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Heme, pues, aquí; yo soy el Dios que anula tus pecados y no se acuerda de ellos. ¿Ves? No los recordaré, dice, y eso es propio de la clemencia; pero tú recuérdalos, para que tomes ocasión de corregirte. Pablo, aunque sabía esto, se acordaba siempre de los pecados, que Dios había olvidado, hasta el punto que decía: no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios; y: Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero. No dijo: era; sino: soy. Ante Dios estaban perdonados los pecados, pero ante Pablo persistía su recuerdo. Lo que Dios había anulado, él mismo lo divulgaba… Dios le llama vaso de elección, y él se dice el primer pecador. Si no se había olvidado de los pecados, piensa cómo recordaría los beneficios de Dios69.

San Pablo se sabe el último de los apóstoles, pero siente también el mandato de evangelizar. Como tú y como yo. Tú sabrás cómo eres. De mí te puedo decir que soy una pobre cosa, un pecador que ama a Jesucristo. Por gracia de Dios no le ofendemos más, pero me siento capaz de cometer todas las vilezas, que haya cometido cualquier otro hombre.

Por eso, si los demás −porque el Señor, en su bondad, no les deja ver nuestra fragilidad− nos tienen por mejores que ellos, nos alaban y muestran desconocer que somos pecadores, debemos pensar y meditar en el fondo de nuestro corazón, con humildad verdadera: tamquam prodigium factus sum multis: et tu adiutor fortis70; llegué a ser, para muchos, como un prodigio; pero bien sé que tú, Dios mío, eres mi fortaleza.

Materias
Notas
69

S. Juan Crisóstomo, Sermo Non esse ad gratiam concionandum, 4, (PG 50, cols. 658-659).

70

Sal 71[70],7.

Referencias a la Sagrada Escritura
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