Lista de puntos

Hay 36 puntos en «Camino» cuya materia es Apostolado.

Eres, entre los tuyos —alma de apóstol—, la piedra caída en el lago. —Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y este, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho.

¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?

¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! —¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto del que le pertenece?

No es otra la razón del malestar del mundo. —Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí ¡cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor!

¡Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas? Nunca han ganado a las masas. —En sus antros forman unos cuantos hombres-demonios que se agitan y revuelven a las muchedumbres, alocándolas, para hacerlas ir tras ellos, al precipicio de todos los desórdenes... y al infierno. —Ellos llevan una simiente maldecida.

Si tú quieres..., llevarás la Palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar. Si eres generoso..., si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo: que «omnes cum Petro ad Jesum per Mariam».

¿Hay locura más grande que echar a voleo el trigo dorado en la tierra para que se pudra? —Sin esa generosa locura no habría cosecha.

Hijo: ¿cómo andamos de generosidad?

¿Brillar como una estrella..., ansia de altura y de lumbre encendida en el cielo?

Mejor: quemar, como una antorcha, escondido, pegando tu fuego a todo lo que tocas. —Este es tu apostolado: para eso estás en la tierra.

Servir de altavoz al enemigo es una idiotez soberana; y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. —Por eso, en el terreno profesional, nunca alabaré la ciencia de quien se sirve de ella como cátedra para atacar a la Iglesia.

¡Galopar, galopar!... ¡Hacer, hacer!... Fiebre, locura de moverse... Maravillosos edificios materiales...

Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones repintados... ¡galopar!, ¡hacer! —Y mucha gente corriendo: ir y venir.

Es que trabajan con vistas al momento de ahora: «están» siempre «en presente». —Tú... has de ver las cosas con ojos de eternidad, «teniendo en presente» el final y el pasado...

Quietud. —Paz. —Vida intensa dentro de ti. Sin galopar, sin la locura de cambiar de sitio, desde el lugar que en la vida te corresponde, como una poderosa máquina de electricidad espiritual, ¡a cuántos darás luz y energía!..., sin perder tu vigor y tu luz.

No tengas enemigos. —Ten solamente amigos: amigos... de la derecha —si te hicieron o quisieron hacerte bien— y... de la izquierda —si te han perjudicado o intentaron perjudicarte.

No cuentes hechos de «tu» apostolado como no sea para provecho del prójimo.

Que pase inadvertida vuestra condición como pasó la de Jesús durante treinta años.

José de Arimatea y Nicodemus visitan a Jesús ocultamente a la hora normal y a la hora de triunfo.

Pero son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo —«audacter»— con audacia, a la hora de la cobardía. —Aprende.

No os preocupe si por vuestras obras «os conocen». —Es el buen olor de Cristo. —Además, trabajando siempre exclusivamente por Él, alegraos de que se cumplan aquellas palabras de la Escritura: «Que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

El genio militar de San Ignacio nos presenta al demonio que hace un llamamiento de innumerables diablos y los esparce por estados, provincias, ciudades y lugares, tras de haberles hecho «un sermón», en el que les amonesta para echar hierros y cadenas, no dejando a nadie en particular sin atadura...

Me dijiste que querías ser caudillo: y... ¿para qué sirve un caudillo aherrojado?

Mira: los Apóstoles, con todas sus miserias patentes e innegables, eran sinceros, sencillos..., transparentes.

Tú también tienes miserias patentes e innegables. —Ojalá no te falte sencillez.

Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración «Jesús, te amo», oyó esta respuesta del cielo: «Obras son amores y no buenas razones».

Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche.

El celo es una chifladura divina de apóstol, que te deseo, y tiene estos síntomas: hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer.

No te duermas sobre los laureles. —Si, humanamente hablando, esa postura es incómoda y poco gallarda, ¿qué sucederá cuando los laureles —como ahora— no sean tuyos, sino de Dios?

Al apostolado vas a someterte, a anonadarte: no a imponer tu criterio personal.

Nunca seáis hombres o mujeres de acción larga y oración corta.

Procura vivir de tal manera que sepas, voluntariamente, privarte de la comodidad y bienestar que verías mal en los hábitos de otro hombre de Dios.

Mira que eres el grano de trigo del que habla el Evangelio. —Si no te entierras y mueres, no habrá fruto.

Sed hombres y mujeres del mundo, pero no seáis hombres o mujeres mundanos.

No olvides que la unidad es síntoma de vida: desunirse es putrefacción, señal cierta de ser un cadáver.

Obedecer..., camino seguro. —Obedecer ciegamente al superior..., camino de santidad. —Obedecer en tu apostolado..., el único camino: porque, en una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse.

Ten presente, hijo mío, que no eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena.

Esto es mucho..., pero es poco. —Eres el apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo.

Es preciso que seas «hombre de Dios», hombre de vida interior, hombre de oración y de sacrificio. —Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida «para adentro».

Unidad. —Unidad y sujeción. ¿Para qué quiero yo las piezas sueltas de un reloj, aunque sean primorosas, si no me dan la hora?

No me hagáis «capillitas» dentro de vuestro trabajo.—Sería empequeñecer los apostolados: porque, si la «capillita» llega, ¡por fin!, al gobierno de una empresa universal... ¡qué pronto la empresa universal acaba en capillita!

Me decías, con desconsuelo: ¡hay muchos caminos! —Debe haberlos: para que todas las almas puedan encontrar el suyo, en esa variedad admirable.

¿Confusionismo? —Escoge de una vez para siempre: y la confusión se convertirá en seguridad.

Alégrate, si ves que otros trabajan en buenos apostolados. —Y pide, para ellos, gracia de Dios abundante y correspondencia a esa gracia.

Después, tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro.

Es mal espíritu el tuyo si te duele que otros trabajen por Cristo sin contar con tu labor. —Acuérdate de este pasaje de San Marcos: «Maestro: hemos visto a uno que andaba lanzando demonios en tu nombre, que no es de nuestra compañía, y se lo prohibimos. No hay para qué prohibírselo, respondió Jesús, puesto que ninguno que haga milagros en mi nombre, podrá luego hablar mal de mí. Que quien no es contrario vuestro, de vuestro partido es».

Es inútil que te afanes en tantas obras exteriores si te falta Amor. —Es como coser con una aguja sin hilo.

¡Qué pena, si al final hubieras hecho «tu» apostolado y no «su» Apostolado!

Gozosamente te bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de apóstol que te llevó a escribir: «No cabe duda: el porvenir es seguro, quizá a pesar de nosotros. Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza —‘ut omnes unum sint!’—, por la oración y por el sacrificio».

Los que, dejando la acción para otros, oran y sufren, no brillarán aquí, pero ¡cómo lucirá su corona en el Reino de la Vida! —¡Bendito sea el «apostolado del sufrimiento»!

Es verdad que he llamado a tu apostolado discreto, «silenciosa y operativa misión». —Y no tengo nada que rectificar.

Me parece tan bien tu devoción por los primeros cristianos, que haré lo posible por fomentarla, para que ejercites —como ellos—, cada día con más entusiasmo, ese apostolado eficaz de discreción y de confidencia.

Cuando pongas por obra tu «apostolado de discreción y confidencia», no me digas que no sabes qué decir. —Porque —te diré con el salmo— «Dominus dabit verbum evangelizantibus virtute multa» —el Señor pone en boca de sus apóstoles palabras llenas de eficacia.

Referencias a la Sagrada Escritura
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