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Sin humildad, se deforman las conciencias

Si no se es humilde, profundamente humilde, es fácil llegar a deformarse la conciencia. Quizá en nuestra vida, por debilidad, podremos obrar mal. Pero las ideas claras, la conciencia clara: lo que no podemos es hacer cosas malas y decir que son santas.

Cuanta menos humildad, más graves las consecuencias de esa deformación. Porque llegan algunos a no conformarse con esa tranquilización subjetiva de la propia conciencia; sino que se sienten heraldos de una moral nueva, misioneros y profetas de esas reivindicaciones del mal, y difunden sus errores con el fervor de una nueva cruzada, y arrastran tras de sí a los débiles, que encuentran en esas doctrinas nuevas la justificación de sus obras torpes, que se sienten de este modo dispensados del dolor de la rectificación, que −para los humildes− es un deber gustoso.

No escuchéis lo que os profetizan los profetas; os engañan. Lo que os dicen son visiones suyas, no procede de la boca del Señor. Dicen a los que se burlan de la palabra del Señor: paz, tendréis paz. Y a todos los que se van tras los malos deseos de su corazón, les dicen: no vendrá sobre vosotros ningún mal… Descarrían a mi pueblo con sus mentiras y sus jactancias, siendo así que yo no les he enviado, no les he dado misión alguna y no han hecho a mi pueblo bien alguno, palabra del Señor80. Si después de leer estas palabras de la Escritura Santa, me decís que es difícil para un alma corriente discernir, os daré un criterio seguro: el amor a la Santísima Virgen, en primer término; y, después, la obediencia, que es piedra de toque de la verdadera humildad.

Notas
80

Jr 23,16-17.32.

Referencias a la Sagrada Escritura
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