Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Apostolado → vocación apostólica .

Agradece al Señor la continua delicadeza, paternal y maternal, con que te trata.

Tú, que siempre soñaste con grandes aventuras, te has comprometido en una empresa estupenda…, que te lleva a la santidad.

Insisto: agradéceselo a Dios, con una vida de apostolado.

Personas de diversas naciones, de distintas razas, de muy diferentes ambientes y profesiones… Al hablarles de Dios, palpas el valor humano y sobrenatural de tu vocación de apóstol. Es como si revivieras, en su realidad total, el milagro de la primera predicación de los discípulos del Señor: frases dichas en lengua extraña, mostrando un camino nuevo, han sido oídas por cada uno en el fondo de su corazón, en su propia lengua. Y por tu cabeza pasa, tomando nueva vida, la escena de que “partos, medos y elamitas…” se han acercado felices a Dios.

No podía ser más sencilla la manera de llamar Jesús a los primeros doce: “ven y sígueme”.

Para ti, que buscas tantas excusas con el fin de no continuar esa tarea, se acomoda como el guante a la mano la consideración de que muy pobre era la ciencia humana de aquellos primeros; y, sin embargo, ¡cómo removieron a quienes les escuchaban!

—No me lo olvides: la labor la sigue haciendo El, a través de cada uno de nosotros.

¿Se te escandalizan porque hablas de entrega a quienes nunca habían pensado en ese problema?… —Bien, ¿y qué?: si tú tienes vocación de apóstol de apóstoles.

Profundiza cada día en la hondura apostólica de tu vocación cristiana. —El levantó hace veinte siglos —para que tú y yo lo proclamemos al oído de los hombres— un banderín de enganche, abierto a todos los que tienen un corazón sincero y capacidad de amar… ¡Qué llamadas más claras quieres que el «ignem veni mittere in terram» —fuego he venido a traer a la tierra, y la consideración de esos dos mil quinientos millones de almas que todavía no conocen a Cristo!

Tu tarea de apóstol es grande y hermosa. Estás en el punto de confluencia de la gracia con la libertad de las almas; y asistes al momento solemnísimo de la vida de algunos hombres: su encuentro con Cristo.

Convéncete: necesitas formarte bien, de cara a esa avalancha de gente que se nos vendrá encima, con la pregunta precisa y exigente: —“bueno, ¿qué hay que hacer?”

Tu vocación —llamada de Dios— es de dirigir, de arrastrar, de servir, de ser caudillo. Si tú, por falsa o por mal entendida humildad, te aíslas, encerrándote en tu rincón, faltas a tu deber de instrumento divino.

El Señor ha tenido esta finura de Amor con nosotros: permitirnos que le conquistemos la tierra.

El —¡tan humilde siempre!— quiso limitarse a convertirlo en posible… A nosotros nos ha concedido la parte más hacedera y agradable: la de la acción y la del triunfo.

Tú, que vives en medio del mundo, que eres un ciudadano más, en contacto con hombres que dicen ser buenos o ser malos…; tú, has de sentir el deseo constante de dar a la gente la alegría de que gozas, por ser cristiano.

Sal de la tierra. —Nuestro Señor dijo que sus discípulos —también tú y yo— son sal de la tierra: para inmunizar, para evitar la corrupción, para sazonar el mundo.

—Pero también añadió «quod si sal evanuerit…» —que si la sal pierde su sabor, será arrojada y pisoteada por las gentes…

—Ahora, frente a muchos sucesos que lamentamos, ¿te vas explicando lo que no te explicabas?

El apóstol no debe quedarse en el rasero de una criatura mediocre. Dios le llama para que actúe como portador de humanidad y transmisor de una novedad eterna. —Por eso, el apóstol necesita ser un alma largamente, pacientemente, heroicamente formada.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura