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No he creído nunca en la santidad de esas personas a las que llaman santos laicos. De ellos afirman que llevan una vida íntegra, y que a la vez se profesan ateos. Pero el Espíritu Santo dice por San Pablo que las perfecciones invisibles de Dios, incluso su eterno poder y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo, por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas41. Por eso, en el mejor de los casos, respetarán algunos preceptos de la ley natural −ni siquiera todos, porque la ley natural les impone admitir la existencia de Dios−, pero su vida no da luz, porque se han apartado de la luz de Cristo, lux vera, quae illuminat omnem hominem42*; luz verdadera, que ilumina a todos los hombres.

Es, pues, necesario imitar a Jesucristo −os decía−, para darlo a conocer con nuestra vida. Sabemos que Cristo se hizo hombre a fin de introducir a todos los hombres en la vida divina, para que −uniéndonos con Él− viviésemos individual y socialmente la vida de Dios. Oíd cómo lo dice San Juan: non enim misit Deus Filium suum in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum43; no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve.

Notas
41

Rm 1,20.

42

* Jn 1,9 (N. del E.).

43

Jn 3,17.

Referencias a la Sagrada Escritura
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