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Me gusta comparar nuestra alma a un vaso que ha hecho Dios Nuestro Señor, para que se pueda poner en él un licor, el licor de la Sabiduría, que es un don, una gracia muy grande del Espíritu Santo. La Sabiduría es, hijas e hijos míos, «un hálito del poder divino y una emanación pura de la gloria de Dios omnipotente, por lo cual nada manchado hay en ella. Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad. Y siendo una, todo lo puede, y permaneciendo la misma, todo lo renueva, y a través de las edades se derrama en las almas santas»1.

Admirad la hermosura del don de Sabiduría, que el Espíritu Santo vierte generosamente en nuestros corazones con su gracia. Tan maravilloso es este don, «que Dios a nadie ama sino al que mora con la Sabiduría»2.

Os recordaré lo que dice la Sagrada Escritura: que con la Sabiduría vienen todos los bienes. Por eso hemos de pedírsela al Espíritu Santo, para cada uno de nosotros y para todos los cristianos. «Invoqué al Señor –se lee en el Libro inspirado– y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. Y la preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. No la parangonaré a las piedras preciosas, porque todo el oro es ante ella como un grano de arena, y como el lodo es la plata. La amé más que a la salud y a la hermosura, y antepuse a la luz su posesión, porque el resplandor que de ella brota es inextinguible. Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y en sus manos me trajo una riqueza incalculable»3. De otro modo podemos decir que, con el espíritu del Opus Dei, vienen también todos los bienes a un alma, porque es Sabiduría este modo nuestro de vivir cara a Dios, sin buscar el anonimato, sin importarnos que nos vean o que nos oigan, procurando actuar en conciencia, con rectitud de intención.

Si somos leales a la vocación, hijas e hijos míos, sobre todos nosotros reposará este espíritu de Sabiduría, que el Señor reparte a manos llenas entre quienes le buscan con corazón recto. Para ser verdaderamente sabios –os lo he dicho muchas veces–, no es preciso tener una cultura amplia. Si la tenéis, bien; y si no, igualmente estupendo, si sois fieles, porque recibiréis siempre la ayuda del Espíritu Santo. Además, si asistís a los medios de formación que os proporciona la Obra, si aprovecháis las Convivencias y Cursos anuales, y los retiros, alcanzaréis una formación teológica tan honda como la que puede tener un buen sacerdote.

Pero no es necesario poseer una gran ciencia. Hay un saber al que sólo se llega con santidad: y hay almas oscuras, ignoradas, profundamente humildes, sacrificadas, santas, con un sentido sobrenatural maravilloso: «Yo te glorifico, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeñuelos»4. Un sentido sobrenatural que no raramente falta en las disquisiciones hinchadas de presuntos sabios: «Evanuerunt in cogitationibus suis, et obscuratum est insipiens cor eorum, dicentes enim se esse sapientes stulti facti sunt»5; disparataron en sus pensamientos, y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas; y, mientras se jactaban de ser sabios, pararon en ser necios.

Notas
1

Sb 7,25-27.

2

Sb 7,28.

3

Sb 7,7-11.

4

Mt 11,25.

5

Rm 1,21-22.

Referencias a la Sagrada Escritura
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