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El Señor nos quiere humildes: esa humildad no significa que no lleguéis a donde debéis llegar en el terreno profesional, en el trabajo ordinario, y, desde luego, en la vida espiritual. Es preciso llegar, pero sin buscaros a vosotros mismos, con rectitud de intención. No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: sólo esto nos mueve.

Dios se ha querido servir de vosotros, de vuestra lucha por alcanzar la santidad e incluso de vuestros talentos humanos. Recordad siempre el mandato de Cristo: que brille vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos24. Para Él toda la gloria, todo el honor: soli Deo honor et gloria in saecula saeculorum25, sólo a Dios hemos de dar el honor y la gloria, por los siglos sin fin.

No dejéis de meditar las palabras del Apóstol: ahora bien, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? Simples ministros de aquél en quien habéis creído, y cada uno según el don que le concedió el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero Dios es quien ha hecho crecer. Y así ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que ha dado el incremento26.

No olvidéis que es señal de predilección divina pasar ocultos. A mí me enamora el texto del Evangelio en que San Juan, al describir un grupo de los discípulos, nos dice: hallábanse juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos27. Tengo una gran simpatía a esos dos, de los que ni siquiera se sabe el nombre, porque pasan inadvertidos. Me da una gran alegría pensar que se puede vivir toda una vida de este modo: ser apóstol, ocultarse y desaparecer. Aunque a veces cueste, es muy hermoso desaparecer: Illum oportet crescere, me autem minui28.

Notas
24

Mt 5,16.

25

1 Tm 1,17.

26

1 Co 3,4-7.

27

Jn 21,2.

28

Jn 3,30.

Referencias a la Sagrada Escritura
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