Lista de puntos
Es de tal manera humano este trabajo apostólico, que –a quien no cale la naturaleza sobrenatural de nuestra llamada divina, tan unida al ejercicio del trabajo profesional, o a quien piense que para dedicarse a Dios totalmente hay que dejar de ser personas corrientes– puede llegar a dar la impresión de que los socios de la Obra son raros, precisamente por el hecho de no serlo: por el hecho de ser tan normales, tan iguales en todo a sus conciudadanos, a sus compañeros de oficio o de profesión.
En efecto, los socios de la Obra, viven, visten y se afanan como corresponde a la posición social que, en razón de su trabajo, ocupa cada uno; y tienen la naturalidad de adaptarse, como los demás ciudadanos, a las justas exigencias y circunstancias del ambiente, con sencillez y con sinceridad de conducta; es decir, se comportan externamente igual que los demás cristianos, igual que se habrían comportado si no hubiesen pertenecido a la Obra.
No se trata, por tanto, de encubrir la propia personalidad o condición; ni de mantener un aspecto externo determinado, que no sea el que les corresponde, el que les es connatural; ni de actuar así por táctica apostólica; ni de adoptar camuflajes innecesarios.
Todas esas rarezas o hipocresías son imposibles en la Obra; podrán darse, en todo caso, en aquellas personas que intenten disfrazarse de seglares, o aparentar de alguna manera que no son religiosos, aseglarándose –he conocido algunos– quizá por táctica apostólica: peligrosa táctica, por cierto, que podría convertirse –porque la sinceridad reclama siempre sus derechos– en una verdadera apostasía del estado religioso, organizada con técnicas de perversión intelectual y de costumbres.
Bendecid al Dios del cielo y confesadle, celebrad su magnificencia y aclamadlo en presencia de todos los vivientes, por cuanto hizo a favor nuestro: el secreto del rey, bueno es callarlo; pero es cosa gloriosa dar a conocer las obras de Dios91. Nosotros, hijas e hijos míos, no tenemos nada que encubrir u ocultar; la espontaneidad de nuestra conducta y de nuestro comportamiento no puede ser confundida por nadie con el secreto.
Nunca he tenido secretos, ni los tengo ni los tendré. Tampoco los tiene la Obra: no estaría bien que los tuviese, y yo, que soy el Fundador, no lo supiera. El secreto es innecesario para el Opus Dei: no lo ha necesitado nunca, ni lo necesita ahora, ni lo necesitará jamás. El tesoro que Dios ha depositado en nosotros, la luz que hemos de comunicar es un secreto a voces: porque tenemos la obligación, la misión divina, de proclamarlo a los cuatro vientos.
Naturalidad y humildad personal y colectiva
Pero no olvidéis que este modo sencillo y natural de vivir nuestra vocación se complementa perfectamente con la sensata discreción sobrenatural, que la eficacia de la labor y, sobre todo, la humildad personal y la humildad colectiva requieren: especialmente ahora, en estos primeros tiempos de la Obra, que son delicados tiempos de gestación.
La intimidad de la entrega personal a Dios y la intimidad de la vida de nuestra Familia, no son cosas para andar pregonándolas por la calle, ni para satisfacer la curiosidad del primer oliscón agresivo que llame a la puerta: nuestra ingenuidad ha de ir unida a la prudencia.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/book-subject/cartas-2/1781/ (10/05/2024)