Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Cartas II» cuya materia es Iglesia → amor a la jerarquía.

No temáis, sin embargo, que la Iglesia pisotee esa característica de nuestro espíritu. Os consta cómo generalmente nos entienden y nos quieren los Ordinarios de las diócesis en las que trabajamos; y –sea la que fuere la forma jurídica que, con el tiempo, tome la Obra– la Iglesia, que es nuestra Madre, respetará el modo de ser de sus hijos, porque sabe que con eso solo pretendemos servirla y agradar a Dios.

Esta es la razón por la que no admitimos, sobre la Iglesia, ni una duda ni una sospecha: ni la toleramos, en otros, sin protesta. No buscamos a la Iglesia los lados vulnerables –por la acción de los hombres en Ella– para la crítica, como suelen hacer algunos que no parecen tener fe ni amor. No concibo que se pueda amar a la madre, y que se hable de esa madre con despego.

Y nunca estaremos bastante satisfechos de nuestro trabajo, por muchos que sean los servicios que, con la gracia de Dios, hagamos a la Iglesia y al Papa, porque el amor nos exigirá más cada día, y nuestros trabajos siempre nos parecerán modestos, porque el tiempo, del que disponemos, es breve: tempus breve est34.

Con el amor desinteresado, hemos de tener una gran confianza: estoy seguro de que se acrecentará en vuestras almas, con la ayuda de Dios, a pesar de las incomprensiones que el Señor quiera permitir, que –insisto– nunca serán incomprensiones de la Iglesia.

Con este espíritu de confianza filial, recibiremos siempre con gozo y alegría cualquier noticia que nos venga de la Esposa de Jesucristo, también cuando sea dolorosa o pueda parecerlo, a los ojos de personas ajenas a la Obra, ya que sabemos que de la Iglesia no nos puede venir nada malo: diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum35; para los que aman a Dios, todas las cosas son para bien.

Y me atrevo a aseguraros que esta alegría nuestra, a pesar de los pesares, no dejará de causar estupor y sorpresa, y sobre todo edificación, en quienes sin motivo, porque no lo puede haber, esperan de nosotros una reacción distinta.

Amor a los Obispos

Estas consideraciones me llevan de la mano a hablaros, finalmente, de otra cosa que empapa todo nuestro servicio apostólico: porque amamos a la Iglesia, tenemos también grande amor a los Obispos, a los que el Espíritu Santo ha constituido para apacentar la Iglesia de Dios36.

Trabajamos en sus diócesis, en la misma dirección que los Revmos. Ordinarios, y en las diócesis queda el fruto de nuestra tarea; procuramos secundar los deseos que manifiesten, como ciudadanos, con nuestro modo peculiar de trabajar, pues para otra cosa no tendríamos gracia de Dios Nuestro Señor.

Dentro de este espíritu, nuestra obediencia es rendida: que den consignas apostólicas, y trabajaremos eficaz y silenciosamente. Y si el Revmo. Ordinario no tiene necesidad de indicar nada especial, trabajaremos también en servicio de la diócesis, tratando de alcanzar los fines propios del Opus Dei.

Por eso los obispos –prácticamente todos– están contentos y agradecidísimos por el bien que hacéis en sus diócesis. Tened en cuenta, sin embargo, que lo lógico no es que solamente ellos estén contentos de nosotros, sino que también lo estemos nosotros de ellos –sé que entendéis esta expresión, que no supone falta de respeto–, ya que con nuestro trabajo laical contribuimos al servicio de la diócesis, y a mejorar la vida espiritual de los fieles, sin costar ni un céntimo a la diócesis, sin exigir la ayuda de nadie: en una palabra, hacemos por caridad, por amor a la Iglesia nuestra Madre y a las almas, lo que el Ordinario está obligado a hacer por justicia, en virtud de la consagración episcopal y de la misión que se le ha confiado en la diócesis.

No dejéis de encomendar asiduamente al Prelado diocesano, como os he enseñado a hacer desde el principio; y tratadle con la cortesía que corresponde al tono sobrenatural y humano de la Obra. También en este punto nos diferenciamos de los religiosos, que lógicamente han de tener con los obispos una relación distinta –aunque sea también muy delicada–, porque es diferente su modo de trabajar, y porque tienen otra mentalidad, otra formación, otro espíritu, puesto que toda su tarea es eclesiástica, y se desarrolla con esquemas muy diversos, de acuerdo con el concepto de estado de perfección, que los diferencia de los demás fieles: y, por lo tanto, de nosotros.

Cuando los Revmos. Ordinarios nos lo han pedido, hemos colaborado –y seguiremos colaborando– directamente en los apostolados promovidos por la diócesis, aunque con frecuencia cumplir esos deseos ha supuesto por nuestra parte un sacrificio no pequeño, personal e incluso económico.

En todos nuestros apostolados corporativos –de los que la Obra responde plenamente– actuamos siempre de acuerdo con el Obispo, porque nuestro afán es fortalecer su autoridad, y evitar la división de criterios en el apostolado.

Esta unidad, sin embargo, no puede ser uniformidad. Todos los cristianos, y especialmente los que hacen una dedicación personal y total de su vida al servicio de Dios, están unidos en la misión corredentora de la Iglesia –os lo he dicho ya–, pero cooperan en ella de forma distinta, según su vocación específica.

La unidad nos pide, por tanto, amar la llamada divina que hemos recibido y ser fieles a esa llamada: porque es el modo de trabajar, de ser útiles a toda la Iglesia, que quiere para nosotros la Voluntad de Dios; y porque es el modo de dar a entender, en la práctica, que se aman y se comprenden todas las vocaciones, los diversísimos dones que el Espíritu de Dios comunica a los cristianos.

Notas
34

1 Co 7,29.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
35

Rm 8,28.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
36

Hch 20,28.

Referencias a la Sagrada Escritura