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Es de tal manera humano este trabajo apostólico, que –a quien no cale la naturaleza sobrenatural de nuestra llamada divina, tan unida al ejercicio del trabajo profesional, o a quien piense que para dedicarse a Dios totalmente hay que dejar de ser personas corrientes– puede llegar a dar la impresión de que los socios de la Obra son raros, precisamente por el hecho de no serlo: por el hecho de ser tan normales, tan iguales en todo a sus conciudadanos, a sus compañeros de oficio o de profesión.

En efecto, los socios de la Obra, viven, visten y se afanan como corresponde a la posición social que, en razón de su trabajo, ocupa cada uno; y tienen la naturalidad de adaptarse, como los demás ciudadanos, a las justas exigencias y circunstancias del ambiente, con sencillez y con sinceridad de conducta; es decir, se comportan externamente igual que los demás cristianos, igual que se habrían comportado si no hubiesen pertenecido a la Obra.

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