98

Que seáis personas rectas porque lucháis, procurando conciliar a esos dos hermanos que todos tenemos dentro: la inteligencia, con la gracia de Dios, y la sensualidad. Dos hermanos que están con nosotros desde que nacemos, y que nos acompañarán durante todo el curso de nuestra vida. Hay que lograr que convivan juntos, aunque se oponga el uno al otro, procurando que el hermano superior, el entendimiento, arrastre consigo al inferior, a los sentidos. Nuestra alma, por el dictado de la fe y de la inteligencia y con la ayuda de la gracia de Dios, aspira a los dones mejores, al Paraíso, a la felicidad eterna. Y allí hemos de conducir también a nuestro hermano pequeño, la sensualidad, para que goce de Dios en el Cielo.

Que esta unidad de vida sea el resultado de la bondad del Señor con cada uno y con la Obra entera, y efecto también de vuestra lucha personal. Nunca mejor que ahora se puede recordar que la paz es consecuencia de la guerra: de esa guerra maravillosa contra nosotros mismos, contra nuestras malas inclinaciones. Una guerra que es guerra de paz, porque busca la paz.

Perdemos la serenidad cuando no es la inteligencia con la gracia divina, quien dirige nuestra vida, sino las fuerzas inferiores. ¡No os asustéis de encontraros monstruosos, inclinados a cometer todas las atrocidades! Con la ayuda del Señor iremos hasta el final, seguros, con esa paz –repito– que es consecuencia de la victoria. Un triunfo que no es nuestro, porque es Dios quien vence en nosotros si no ponemos dificultades, si hacemos el esfuerzo de tender nuestra mano a la mano que desde el Cielo se nos ofrece.

Hijos míos, unidad de vida. Lucha. Que aquel vaso, del que os hablaba antes, no se rompa. Que el corazón esté entero y sea para Dios. Que no nos detengamos en miserias de orgullo personal. Que nos entreguemos de verdad, que sigamos adelante. Como el que camina para ir a una ciudad procura insistir, y un paso detrás de otro logra andar todo el camino. La ayuda de nuestro Padre Dios no nos faltará.

La mayor alegría de mi vida es saber que lucháis y que sois leales. No me importa demasiado enterarme de que –en esos puntos que están lejos de la muralla principal– habéis ido de narices. Ya sé que os levantáis y recomenzáis con más empeño. Quizá perderemos alguna batalla, pero ganaremos la guerra. Y, si somos sinceros, no se pierden ni las batallas perdidas. Al contrario, cada laña más, en nuestro barro, es como una condecoración. Por eso debemos tener la humildad de no esconderlas: los cacharros de cerámica arreglados con lañas tienen, a los ojos de Dios y a mis ojos, más gracia que los que están nuevos.

Este punto en otro idioma