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Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Paz → paz interior.

Me has preguntado si tengo cruz. Y te he respondido que sí, que nosotros siempre tenemos Cruz. —Pero una Cruz gloriosa, sello divino, garantía de la autenticidad de ser hijos de Dios. Por eso, siempre caminamos felices con la Cruz.

Sientes más alegría. Pero esta vez se trata de una alegría nerviosa, un poco impaciente, acompañada de la sensación clara de que en ti algo se desgarra en sacrificio.

Escúchame bien: aquí en la tierra, no hay felicidad completa. Por eso, ahora, inmediatamente, sin palabras y sin victimismos, ofrécete en oblación a Dios, con un entregamiento total y absoluto.

Han venido nubarrones de falta de ganas, de pérdida de ilusión. Han caído chubascos de tristeza, con la clara sensación de encontrarte atado. Y, como colofón, te acecharon decaimientos, que nacen de una realidad más o menos objetiva: tantos años luchando…, y aún estás tan atrás, tan lejos.

Todo esto es necesario, y Dios cuenta con eso: para alcanzar el «gaudium cum pace» —la paz y la alegría verdaderas—, hemos de añadir, al convencimiento de nuestra filiación divina, que nos llena de optimismo, el reconocimiento de la propia personal debilidad.

¡Cuánta neurastenia e histeria se quitaría, si —con la doctrina católica— se enseñase de verdad a vivir como cristianos: amando a Dios y sabiendo aceptar las contrariedades como bendición venida de su mano!

Se acabaron los agobios… Has descubierto que la sinceridad con el Director arregla los entuertos con una facilidad admirable.

La lealtad tiene como consecuencias la seguridad de andar por un camino recto, sin inestabilidades ni perturbaciones; y la de afirmarse en esta certidumbre: que existen el buen sentido y la dicha.

—Mira si se cumplen en tu vida de cada instante.

La tristeza y la intranquilidad son proporcionales al tiempo perdido. —Cuando sientas impaciencia santa por aprovechar todos los minutos, la alegría y la paz te colmarán, porque no pensarás en ti.

Cada día te vas “chiflando” más… —Se nota en esa seguridad y en ese aplomo formidable, que te da el saberte trabajando por Cristo.

—Ya lo ha proclamado la Escritura Santa: «vir fidelis, multum laudabitur» —el varón fiel, de todos merece alabanzas.

Después de veinte siglos, hemos de pregonar con seguridad plena que el espíritu de Cristo no ha perdido su fuerza redentora, la única que sacia los anhelos del corazón humano. —Comienza por meter esa verdad en el tuyo, que estará en perpetua inquietud —como escribió San Agustín— mientras no lo pongas enteramente en Dios.

Un remedio contra esas inquietudes tuyas: tener paciencia, rectitud de intención, y mirar las cosas con perspectiva sobrenatural.

Aquel amigo nos confiaba sinceramente que jamás se había aburrido, porque nunca se había encontrado solo, sin nuestro Amigo.

—Caía la tarde, con un silencio denso… Notaste muy viva la presencia de Dios… Y, con esa realidad, ¡qué paz!

Santa María es —así la invoca la Iglesia— la Reina de la paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: «Regina pacis, ora pro nobis!» —Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?… —Te sorprenderás de su inmediata eficacia.

Referencias a la Sagrada Escritura