Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Paz.

Fomenta, en tu alma y en tu corazón —en tu inteligencia y en tu querer—, el espíritu de confianza y de abandono en la amorosa Voluntad del Padre celestial… —De ahí nace la paz interior que ansías.

¿Cómo vas a tener paz, si te dejas arrastrar —contra los “tirones” de la gracia— por esas pasiones, que ni siquiera intentas dominar?

El cielo empuja para arriba; tú —¡sólo tú: no busques excusas!—, para abajo… —Y de este modo te desgarras.

Tanto la paz, como la guerra, están dentro de nosotros.

No se puede llegar al triunfo, a la paz, si faltan la lealtad y la decisión de vencer en el combate.

Un remedio contra esas inquietudes tuyas: tener paciencia, rectitud de intención, y mirar las cosas con perspectiva sobrenatural.

Aleja enseguida de ti —¡si Dios está contigo!— el temor y la perturbación de espíritu…: evita de raíz esas reacciones, pues sólo sirven para multiplicar las tentaciones y acrecentar el peligro.

Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose. Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey; El es quien nos ha de salvar”.

—Rézala devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los designios de la Providencia, que nos gobierna para nuestro bien.

Si —por tener fija la mirada en Dios— sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones, si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías, que te hacen falta para trabajar con eficacia, en servicio de los hombres.

Aquel amigo nos confiaba sinceramente que jamás se había aburrido, porque nunca se había encontrado solo, sin nuestro Amigo.

—Caía la tarde, con un silencio denso… Notaste muy viva la presencia de Dios… Y, con esa realidad, ¡qué paz!

Un saludo vibrante de un hermano te recordó, en aquel ambiente viajero, que los caminos honestos del mundo están abiertos para Cristo: únicamente falta que nos lancemos a recorrerlos, con espíritu de conquista.

Sí, Dios ha creado el mundo para sus hijos, para que lo habiten y lo santifiquen: ¿a qué esperas?

Eres extraordinariamente feliz. A veces, cuando te das cuenta de que un hijo de Dios le abandona, sientes —en medio de tu paz y de tu gozo íntimos— un dolor de cariño, una amargura, que ni turba ni inquieta.

—Bien, pero… ¡a poner todos los medios humanos y sobrenaturales para que reaccione…, y a confiar con certidumbre en Jesucristo! Así, las aguas vuelven siempre a su cauce.

Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas —a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos— no salen a tu gusto… Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan.

Sigues teniendo despistes y faltas, ¡y te duelen! A la vez, caminas con una alegría que parece que te va a hacer estallar.

Por eso, porque te duelen —dolor de amor—, tus fracasos ya no te quitan la paz.

Referencias a la Sagrada Escritura