Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Cartas I» cuya materia es Humildad.

Necesidad de la humildad

Quisiera haceros sentir, junto al gozo que vuestra llamada divina os produce, una íntima y sincera humildad, que no sólo es compatible con la esperanza y con la grandeza de ánimo, sino que es su mejor defensa y garantía. Porque no toda seguridad es digna de alabanza, sino sólo la que abandona los cuidados en la medida en que debe hacerlo y en las cosas en que no se debe temer. Así es como la seguridad es una condición para la fortaleza y para la magnanimidad4.

Cada uno de nosotros es como aquel gigante de la Sagrada Escritura: la cabeza de la estatua era de oro puro; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus caderas, de bronce; sus piernas, de hierro, y sus pies, parte de hierro, parte de barro5. No olvidemos nunca esta debilidad del fundamento humano, y así seremos prudentes −humildes− y no sucederá lo que acaeció a aquella estatua colosal: que una piedra desprendida, no lanzada por mano, hirió a la estatua en los pies de hierro y barro, destrozándolos. Entonces el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro se desmenuzaron juntamente y fueron como polvo de las eras en verano: se los llevó el viento sin que de ellos quedara traza alguna6.

Oíd, mis hijos, lo que el Espíritu Santo nos dice por San Pablo: el que piensa estar firme, mire no caiga. No habéis tenido sino tentaciones humanas, ordinarias; pero fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis sosteneros7.

Heme, pues, aquí; yo soy el Dios que anula tus pecados y no se acuerda de ellos. ¿Ves? No los recordaré, dice, y eso es propio de la clemencia; pero tú recuérdalos, para que tomes ocasión de corregirte. Pablo, aunque sabía esto, se acordaba siempre de los pecados, que Dios había olvidado, hasta el punto que decía: no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios; y: Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero. No dijo: era; sino: soy. Ante Dios estaban perdonados los pecados, pero ante Pablo persistía su recuerdo. Lo que Dios había anulado, él mismo lo divulgaba… Dios le llama vaso de elección, y él se dice el primer pecador. Si no se había olvidado de los pecados, piensa cómo recordaría los beneficios de Dios69.

San Pablo se sabe el último de los apóstoles, pero siente también el mandato de evangelizar. Como tú y como yo. Tú sabrás cómo eres. De mí te puedo decir que soy una pobre cosa, un pecador que ama a Jesucristo. Por gracia de Dios no le ofendemos más, pero me siento capaz de cometer todas las vilezas, que haya cometido cualquier otro hombre.

Por eso, si los demás −porque el Señor, en su bondad, no les deja ver nuestra fragilidad− nos tienen por mejores que ellos, nos alaban y muestran desconocer que somos pecadores, debemos pensar y meditar en el fondo de nuestro corazón, con humildad verdadera: tamquam prodigium factus sum multis: et tu adiutor fortis70; llegué a ser, para muchos, como un prodigio; pero bien sé que tú, Dios mío, eres mi fortaleza.

Humildes, hijos míos. Mirad que Jesucristo nos ha besado los pies cuando los besó a los primeros doce. Y Él es quien es, y nosotros somos lo que somos: pobres criaturas.

Si somos fieles, si somos humildes, seremos limpios, mortificados, obedientes; seremos eficaces, en todo el mundo: cuanto más humildes, más eficaces. No hemos venido a mandar, sino a obedecer. Venimos a servir, como Jesús, que non venit ministrari, sed ministrare74. Meditad muchas veces las palabras del Bautista: Illum oportet crescere, me autem minui75; conviene que Él crezca, y que yo disminuya.

Si quieres ser grande, comienza por ser pequeño; si quieres construir un edificio que llegue hasta el cielo, piensa primero en poner el fundamento de la humildad. Cuanto mayor sea la mole que se trate de levantar y la altura del edificio, tanto más hondo hay que cavar el cimiento. Y mientras el edificio que se construye se eleva hacia lo alto, el que cava el cimiento se abaja hasta lo más profundo. Luego el edificio, antes de subir se humilla, y su cúspide se erige después de la humillación76.

Sinceros con nosotros mismos. Más difícil aún. Ya habéis oído decir que el mejor negocio del mundo sería comprar a los hombres por lo que realmente valen, y venderlos por lo que creen que valen. Es difícil la sinceridad. La soberbia violenta a la memoria, la obscurece: y se encuentra una justificación para cubrir de bondad el mal cometido, que no se está dispuesto a rectificar; se acumulan argumentos, razones, que van ahogando la voz de la conciencia, cada vez más débil, más confusa.

Como la voluntad tiende al bien o al bien aparente, nunca la voluntad se movería hacia el mal, si lo que no es bueno no apareciese de algún modo como bueno79. Las pasiones, o la voluntad desviada, fuerzan al entendimiento, le hacen asentir precipitadamente, o eludir la consideración de ciertos aspectos que contrarían, para acogerse, en cambio, a otros que favorecen −que adornan de bondad− aquella inclinación.

Sin humildad, se deforman las conciencias

Si no se es humilde, profundamente humilde, es fácil llegar a deformarse la conciencia. Quizá en nuestra vida, por debilidad, podremos obrar mal. Pero las ideas claras, la conciencia clara: lo que no podemos es hacer cosas malas y decir que son santas.

Cuanta menos humildad, más graves las consecuencias de esa deformación. Porque llegan algunos a no conformarse con esa tranquilización subjetiva de la propia conciencia; sino que se sienten heraldos de una moral nueva, misioneros y profetas de esas reivindicaciones del mal, y difunden sus errores con el fervor de una nueva cruzada, y arrastran tras de sí a los débiles, que encuentran en esas doctrinas nuevas la justificación de sus obras torpes, que se sienten de este modo dispensados del dolor de la rectificación, que −para los humildes− es un deber gustoso.

No escuchéis lo que os profetizan los profetas; os engañan. Lo que os dicen son visiones suyas, no procede de la boca del Señor. Dicen a los que se burlan de la palabra del Señor: paz, tendréis paz. Y a todos los que se van tras los malos deseos de su corazón, les dicen: no vendrá sobre vosotros ningún mal… Descarrían a mi pueblo con sus mentiras y sus jactancias, siendo así que yo no les he enviado, no les he dado misión alguna y no han hecho a mi pueblo bien alguno, palabra del Señor80. Si después de leer estas palabras de la Escritura Santa, me decís que es difícil para un alma corriente discernir, os daré un criterio seguro: el amor a la Santísima Virgen, en primer término; y, después, la obediencia, que es piedra de toque de la verdadera humildad.

Notas
4

S.Th. II-II, q. 129, a. 7 ad 2.

5

Dn 2,32-33.

6

Dn 2,34-35.

7

1 Co 10,12-13.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
69

S. Juan Crisóstomo, Sermo Non esse ad gratiam concionandum, 4, (PG 50, cols. 658-659).

70

Sal 71[70],7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
74

Mt 20,28; «non venit ministrari, sed ministrare»: «[el Hijo del Hombre] no ha venido a ser servido, sino a servir». (T. del E.)

75

Jn 3,30.

76

S. Agustín de Hipona, Sermo 69, 2 (PL 38, col. 441).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
79

S.Th. I-II, q. 77, a. 2 c.

Notas
80

Jr 23,16-17.32.

Referencias a la Sagrada Escritura