Lista de puntos

Hay 20 puntos en «Surco» cuya materia es Apostolado → virtudes que requiere.

Hay algunos que, cuando hablan de Dios,

o del apostolado, parece como si sintieran la necesidad de defenderse. Quizá porque no han descubierto el valor de las virtudes humanas y, en cambio, les sobra deformación espiritual y cobardía.

No te conduzcas como ésos que se asustan ante un enemigo que sólo tiene la fuerza de su “voz agresiva”.

Comprendes la labor que se hace…, te parece bien (!). Pero pones mucho cuidado en no colaborar, y más aun en conseguir que los demás no vean o no piensen que colaboras.

—¡Tienes miedo de que te crean mejor de lo que eres!, me has dicho. —¿No será que tienes miedo de que Dios y los hombres te exijan más coherencia?

No soy el apóstol que debiera ser. Soy… el tímido.

—¿No estarás achicado, porque tu amor es corto? —¡Reacciona!

Cuando se trabaja para extender una empresa apostólica, el “no” nunca es una respuesta definitiva: ¡insistid!

Eres demasiado “precavido” o demasiado poco “sobrenatural” y, por eso, te pasas de listo: no te inventes tú mismo las “pegas”, ni quieras despejarlas todas.

—Quizá el que te escucha sea menos “listo” o más “generoso” que tú y, como cuenta con Dios, no te pondrá tantos peros.

Hay unos modos de obrar tan prudenciales que, en una palabra, significan pusilanimidad.

Convéncete: cuando se trabaja por Dios, no hay dificultades que no se puedan superar, ni desalientos que hagan abandonar la tarea, ni fracasos dignos de este nombre, por infructuosos que aparezcan los resultados.

Tu fe es demasiado poco operativa: se diría que es de beato, más que de hombre que lucha por ser santo.

¡Serenidad!, ¡audacia!

Desbarata con esas virtudes la quinta columna de los tibios, de los asustados, de los traidores.

Me aseguraste que querías luchar sin tregua. Y ahora me vienes alicaído.

Mira, hasta humanamente, conviene que no te lo den todo resuelto, sin trabas. Algo —¡mucho!— te toca poner a ti. Si no, ¿cómo vas a “hacerte” santo?

No te lanzas a trabajar en esa empresa sobrenatural, porque —así lo dices tú— tienes miedo a no saber agradar, a hacer una gestión desafortunada. —Si pensaras más en Dios, esas sinrazones desaparecerían.

A veces considero que unos pocos enemigos de Dios y de su Iglesia viven del miedo de muchos buenos, y me lleno de vergüenza.

Sé atrevido en tu oración, y el Señor te transformará de pesimista en optimista; de tímido en audaz; de apocado de espíritu en hombre de fe, ¡en apóstol!

Naturalidad, sinceridad, alegría: condiciones indispensables, en el apóstol, para atraer a las gentes.

Cortesía siempre, con todos. Pero, especialmente, con los que se presentan como adversarios —tú no tengas enemigos—, cuando trates de sacarles de su error.

¿Por qué —preguntabas indignado— el ambiente y los medios de apostolado han de ser feos, sucios… y complejos? —Y añadías: ¡si cuesta lo mismo!

—A mí me pareció tu indignación muy razonable. Y pensé que Jesús se dirigía y atraía a todos: pobres y ricos, sabios e ignorantes, alegres y tristes, jóvenes y ancianos… ¡Qué amable y natural —sobrenatural— es su figura!

La atracción de tu trato amable ha de ensancharse en cantidad y calidad. Si no, tu apostolado se extinguirá en cenáculos inertes y cerrados.

No te falta el trato agradable de conversador inteligente… Pero también eres muy apático. —“Si no me buscan…”, te excusas.

—Si no cambias —puntualizo— y no vas al encuentro de quienes te esperan, nunca podrás ser un apóstol eficaz.

Convéncete: tu apostolado consiste en difundir bondad, luz, entusiasmo, generosidad, espíritu de sacrificio, constancia en el trabajo, profundidad en el estudio, amplitud en la entrega, estar al día, obediencia absoluta y alegre a la Iglesia, caridad perfecta…

—Nadie da lo que no tiene.