren trabajar por Cristo.

Es un celo tal −en una palabra− el que debemos tener, que nos llevará a darnos cuenta de que in Christo enim Iesu neque circumcisio aliquid valet neque praeputium, sed nova creatura12, que −ante la posibilidad de hacer el bien− lo que verdaderamente cuentan son las almas.

Notas
*

«proselitismo»: este término, que durante siglos ha sido sinónimo de propagación del Evangelio, tiene un significado preciso para san Josemaría, inspirado en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia: contagiar a los demás el amor a Jesucristo y los deseos de entregarse a su servicio, con delicado respeto de su libertad (N. del E.).

8

Jb 1,1.

9

Si 8,5.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
12

Ad Diognetum, 5, 1-4 (SC 33, p. 63).

13

Mt 2,1-3.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
38

1 Co 14,6.

39

1 Co 14,9-11.

40

Cfr. Hch 1,1.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
41

Rm 1,20.

42

* Jn 1,9 (N. del E.).

43

Jn 3,17.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
49

Mt 23,1-4.

50

Mt 23,5.

51

St 2,14.26.

52

S. Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, c. 15, 1-2 (SC 10, p. 71).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
53

Cfr. Mt 5,13-14.

54

1 Co 11,7; «vir quidem non debet ... imago et gloria Dei est»: «el hombre, en efecto, no debe cubrirse la cabeza, puesto que es imagen y gloria de Dios» (T. del E.).

55

Mt 5,16.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
61

* «por uno solo los conocerás a todos», Virgilio, Eneida, 2, 65-66 (N. del E.).

62

Jn 21,17.

63

St 5,18.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
10

Lc 8,5.

11

Cfr. Hch 1,1.

12

Ga 6,15; «in Christo ... nova creatura»: «porque en Cristo Jesús, ni la circuncisión ni la falta de circuncisión importan, sino la nueva criatura» (T. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura