Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Forja» cuya materia es Humildad.

No te asustes, ni te desanimes, al descubrir que tienes errores…, ¡y qué errores!

—Lucha para arrancarlos. Y, mientras luches, convéncete de que es bueno que sientas todas esas debilidades, porque, si no, serías un soberbio: y la soberbia aparta de Dios.

Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti…, también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.

—Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo.

Vives contento, muy feliz, aunque en ocasiones notes el zarpazo de la tristeza, e incluso palpes casi habitualmente un sedimento real de pesadumbre.

—Pueden coexistir esa alegría y esa congoja, cada una en su "hombre": aquélla, en el nuevo; la otra, en el viejo.

La humildad nace como fruto de conocer a Dios y de conocerse a sí mismo.

Señor, te pido un regalo: Amor…, un Amor que me deje limpio. —Y otro regalo aún: conocimiento propio, para llenarme de humildad.

Son santos los que luchan hasta el final de su vida: los que siempre se saben levantar después de cada tropiezo, de cada caída, para proseguir valientemente el camino con humildad, con amor, con esperanza.

Si tus errores te hacen más humilde, si te llevan a buscar con más fuerza el asidero de la mano divina, son camino de santidad: «felix culpa!» —¡bendita culpa!, canta la Iglesia.

Parece mentira que un hombre como tú —que te sabes nada, dices— se atreva a poner obstáculos a la gracia de Dios.

Eso es lo que haces con tu falsa humildad, con tu "objetividad", con tu pesimismo.

La fe verdadera se descubre por la humildad.

Dicebat enim intra se —decía aquella pobrecita mujer dentro de sí: si tetigero tantum vestimentum eius, salva ero —con sólo que toque la orla de su vestidura, quedaré sana.

—¡Qué humildad la suya, fruto y señal de su fe!

Imita a la Virgen Santa: sólo el reconocimiento cabal de nuestra nada puede hacernos preciosos a los ojos del Creador.

No alcanzaremos jamás la auténtica alegría sobrenatural y humana, el "verdadero" buen humor, si no imitamos "de verdad" a Jesús; si no somos, como El, humildes.

¿Eres capaz de pasar por esas humillaciones, que te pide Dios, en cosas que no tienen importancia, que no obscurecen la verdad? —¿No?: ¡entonces no amas la virtud de la humildad!

Referencias a la Sagrada Escritura
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